Rubén Dri

La utopía de Jesús


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lo profético, como puede verse por su estilo de vida laical, sus dichos y acciones proféticas, la manera de anunciar el Reino, el lenguaje empleado.

      No sólo Jesús se proclama profeta y su práctica denuncia su calidad de tal, sino que resume en lo profético todo el mensaje bíblico, del cual él se siente portador y consumador. Hemos visto, en efecto, que resume la Biblia en la conocida expresión “La Ley y los profetas”, la Torá y los Nevihim. Pero la Ley está representada por Moisés. En efecto, en la transfiguración, al lado de Jesús aparecen las dos figuras que encarnan la totalidad del mensaje bíblico que Jesús sintetiza y consuma: Moisés como representante de la Ley, y Elías, de los profetas. Pero por otra parte sabemos que Moisés también es profeta.[13] En consecuencia, todo se sintetiza en lo profético. La práctica y el pensamiento de Jesús seguirán la orientación profética.

      Lo que se nos impone ahora, en consecuencia, es detectar las características fundamentales que asume la concepción profética de la realidad, en contraposición a la concepción sacerdotal. Será el tema del capítulo siguiente.

      Capítulo IV

      Las cosmovisiones enfrentadas

      La concepción sacerdotal es la concepción religiosa en sentido tradicional. Tomamos, en consecuencia, como sinónimas las expresiones “concepción sacerdotal” y “concepción religiosa”. La expresión filosófica de esta concepción fue elaborada por los filósofos griegos. De manera que hablaremos indistintamente, de acuerdo con el contexto, de concepción sacerdotal, religiosa o griega. Entiéndase, sin embargo, que la concepción griega es la filosofía griega y, en consecuencia, la concepción sacerdotal o religiosa, pero sin la sacralización.

      Nos interesa ver las diferencias esenciales entre la visión sacerdotal y la profética. Partiremos de la visión sacerdotal que, gracias a los servicios de la filosofía griega, fue el lente a través del cual se transmitió el mensaje evangélico desde los primeros siglos de la era cristiana, para contraponerla a la visión profética.

      Los rasgos distintivos de la concepción sacerdotal están constituidos por el dualismo, el inmovilismo y la jerarquía.

      1. DUALISMO

      Consiste en la visión del mundo a través de una división entre dos partes que son reales, irreconciliables, adialécticas, atemporales.

      Las dos partes son reales. Significa que existen en realidad. Son irreconciliables. Una perpetua enemistad las separa, de modo que la única manera de terminar la guerra es mediante la supresión de uno de los dos enemigos. Son adialécticas. Una contraposición de elementos es dialéctica cuando puede dar lugar a una superación de los términos en cuestión. Así, la adolescencia es enemiga de la infancia. En ésta el ser está sumergido en la familia. La adolescencia significa el comienzo de la autonomía, el desprendimiento de la familia, que se realiza mediante su rechazo. Abundan los conflictos con los padres, los hermanos y las amistades del ambiente familiar. Pero, si se logra la maduración, la anterior contraposición queda superada. Funcionó dialécticamente. En la concepción sacerdotal no se da la dialéctica, lo que significa que la contraposición no da lugar a superaciones.

      Finalmente, las partes son atemporales. Ello significa que existen independientemente del tiempo. Éste sólo superficialmente las puede rozar. Desde siempre el mundo se encuentra dividido entre estas dos partes que nunca se encuentran para formar una unidad superior.

      Esta concepción tiene su historia. La primera etapa está formada por la división del mundo en caos y cosmos. El mundo es concebido a partir de una parte ordenada –el cosmos– que está constituido por el ámbito que el hombre domina, como el espacio geográfico ocupado por la tribu, la casa habitada por los núcleos familiares. Y otra caótica, desordenada, que rodea al cosmos y lo amenaza con la destrucción. Esta segunda parte está constituida por todo aquello que está más allá de las fronteras que ocupa la tribu y por los demonios que habitan las tinieblas en general y el interior del hombre.

      Por ello en las narraciones evangélicas el desierto es el lugar de los demonios. Palestina, ocupada por un pueblo sedentario, era amenazada por los beduinos, habitantes nómadas del desierto. Éste representaba el espacio caótico, frente al cosmos de Palestina.

      Religiosamente ello se va a convertir en la división del mundo en sagrado y profano. En general es lo caótico, lo no dominado, lo que se constituye en sagrado, mientras que lo ordenado, lo que el hombre domina y controla, se transforma en lo profano.

      Lo sagrado es lo valioso, lo que justifica la vida. Es la plenitud del ser. Lo profano, en cambio, es como una desrealización de la realidad. Es lo disperso. No tiene sentido ni justificación. Por ello lo sagrado cada tanto debe investir lo profano, sostenerlo, realimentarlo, pues de lo contrario el mundo se disuelve, pierde absolutamente toda su razón de ser. Pero no debe invadir totalmente lo profano, porque lo destruiría. Se debe mantener siempre a cierta distancia, acercándose sólo para conferirle sentido.

      Así, el mundo del trabajo, de los negocios, de la política, no tiene sentido de por sí. Es el mundo profano. Para que adquiera sentido debe ser bendecido por el sacerdote, por el brujo o el chamán, de acuerdo con las distintas culturas. El hombre cada tanto debe participar en oficios religiosos, procesiones, ceremonias, misas.

      Lo sagrado es ambivalente, razón por la cual no debe abarcar totalmente a lo profano. Por una parte es bienhechor –todos los bienes proceden de lo sagrado– pero, por otra, puede ser tremendamente malhechor. Si lo sagrado llega a invadir lo profano, lo destruye completamente.

      Reminiscencias de esta ambivalencia se pueden notar, por ejemplo, en el poeta Horacio, quien hablando del oro dice: “Auri sacra fames”, lo que literalmente significa “la sagrada hambre del oro”, pero en el contexto en el que esta frase está ubicada “sagrada” quiere decir “execrable”. Es decir, el oro es a la vez sagrado y execrable, bendito y maldito. Otro tanto podemos decir del demonio socrático. Sócrates era siempre acompañado por un daimon que le impedía tomar determinadas direcciones. En este contexto daimon significa “genio benigno”, una especie de divinidad que lo guiaba. En otro contexto daimon pasa a significar “demonio”, genio maligno.

      Según los textos cristianos, Dios puede bendecir o maldecir, premiar o castigar. En él se conjugan tanto la infinita justicia que crea el infierno para castigar a los malos, como la no menos infinita misericordia que perdona todos los pecados y premia con un paraíso de felicidad. Incluso, el aparato clerical de la Iglesia se vio precisado de incorporar a una mujer, la Virgen María, como contrapeso de la terrible figura de Dios. María tiende a repartir las bondades o misericordias que Dios no puede dar por ser encarnación de la justicia. Su solo contacto puede acarrear la muerte.

      Lo sagrado, por otra parte, se encarna o concretiza en determinadas personas, objetos y acontecimientos. Se produce entonces el fenómeno del tabú. Éste condensa lo sagrado y, en consecuencia, posee la ambivalencia propia del mismo, lo cual lo torna peligroso. Para acercarse a él es menester la observancia de un ritual, mediante el cual es posible congraciárselo y de esa manera tornarlo bienhechor. Si uno se acerca sin la observancia del debido ritual, se deben temer los mayores castigos. El tabú en manos del enemigo deja a la tribu a merced de éste. Esto lo sabían los conquistadores europeos, e hicieron amplio uso de ello para las conquistas de los continentes americano, africano y asiático.

      Todavía existe en determinados estratos de nuestra sociedad la costumbre de tocar madera o hierro al acercarse un sacerdote o una monja. Ese “tocar madera” es el rito que se cumple para que el tabú no dañe, sino que beneficie. Igualmente existen ritos con relación al número 13, a determinados días de la semana –como martes o viernes– y a ciertos objetos considerados como sagrados o portadores de lo sagrado.

      Debido a que lo profano de por sí no tiene sentido, es preciso de alguna manera hacer presente lo religioso o sagrado. Ello se logra mediante determinados ritos. En la religiosidad primitiva todas las acciones son rituales. El cazador o el navegante primitivo que se viste de determinada manera para ir a cazar o a pescar, repite la acción del arquetipo, del héroe primitivo. Al cumplir con el ritual, reactualiza aquella acción. Notemos que no se trata de una mera imitación, sino de una reactualización. Lo mismo sucede con la fiesta