Rubén Dri

La utopía de Jesús


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Jesús como nosotros entendemos que debe ser una biografía. Para nosotros, tener una biografía de Jesús constituye una especie de necesidad, lo cual estaba fuera del horizonte de las preocupaciones de los antiguos cristianos.

      Cada evangelio es la expresión escrita de la reflexión que comunidades cristianas primitivas, todavía cercanas al Jesús histórico, realizan sobre su propia práctica de fe. Ello implica la necesidad de distinguir entre un Jesús de la fe o Cristo –el Jesús de esa práctica y reflexión– y un Jesús histórico, el que realmente existió y actuó.

      Las primitivas comunidades cristianas evidentemente pretendían vivir de acuerdo con el mensaje que Jesús había aportado, y en ese sentido reflexionaban a menudo, sobre todo en la fracción del pan, sobre su sentido. En estas reflexiones Jesús con su práctica y su mensaje estaba siempre presente, pero en la medida en que debía ser el norte de la práctica de las comunidades. Es decir, el objeto primario de la reflexión era la propia práctica, y el metro que tenían para medirla era la práctica de Jesús.

      No ponemos en duda la existencia histórica de Jesús. Ello no constituye un problema de fe, sino de documentación histórica. Los Evangelios son más que suficientes para probar su existencia histórica.

      Pero los Evangelios –éste es el punto importante– no nos ofrecen un relato historiográfico de lo que Jesús hizo y dijo, pues ésa no es su finalidad. No pretenden narrarnos puntualmente la vida de Jesús, sino mostrar cómo la práctica de las primeras comunidades debe corresponder a la de Jesús. En la reflexión de estas comunidades –los Evangelios– hay siempre un primer plano que está constituido por la práctica de ellas mismas, y un segundo plano correspondiente a la práctica del Jesús real o histórico.

      Pero lo que es necesario entender es que el Jesús histórico, por estar en el segundo plano, es visto a través del primero, es decir, de la propia práctica, que hace que se vea un determinado Jesús, al que llamamos Jesús de la fe, por ser el que corresponde a la fe de la comunidad. Este Jesús puede ser muy semejante al histórico, o mantener con él determinado tipo de diferencias. Incluso es fácil que en el mismo texto de un evangelio, o confrontando evangelios distintos, se encuentren expresiones de prácticas contradictorias como pertenecientes a Jesús.

      Veamos algunos ejemplos: en el evangelio de Lucas (6, 20-26) se presenta a Jesús contraponiendo “los pobres” a “los ricos”, con bendiciones para los primeros y maldiciones para los segundos. Del contexto resulta con claridad que Jesús se refiere a los pobres reales, los de las comunidades campesinas. En el evangelio de Mateo, en cambio, el mismo texto –se trata de las llamadas bienaventuranzas– es referido a “los que tienen espíritu de pobres” (Mt. 5,3) y desaparece el contraste con los ricos. Da la impresión de que aquí se ha producido ya el proceso de “espiritualización”, y la pobreza real contrapuesta a la riqueza también real cedió paso a la pobreza espiritual que puede darse tanto entre los ricos reales como entre los pobres reales.

      En la conocida escena del joven rico que se presenta a Jesús para preguntarle sobre lo que debe hacer para conseguir la vida eterna, después de que el joven ha afirmado a Jesús que la observancia de los mandamientos para él es una práctica que realiza desde la juventud, según el evangelio de Marcos, Jesús agrega: “Una cosa te falta, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme” (Mc. 10, 21). Según el evangelio de Mateo, en cambio, Jesús le dice: “Si quieres ser perfecto anda a vender todo lo que poseas y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo, y luego vuelves y me sigues” (Mt. 19, 21). En el primer caso se trata de un requisito esencial para participar del proyecto de construcción del Reino que propone Jesús, mientras que en el segundo parece tratarse de un consejo.

      Pero en el mismo evangelio de Mateo, luego del consejo dado por Jesús al rico de vender todo si quiere ascender un tramo más en el camino de la perfección, Jesús habla de la dificultad que tienen los ricos para entrar en el “Reino de los Cielos”, de tal manera que “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar al Reino de los Cielos” (Mt. 20, 24).

      ¿En qué quedamos? ¿No se trataba de un simple consejo para ser perfecto? ¿Es posible que un simple consejo no aceptado pueda ocasionar esos amargos reproches por parte de Jesús, e incluso la aseveración de la virtual imposibilidad de participar en el proyecto del Reino? Es evidente que la condición puesta por Jesús no era un simple consejo, sino una verdadera conditio sine qua non para participar de su proyecto, pero al parecer en la práctica de determinadas comunidades cristianas ya había sido interpretada como un simple consejo que seguían los cristianos más avanzados, los de primera categoría.[5]

      En el evangelio de Marcos podemos seleccionar textos (8, 31; 9, 11; 9, 30...) según los cuales Jesús sabe el momento y la hora de su muerte que no se compaginan con otros, como la parábola según la cual la semilla “crece sin que él se dé cuenta” (Mc. 4, 29), con su práctica clandestina, con el hecho de que fue necesario que sus enemigos consiguiesen que alguien –Judas– los condujese hasta su escondite. Es evidente que los últimos textos pertenecen a un momento anterior, cuando todavía el proceso de “espiritualización” no se había dado.[6]

      En el evangelio de Mateo (5, 38-48) Jesús aparece afirmando: “No resistan al mal. Sino al que te abofetee en la mejilla derecha preséntale la otra... Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores”. Pero más adelante (Mt. 23, 13, 39) Jesús lanza contra los fariseos y escribas maldiciones de una violencia inaudita: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados que por fuera ciertamente aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de inmundicia!”, “¡Serpientes, hijos de víboras! ¿Cómo lograrán escapar de la condenación del infierno?”.

      Mientras los textos citados en primer lugar podrían ser suscritos por los seguidores de Buda o de Lao Tse que invitan a no enfrentar al mundo, es decir, a los poderosos que oprimen a los débiles, y a refugiarse en la contemplación, sea del Nirvana o del Tao, los otros denotan una violencia extrema, una indignación sin límites frente a los sectores sociales que se oponen al proyecto del Reino del que Jesús es portador.

      Por otra parte, si Jesús realmente recomendó presentar la otra mejilla como figura en el evangelio de Mateo, lo menos que podemos decir es que él no fue un buen modelo de dicha práctica, pues, según lo relata San Juan, cuando fue abofeteado por uno de los guardias en presencia del sumo sacerdote, en lugar de ofrecer la otra mejilla, pidió explicaciones: “Si he hablado mal, muéstrame en qué, pero si he hablado bien ¿por qué me pegas?” (Jn. 18, 23).

      Sócrates, yendo voluntariamente a la muerte, con alegría, con serenidad, consolando a sus afligidos amigos, sería un ejemplo mucho más luminoso que Jesús debatiéndose en contra de la muerte, protestando por el abandono de sus amigos y del Padre. Si el verdadero Jesús es el de “no resistir al mal” es mejor dejar de lado los Evangelios y leer el Tao-The-Ching, el Dhammapada o el Fedón.

      Podríamos seguir adelante destacando textos en los que resalta la contraposición de prácticas que no debemos tratar de hacer concordar. ¿Significa ello que estamos completamente inermes para conocer cuál ha sido el verdadero proyecto y el sentido de su práctica? ¿Podemos sin más seleccionar los pasajes de los Evangelios que nos favorecen y dejar los otros? De ninguna manera.

      La exégesis ha elaborado una serie de criterios mediante los cuales es posible seleccionar en los Evangelios una serie de hechos y dichos pertenecientes al Jesús histórico:[7]

      1. CRITERIO DE DISCONTINUIDAD O DESEMEJANZA

      Según este criterio se consideran históricos los dichos y hechos de Jesús que se encuentran en contradicción con las concepciones de las comunidades primitivas o del judaísmo. Esas comunidades creían en el Cristo glorioso. En consecuencia, todo hecho o dicho que empañe esa figura gloriosa debe considerarse como histórico, pues las comunidades no habrían inventado algo que obstaculizase su predicación.

      Por ello, Jesús recibiendo el bautismo de conversión que otorgaba Juan el Bautista (Mc. 1,9) debe considerarse como histórico. En cambio, la descripción del cielo que se abre, el Espíritu Santo que desciende