Chantelle Shaw

Deseo ilícito


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se puso de pie y sacudió la cabeza cuando Isla se puso de pie también a su lado.

      –Siéntate y termina tu desayuno, querida –le dijo con voz dulce–. Tengo que llamar a mi abogado, por lo que voy a ir a mi despacho para realizar la llamada.

      Isla pareció querer protestar, pero se limitó a observar cómo Stelios entraba en la casa. Después de unos instantes, volvió a tomar asiento y miró con desaprobación a Andreas.

      –Tu padre te quiere mucho, ¿lo sabes? –le dijo muy suavemente–. Me ha dicho muchas veces que le gustaría que la relación entre los dos fuera más estrecha.

      Andreas se enojó por el hecho de que Stelios hubiera hablado sobre él con Isla. Le parecía una traición.

      –Con todos mis respetos –replicó–, la relación que yo tenga con mi padre no es asunto tuyo.

      –Tan solo estaba tratando de ayudar. Quiero mucho a Stelios…

      Andreas lanzó un bufido de burla.

      –Suenas convincente, pero, al contrario de lo que le ocurre a mi padre, a mí no me engañas con el papel de ingenua que tan bien representas. Afrontémoslo, Stelios no es el primer hombre rico de cierta edad que es susceptible a tus encantos. Hace unos años, heredaste una sustancial suma de dinero de un tal comandante Charles Walters, del que eras amiga.

      –Es cierto que era amiga de Charles y de su esposa Enid. Me quedé muy sorprendida cuando supe que me habían dejado una cantidad de dinero, pero no hay nada malo ni deshonroso al respecto –replicó ella con las mejillas ruborizadas–. Eran una pareja de ancianos sin hijos que poseían la casa más importante del pueblo en el que crecí. Eran mecenas de la escuela. Cuando yo era una adolescente, trabajé de limpiadora a tiempo parcial en su casa y Charles y Enid me animaron a ir a la universidad. Murieron con pocos meses de diferencia y dejaron legados a varios jóvenes del pueblo con la condición de que el dinero se dedicara a pagar estudios universitarios. Sin su generosidad, yo me habría graduado con una deuda enorme y hubiera tenido dificultad para seguir con mis estudios. ¿Cómo has sabido que me habían dejado dinero? –añadió frunciendo el ceño.

      –Has sido investigada –le espetó él, observando cómo sus ojos grises se teñían de ira. A Andreas le dio una cierta satisfacción saber que la había turbado–. Mi familia es una de las más ricas de Grecia y, aunque la seguridad aquí en Louloudi es discreta, le pedí a uno de los agentes que te investigara un poco. Existe el riesgo de que mi padre sea secuestrado por alguna banda criminal a cambio de un rescate.

      –Yo no soy ninguna delincuente –repuso Isla arqueando las cejas con indignación–. ¿Sabe Stelios que me has investigado?

      –¿Y sabe él que tú heredaste dinero de otro hombre rico?

      –Tu padre lo sabe todo sobre mí.

      Isla se puso de pie de repente.

      –Ojalá creyeras que no le deseo a tu padre daño alguno.

      –Stelios no parece él –repuso Andreas poniéndose de pie también. Frunció el ceño al recordar lo agotado que le había parecido su padre al final de la fiesta.

      Isla dudó.

      –Ha estado trabajando mucho.

      El afecto que se reflejó en la voz de Isla evocó un sentimiento en Andreas que él se negaba a reconocer como envidia. Su propia madre no le había mostrado ni ternura ni afecto cuando era un niño y, desde que alcanzó la madurez, había evitado relaciones en las que hubiera sentimientos de por medio, asegurándose que ni quería ni necesitaba amor. Lanzó en silencio una maldición, irritado de que Isla le hiciera cuestionar el estado de su vida, una vida con la que había estado perfectamente satisfecho hasta entonces.

      –Tal vez Stelios esté cansado por otra razón –gruñó. Isla lo miró atónita–. Tú eres mucho más joven que mi padre y él podría estar agotándose por tratar de mantenerte satisfecha en el dormitorio.

      –Tu padre y yo no somos amantes –dijo ella secamente.

      –¿Por qué no? –le preguntó Andreas–. Tengo curiosidad sobre tu relación con Stelios. Os estuve observando a los dos durante la cena de anoche y hubiera jurado ante cualquiera que tú no sientes atracción sexual alguna hacia mi padre.

      –No todo tiene que ver con el sexo –le espetó ella–. Las relaciones, las que importan, no la clase de relaciones de las que tú solo pareces capaz, tienen que ver con el respeto mutuo, la amistad y la confianza.

      Andreas frunció el ceño, turbado por aquellas fervientes palabras. En una relación ideal, esas serían las cualidades que él querría, pero no creía en los finales felices. Isla parecía muy convincente, pero Andreas estaba seguro de que había algún motivo para que quisiera casarse con su padre.

      –Creo que estás decidida a hacer esperar a Stelios hasta después de casarse para permitirle que se meta en tu cama. Como esposa suya, tendrás acceso a su fortuna.

      Isla realizó un gesto de contrariedad con el rostro y levantó la mano para abofetearle. Sin embargo, Andreas fue más rápido y le agarró la muñeca antes de que ella pudiera golpearle.

      –Yo no lo haría…

      –Tienes una mente depravada –le espetó ella muy alterada. Tenía los ojos oscurecidos por la ira y Andreas podía sentir cómo el pulso le latía en la muñeca. El aire entre ellos restallaba de tensión sexual–. No me sorprende que Stelios no… –se interrumpió antes de poder seguir y apartó la mirada de la de él.

      –Mi padre no aprueba mi comportamiento. ¿Es eso lo que ibas a decir? –le preguntó. No le debería doler tanto como le dolía.

      –No se siente capaz de confiar en ti –musitó Isla–. Ojalá pudieras hablar con Stelios y resolver las diferencias que hay entre vosotros antes de que…

      –¿De qué? –le preguntó él frunciendo las cejas.

      Isla guardó silencio. Evidentemente, había pensado que era mejor así. Se zafó de él y se dio la vuelta para marcharse. Andreas observó cómo se alejaba de él y lanzó una maldición en voz muy baja.

      No resultaba fácil resolver las diferencias que había entre su padre y él. Stelios había sido un padre prácticamente ausente durante la infancia y la juventud de Andreas. Se había pasado la mayor parte de su tiempo ocupándose de Karelis Corp y después con su amante inglesa. Sin embargo, Andreas ya no era un adolescente que lo veía todo blanco o negro. Comprendía cómo la mala salud de su madre, que ella atribuía al ictus que le había dado debido a las complicaciones durante el parto de Andreas, había puesto mucha tensión entre sus padres. Sin embargo, él nunca se había sentido amado por ninguno de los dos. Era el heredero de los Karelis, el que debía hacerse cargo de la empresa que creó su bisabuelo. Su padre no le había perdonado por haber antepuesto su carrera en el mundo del motociclismo a su deber, tal y como el propio Stelios había hecho, poniendo el deber a su familia antes que su felicidad personal.

      Estaba deseando que pasara el cumpleaños de Nefeli. Se sentó de nuevo y se obligó a comer la spanakopita que Toula le había preparado. Dentro de unos pocos días, regresaría a California y se concentraría en Aeolus Racing. Tal vez buscara a la pelirroja que había estado flirteando con él en un bar antes de que se marchara a Grecia. Llevaba semanas sin sexo y el celibato no era un estado natural para él. La frustración era sin duda la razón por la inconveniente atracción que sentía hacia la prometida de su padre.

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