la angustia del largo vivir en esa pobreza se le sumaban los malos tratos abusivos de una madre enferma de ira. Su nombre, Valentina González, quien levantaba a la niña con gritos dándole orden de buscar agua.
Cruzando la calle de su casa estaba la canilla pública perteneciente a todo el barrio. La niña, apodada Tita, cuyo nombre era Olga y su apellido Pérez, de seis años de vida, debía abastecer su casa con agua traída de esa canilla. Llenaba un balde de 20 litros de agua, que era casi de su mismo tamaño, el cual arrastraba como podía hasta su casa.
Su vecino, apodado Ildo, de nombre Roque Víctor Núñez, tenía cinco años más que ella, andaba haciendo mandados acompañado por una rueda de bicicleta que llevaba girando, guiándola con un alambre que tenía un gancho en el extremo; él lo llamaba “mi andador”. Hacía los mandados corriendo detrás de ese andador, vio a Tita, su vecina, en la canilla y se detuvo.
Ildo: Hola, ¿vas a la escuela?
Tita: No, mi madre no me deja ir porque tiene que lavar ropa y no tiene agua.
Ildo: Fooo. Y tenés que llevarle un montón de agua.
Tita: Sí, si no lo hago me golpea. Y mis hermanitos están llorando. Tengo que ayudarla.
Ildo: Me voy, tengo que comprar pan. Yo sí voy a la escuela.
Era un vecindario muy humilde; la casa de Ildo se destacaba un poco más por ser de material, solo que era alquilada. Era un barrio costero de la ciudad de Concordia, en la provincia de Entre Ríos.
Era temprano, aún. Se sentían cantos tardíos de algunos gallos dormilones, los cuales se sumaban al relincho de los caballos, que comenzaban a ser atados al carro para trabajar; todo indicaba que el día comenzaba y con él se iniciaba una nueva jornada laboral.
Todo se movilizaba para emprender la larga lucha de sobrevivir en la búsqueda de satisfacer las necesidades básicas.
En aquel momento corría el año 1949; la Argentina estaba gobernada por la primera presidencia del general Juan Domingo Perón. Entre las acciones más destacadas de esta época se encuentra la conformación de un extenso Estado de bienestar, con eje en la creación del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, la política económica del país era próspera; lo que impulsaba la industrialización y la nacionalización de sectores básicos de la economía y una política exterior de alianza sudamericana apoyada en el principio de la tercera posición, la producción agropecuaria era abundante, con buena exportación. El país era acreedor de Inglaterra, había buenas reservas de divisas, solidez en la moneda y la Fundación Eva Perón generaba una amplia redistribución de la riqueza a favor de los sectores más postergados; se logró el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres, sancionándose la ley del voto femenino.
En este mismo período se realizó una reforma constitucional. A pesar de ser un país encaminado para la evolución social, existían en él sectores de familias con recursos económicos muy bajos. Solo que siempre tenían el rebusque para satisfacer sus necesidades. Los que realmente querían trabajar siempre lo conseguían o sea que de hambre nadie perecería. Dentro de esta sociedad de bajos recursos vivía esta familia de Tita e Ildo, cuyos padres tenían carros tirados por caballos y se desempeñaban como fleteros.
Los días eran rutinarios, Valentina, madre de la pequeña Tita, comenzaba sus días lavando ropa, acompañada siempre por su mal humor, y enojosos gritos. Era madre de cinco hijos en ese momento, muy nerviosa e histérica. Castigadora física y verbalmente. Tita y sus hermanitos eran rehenes atrapados en este hogar, que crecían dentro de este ámbito normalizando lo anormal.
Se dice que hay madres y padres que no quieren a sus hijos. Suena imposible de creer porque es antinatural y sin embargo es más frecuente de lo que nos gustaría creer.
Los castigos físicos eran aplicados a lo largo de la historia, como método de educación de padres a hijos.
En la actualidad el castigo físico en general está legalmente prohibido, ya que causa daños, lesiones que los padres esconden, generalmente se desarrolla rebeldía en la adolescencia que enjuicia de mejor forma estos actos contra su integridad física. Aquel uso de castigo fue cambiando de propósito paulatinamente dentro de la sociedad pasando de ser una forma de educar y marcar límites y normas a ser una forma de humillación y manipulación de los hijos, esclavos y ciudadanos, lo que generó grandes controversias sobre si era válido su uso o no como método de educación.
La responsabilidad que pesaba en esa niña pequeña de tan solo seis años era mucha. Era la mayor de las mujeres, tenía un hermano varón mayor que ella y cuatro hermanos menores. Debía cuidar de los hermanos todo el tiempo y más aún en horas de la tarde porque a su madre le gustaba jugar a la lotería en casa de amigas, y dejaba a sus hijos bajo el cuidado de esta niña. La pequeña, cuando sus hermanos lloraban por hambre, se las ingeniaba para conseguir por azar de la vida que alguien le proveyera comida, ella percibía que sus hermanas tenían hambre y se iba tímidamente a casa de los vecinos, con ellas y la más pequeñita a upa. Ya su frágil cuerpo se iba moldeando a la postura de cargar la criatura en la cadera a caballito, por este motivo su cadera derecha era más saliente que la izquierda; casi siempre llegaba a la casa de Ildo, que estaba en límite con la suya, era allí donde los frecuentaba diariamente, por esto la amistad con las hermanas de Ildo.
Su progenitora era una inhumana mujer que le exigía a su inocente hija la responsabilidad que le correspondía a ella por ser madre. Todos los días la misma rutina de cargar los tachos con agua; una vecina conocida le dijo mientras esperaba el turno para disponer de la canilla.
Vecina: ¡Oh, pobrecita niña!, cuando tengas 20 años vas a sufrir de dolores en los huesos y no vas a servir ni para vos.
Tita: (Con mucha vergüenza, calló y miró hacia el suelo).
Vecina: ¿Y tu mamá no está?
Tita: Sí… está lavando.
Transcurría el día, finalizaba la rutina diaria de otro día más. Todos regresaban a sus respectivos ranchos, los pequeños ya habían regresado de la escuela, los hombres comenzaban a aparecer y con ellos los caballos con sus relinchos dando a saber que la hora del descanso llegó. Al padre de Tita, un paisano llamado Justiniano Pérez, más conocido como don Pérez, lo trajo su caballo que sabía perfectamente el camino de regreso, porque él estaba dormido debido al alcohol que había bebido. Su esposa lo ayudaba a bajar. Y seguía durmiendo hasta el otro día.
La niña se fue educando con estas malas vivencias. Su madre diariamente tenía problemas nuevos. Su padre, totalmente ausente en el hogar, solo sabía que debía cumplir trayendo la plata para el sustento diario. Sus hermanitos asustados por los gritos y golpes de su madre se dispersaban llorando, algunos se escondían por la casa y otros se refugiaban en Tita, quien también se asustaba, pero se daba valor para protegerlos. Si uno de ellos lloraba, su madre la castigaba a ella, por no cuidarlos, también con gritos le decía que la odiaba, que le tenía asco y que aborrecía a las hijas mujeres.
Uno de los días más tenebrosos que los demás fue aquel que vivió un jueves. Transcurriendo el día como siempre al cuidado de una hermanita de cinco meses muy enferma, en grave estado, quien lloraba mucho todo el día y ella sin experiencia y conociendo temía la reacción de su madre que la castigaba si no tranquilizaba a sus hermanos, para calmarla le daba el chupete mojado con azúcar, lo que aprendió de ver a su madre hacerlo. La madre lavaba ropa y la reprendía porque no calmaba a su hermana.
De repente se durmió la beba y Tita salió a buscar un pedazo de pan para desayunar, era cerca del mediodía y no había ingerido nada de comida.
Valentina: ¿Y tu hermana se durmió?
Tita: Sí.
Valentina: Andá a comprar pan.
Tita: Bueno, me calzo y voy.
Valentina: ¡¡ANDÁÁÁ ASÍ NOMÁS!!, QUÉ TE HACÉS LA FINAAA AHORAAA…
Tita