los errores de la educación familiar y corregirlos, en una sociedad donde el trabajo y la educación eran instrumentos ponderables para el ascenso social, ignoraba la situación y se desvinculaba del problema ausentándola del aula; esto además no le permitía incorporar conocimientos didácticos necesarios para cultivarse.
Nadie la ayudaba, estaba desamparada y desprotegida. Ella se sentía aislada del sistema social. De la escuela obtuvo el aprendizaje de la discriminación, la vergüenza, la soledad, el desprecio. También veía cómo los peleaban y denigraban a sus hermanos, su reacción y necesidad era protegerlos y se exponía defendiéndolos, peleaba por ellos para que nadie les hiciera daño.
Esta familia por ignorancia y con el afán de satisfacer las necesidades básicas ha descuidado el desarrollo cognitivo de sus hijos o bien por no darle importancia y creer que este campo solo compete a la escuela; cuando el desarrollo cognitivo no se inicia cuando un niño entra a la escuela, sino que tiene lugar con el desarrollo del lenguaje, la afectividad, la socialización, la solución de problemas cotidianos, la participación en juegos, las lecturas, etc. Que consisten en acciones que deliberadamente se encuentran dentro de la familia.
Esta niña carecía de estos principios y tampoco obtuvo contención escolar, la que tendría que haber estado presente, no solo para prevenir el maltrato, sino para promocionar el buen trato o la necesidad de construir fundamentos educativos sobre la necesidad de esa infancia.
Necesitaba recuperar a esa temprana edad la atención acerca de las necesidades afectivas que carecía desde toda su existencia como principal agente socializador y principal constructor del sentimiento afectivo. Estaba inmersa en una sociedad deshumanizada. La escuela se convertía en un calvario para esta niña, su experiencia vivida era tediosa.
En esta inmadurez creía saberlo todo, porque aprendió a hacer cuentas muy bien y sabía leer. Finalizado su tercer grado de la primaria, muy pobre en conocimientos, le dijo a su madre que ya no iba a concurrir más a la escuela.
Tita: Yo ya terminé la escuela y ya sé leer, no voy más.
Valentina: Bueno, mejor, porque yo necesito que me ayudes.
Tita: Sí, te voy a ayudar.
Valentina: Bueno, bueno, andá a ver qué hace tu hermana.
Esta ignorante madre aceptaba muy gustosamente la mala decisión de su inmadura hija; aprovechando esta oportunidad para su interés y conveniencia, sin pensar en el futuro de su hija, de esta manera la tendría más tiempo a cargo de la casa y en el cuidado de sus hermanos. De esta manera convertía a su madre como el único modelo y guía por seguir para experimentar el mundo.
Ella buscaba un lugar donde estar, no podía tener amigas porque su madre se lo prohibía, se ahogaba en esa casa. Pero tampoco conseguía tranquilidad en la escuela.
Una vecina, cuando estaba en la canilla buscando agua, le aconsejó que fuera a la iglesia, que se arrimara a gente que la podría ayudar. Se lo propuso por verla tan abandonada y sin contención de nadie.
La enseñanza de la catequesis tuvo una función socializadora humanitaria, para esta desdichada joven; abriría nuevos horizontes, hacia formas éticas de convivencia, concientizándola de que todas las conductas agresivas de su madre no eran normales.
Fue así como llegó a la iglesia, a la catedral de Concordia; católica, y Dios le puso en el camino una carismática catequista que la cobijaba, le enseñaba el catecismo para que tomara la comunión, y luego la preparó para la confirmación, le consiguió el vestido con el cual tomó el sacramento de la comunión y también la ropa para su confirmación. Esta buena mujer la acompañó en todos sus estudios, la aconsejaba, la ayudaba, ella se sentía muy bien, logró al fin conocer gente con calidad distinta, alguien que la viera, alguien que se preocupara por ella y le dedicara un tiempo para escuchar sus penurias y procuraba darles solución a sus problemas. Asociaba la catedral con la paz y armonía y por primera vez experimentó que la trataran con cariño y amor.
Esta nueva relación entre buena gente la hacía crecer y tener otra mirada de la vida. Comenzaba a entender que ella valía como persona, que no era todo tristeza y maldad. Comprendía que existían otro tipo de personas que no la atacaban discriminándola y sí la respetaban.
Las gentes con las que rodeó su entorno fueron fuerzas poderosas, para revertir todas aquellas conductas de dominio-sumisión entre madre e hija, incorporadas en ella como conductas normales de la vida.
Experimentó, por primera vez, respeto hacia su persona, amor y tolerancia, estaba muy a gusto yendo a ese lugar. Este bienestar le duró toda su vida, porque en la edad adulta siempre decía que era un lugar de mucha paz para ella. Recordaba las veces que llegaba golpeada y con gran dolor en su alma y allí se reconfortaba.
En su edad adulta también buscaba esa paz interior que incorporó en su niñez recurriendo a su querida catedral de San Antonio de Padua.
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