respira!!
Tita, muy asustada y confundida ante la deducción de su madre, obedeció la orden. Al llegar a la cama vio a la beba dormida y se le acercó para escuchar si respiraba, pero no le sentía sonido de respiración.
Tita: MAMÁÁÁ, NOOO RESPIRAAA, ME PARECEEE…
La reacción de esta mujer fue de tantos gritos y llantos que todo el barrio se convulsionó.
Valentina: Malditaaa, vos tenés la culpa, no la cuidabas bien, y la mataste poniéndole azúcar al chupete.
La pequeña tenía seis años, no entendía nada y ahora cargaba con la culpa de haber matado a una hermana que era lo que ella más quería. Estaba perpleja, asustada, anonadada, sentía una gran culpa de ser asesina. Como ella sentía tanta hambre pensaba que su hermana se había muerto por ese motivo. Pero la realidad era que estaba muy enferma y esta mujer no la llevaba al doctor.
Valentina se quitaba responsabilidad culpando a su hija de que no cumplía con el cuidado de su hermana.
Su teoría era que debía irse todas las tardes a jugar a la lotería para traer plata porque la que le daba su marido no alcanzaba. Era un escape que ella buscaba para liberarse de sus hijos.
Si perdía jugando a la lotería volvía tan brava que maltrataba a sus hijos sin tener motivos ni piedad. Si ganaba en el juego, volvía feliz y les compraba regalos o comida.
Pasado el tiempo, ya con 9 años, se defendía un poco más en el tema de cocinar, para hacer frente al hambre que sentían todos, se le ocurrió hacer tortas fritas.
Tita: Vamos a hacer torta frita.
Hermanos: ¡¡¡Bieeen!!!
Realizó la masa que era un engrudo y entre juegos y verdades armaron las tortas, luego hizo una fogata, en el patio.
Hermanos: Dale, que tengo hambre.
Tita: ¡¡Esperen, ya termino!!
Comenzó la fritura de las tortas fritas, y al sacarla las colocaba en una fuente y les decía “esperen que se enfríe, se van a quemar”. El hermano mayor, que estaba mirando toda la situación desde lejos y no ayudaba en nada, aprovechaba a robarles las tortas mientras la niña iba a buscar las crudas dentro de la casa para freír. Esto ocurrió una vez y luego otra y a la tercera vez ella se dio cuenta de que le faltaban las tortas terminadas y los pequeñitos impacientes por el hambre lloraban; esto enojó a Tita porque su hermano, apodado Cano, cuyo nombre era Eduardo, se las comió solo y no compartió con los más pequeños.
Tita: Te vi, Cano… No te lleves todas.
A Cano no le importaba nada, y se retiraba, ella tomó una piedra y se la tiró, y con mala suerte se la pegó en la cabeza a Cano y este se desmayó, Tita se asustó y lo ayudó a recuperarse.
Llegó la madre y Cano le contó lo sucedido. Esta mujer enloqueció y desquitó toda su ira que traía de haber perdido plata en el juego contra Tita. La golpeó tanto hasta lastimarla en varias partes del cuerpo y la pequeña quedó muy mareada. Luego se le reía burlándose del mal estado en que quedó la niña.
El vecino Ildo observaba todos esos crueles episodios vividos por su vecinita a quien la veía con ojos de pena, pero no podía hacer nada. Él vivía su vida entre travesuras inocentes y el deseo de trabajar para poder solventar sus gastos y ayudar a sus padres. Se pasaba haciendo mandados a su madre acompañado con su andador o montando a caballo para llevarlos a pastar en el descanso. Siempre andaba ocupado, así recorrió todo el barrio y la ciudad entera. Se ofreció para hacer mandados a los vecinos, o buscaba changuitas, era muy buscavida.
Los días transcurrían uno tras otro, el tiempo de esta forma iba pasando y estos niños iban creciendo dentro de una cultura de supervivencia y experimentando la vida a base de esfuerzos y trabajos, valorando los logros que obtenían para ir sobreviviendo.
Una de las experiencias muy gratas que han vivido y les quedó grabada a fuego fue que, en aquel tiempo en la Argentina, hubo un gran experimento político y social con el juguete. Entre 1947 y 1955, a través de la Fundación Eva Perón más de 2 millones y medio de artículos infantiles llegaban en las fiestas de Navidad y Reyes. “A las familias no se les pedía credenciales partidarias”, para retirarlos. Cumplir con esta tarea requería un trabajo masivo y sistemático que involucraba al Correo Argentino, los sindicatos, las escuelas y hasta las comisarías, también utilizaban un avión que arrojaba por el aire pelotas y muñecas. Para Ildo, que era terriblemente audaz, correr por los descampados mirando el avión, arrojar juguetes e ir en busca de ellos junto a otros niños era una aventura inolvidable. Aquellas experiencias lo hacían muy feliz, lo recordaba siempre, pero Tita no las pudo vivir por la castradora madre.
Estas lindas anécdotas de tener por primera vez juguetes, y las ayudas recibidas del gobierno fueron formando a la mayoría de la gente humilde en una inclinación política hacia el peronismo.
El 26 de julio de 1952 el país se enluteció con el fallecimiento de la promotora de estas gratas vivencias. Eva María Duarte de Perón solo tenía 33 años de edad. En vida, en 1949, fundó el Partido Peronista Femenino, lo presidió hasta su muerte, logró el voto femenino en 1947, desarrolló una amplia acción social a través de la Fundación Eva Perón, dirigida a los más carenciados. Estas familias tan humildes la apreciaban mucho.
Algunos de los juguetes que con mayor masividad fueron repartidos eran las pelotas, los autitos, los triciclos y las bicicletas y para las nenas se ofrecían máquinas de coser de juguete. Objetos a tono con los valores de la época que recluían a la mujer al ámbito doméstico. Para ambos géneros se repartían guardapolvos, ropa infantil y hasta prendas para celebrar la comunión.
Por primera vez se hablaba del derecho a jugar, como una ayuda de la socialización y maduración del niño. Además había que rodearlos de cuidados, promovieron deportes, educación, salud, pero no había lugar donde ir para notificar el incumplimiento de los malos tratos y explotación de los niños provenientes de los padres, en este sentido la desprotección era total para Tita. Su madre no tenía la responsabilidad de velar por el cumplimiento de ejercer el derecho a jugar que tiene la infancia a cada uno de sus hijos.
2
Odisea en la escuela
Otro día comenzaba, con el acostumbrado tormento de la convivencia con esa mujer sin paz. Hoy Valentina tenía un complicado comienzo, había extraviado un documento de pago y comenzaba con sus acostumbrados gritos de enojo y como era su costumbre, siempre que algo malo ocurría, se enfocaba en su hija mayor; por lo que tomaba un cinto e iba hacia la cama de la niña que dormía y la levantaba a chirlos, y con retos, la niña sin entender nada de lo ocurrido comenzaba a llorar asustada. A golpes le dijo que se fuera a la escuela. No recibió explicación del porqué fue castigada, la situación la desbordaba a tal extremo que en su corta vida pedía a Dios morir, quería que le diera un ataque para que su maldita madre sintiera lástima, aunque fuera una vez de ella.
Acostumbrada a estos malos tratos se resignaba y con sollozos partía hacia la escuela toda sucia y despeinada, porque si pretendía como mínimo arreglarse el pelo, su madre le decía que se hacía la comadrona y no se lo permitía; para esta mujer el higienizarse era perder el tiempo, porque su vida acelerada no le permitía ver la realidad.
Valentina: ¡Andaaateee, que no te puedo ver, qué ascooo!
Tita: Sí, ya me voy.
Tomaba su cuaderno y con mucha vergüenza se encaminaba a la escuela con una desalineada forma de vestir, y sus cabellos revueltos y duros por la falta de lavado además ella misma se sentía con olor a orín de sus hermanas, que aún se orinaban por las noches, y dormían en la misma cama. La vergüenza la invadía, se sentía acomplejada, cohibida, y muy incómoda.
Los compañeros la discriminaban, le hacían bullying, no lograba la concentración cognitiva, no aprendía nada, la maestra sentía mucha lástima de ella, y para liberarla de ese ambiente