que la consideraban una tecnología que destruiría las artes orales del debate y la narración sobre las cuales basaban su sentido del mundo, de la filosofía, del tiempo y del espacio. En el Fedro de Platón, Sócrates desprecia la palabra escrita por separar las ideas de la fuente, citando al rey egipcio Thamos como el primero en expresar esa preocupación al recibir el regalo de la escritura del dios Tot. (93) Sócrates veía la transcripción como una muleta que restringe la memoria y atasca el pensamiento filosófico en ambigüedad, dejando la interpretación en manos de los lectores. Los textos, después de todo, pueden circular sin su autor, lo cual impide que pueda explicarlos o defenderlos. A pesar de dichos temores, la propia escritura que Platón utilizó para registrar aquellos diálogos fue un instrumento fundamental para el desarrollo de la oratoria griega. Tal como señala el académico Walter Ong en Oralidad y escritura, su estudio sobre las formas en las que las tecnologías de la escritura reestructuran el pensamiento, la palabra escrita les permitió a los eruditos griegos transcribir y codificar las estrategias retóricas. (94) También aumentó exponencialmente el vocabulario humano, ya que dejamos de depender de la memoria para tener todo el lenguaje a disposición. La escritura, de hecho, permitió que florezca la retórica.
Para que la lectura silenciosa tal como la conocemos pudiera avanzar, esta tendría que cambiar su contexto y el texto, su forma. Tendría que volverse una experiencia más privada, lo cual significa que la alfabetización tendría que extenderse más allá de las comunidades monásticas y de elite. A su vez, los textos deberían ser más legibles, con una puntuación estandarizada y espacios entre las palabras de modo tal que el susurro de los lectores, muy común durante el siglo VI, pudiera disiparse. Así podrían surgir las bibliotecas, diseñadas para una lectura silenciosa y contemplativa, que pasaron a ofrecer un espacio para aquel nuevo grupo de lectores.
Los escribas insulares, como por ejemplo quienes dieron vida al Libro de Kells, tuvieron un rol central en convertir el texto en algo más accesible. Dado que el latín era una segunda lengua y el desafío de leerla en scriptio continua era mayor, introdujeron varios cambios para facilitar la lectura, entre ellos: la separación de las palabras (alrededor del 675 e. c.), puntuación adicional y simplificación de las letras. Así y todo, aquellas pequeñas innovaciones tardaron unos cuatrocientos años en diseminarse. (95) La traducción de textos científicos árabes en Europa durante el siglo X muy probablemente haya tenido un rol preponderante en consolidar la separación de las palabras, ya que era algo inherente a esa lengua (porque, a diferencia del griego y del latín, está escrita con consonantes). Los traductores mantuvieron la separación de palabras arábica al traducir al latín, en parte porque permitía que la compleja prosa técnica fuera mucho más fácil de comprender (un caso claro donde el contenido tuvo una influencia directa sobre la forma). (96)
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