Alfonso Amezcua Barragán

La Tierra y el Campesino


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En éstos, solo se sembraba maíz, frijol y calabaza.

      Por otra parte, en ese lugar también sucedió una revuelta armada entre ejidatarios y hacendados, en la que murieron diez campesinos que aspiraban al reparto de tierras. Asimismo, es importante destacar la trascendencia de un hecho sucedido en 1947, y que incidió en que la pobreza de muchos campesinos fuera mayor, porque se cometió la matanza de ganado vacuno con motivo de la fatal e inventada fiebre aftosa. Se conoció que tanto el gobierno federal, como el estatal de aquel entonces autorizaron dicha matanza a pedimento o presión del gobierno de los Estados Unidos, la cual provocó mayor pobreza y desamparo entre los campesinos, porque los obligaron a llevar al matadero a su ganado sin estar enfermo. Los habitantes quedaron en auténtica desgracia, porque, incluso, se mató a las vacas que producían leche. Los rumores argumentaban que el país vecino no tenía a dónde exportar carne, leche y sus derivados que producía y, con el pretexto de la fiebre aftosa y del desabasto generado, México los importaría.

      Puedo afirmar que, en Citala, la vida de la mayor parte de los campesinos era tranquila. Como trabajaban las tierras de temporal, la falta de lluvia generaba espacios prolongados sin trabajo, con lo cual se originaba la ociosidad “reina de todos los vicios”. Esto propiciaba que los adolescentes, los jóvenes y los adultos cayeran en algunos riesgos perjudiciales para su vida futura, como el abuso de bebidas embriagantes, caer en adicciones y en la delincuencia. De la misma forma, fueron víctimas de los juegos de apuestas, como la baraja y el billar. Obviamente, a partir de esto se originan las preocupaciones, debido a los vicios que se pueden adquirir y perpetuar.

      En los pueblos las costumbres y rutinas de trabajo en las que se ocupan los campesinos desde muy temprana edad y hasta en años avanzados son muchas; era común que mis padres me ordenaran llevar a cabo ciertos quehaceres en casa y en el campo. Por ejemplo, asistir a la escuela primaria; llevar alimentos a familiares y peones que trabajaban en ocasiones la parcela de mi padre; cortar zacate para alimentar a los animales y llevarlos a beber agua en el río; ir a los cerros a cortar leña seca para la cocción de alimento; quitar las hierbas nocivas que perjudican a las plantas; cuidar y cultivar las plantas más comunes que se sembraban: el maíz, el frijol y las hortalizas, de las que hablaré más adelante.

      Otras vivencias y distracciones eran que los niños, los adolescentes y los jóvenes, confeccionábamos nuestros propios juguetes. Los trompos, las resorteras, los trabucos, los papalotes, los carritos con las cajas de cerillos clásicos eran los más comunes, pero también jugábamos a las canicas, a la rayuela y a los encantados. Por la noche, bajo la luz de la Luna, contábamos cuentos de espanto y chistes. Esos eran mis juegos y pasatiempos favoritos y los compartía con los amigos de edades similares.

      Era triste experimentar que los Reyes Magos o Santa Claus se olvidaban de la mayoría de los niños campesinos. Por lo menos a mí –por la escasez de recursos– nunca me traían juguetes o regalos, y aunque cada año ponía mis guaraches de correas arriba de las tejas de la casa, siempre los recogía vacíos; pero eso sí, me las ingeniaba para confeccionar mis propios juguetes.

      La educación era y sigue siendo primordial para el ser humano y no se diga para la clase campesina. Tuve la fortuna de estudiar hasta el cuarto año de primaria en la escuela rural de mi pueblo, que estaba instalada en un bodegón largo con paredes de adobe, techo de morillos y teja, que en época de lluvias goteaba por varios lados; las mesas y las sillas de madera estaban deterioradas, no había agua potable, no existían baños y mucho menos electricidad; el recreo se hacía en la calle de tierra.

      Oficialmente, sólo se cursaba del primero al cuarto año de primaria y era lo único que se podía estudiar. Las clases las daba un solo maestro y en ocasiones, un alumno improvisado lo apoyaba en alguno de los grados. Como puede observarse, la escuela era un ejemplo más de las limitantes y la pobreza. Terminé la primaria cursando tres veces el cuarto año en mi pueblo y el sexto grado en un internado para campesinos, ubicado en Pacana, Jalisco.

      Descubrí que eran muy precarios los conocimientos de algunos maestros, aunque debo decir, que de otros –muy pocos–eran aceptables sus enseñanzas. Es necesario hacer hincapié que estudié la primaria hace aproximadamente 70 años; sin embargo, aunque ahora existen miles de escuelas primarias, tal vez en peores condiciones, no ha cambiado la situación de muchos de los campesinos, quienes siguen en la ignorancia y son analfabetos, lo cual abona a su explotación. Ejemplos de esto se pueden ver hasta en películas, como El analfabeto y El profe, protagonizadas por Cantinflas, que fue, para mi gusto, el cómico más connotado de México, en cuyas películas, sobre todo en las últimas, siempre dejó un mensaje aleccionador. Otro ejemplo es La ley de Herodes, de Luis Estrada y protagonizada por Damián Alcázar, excelente actor que también ha dejado huellas positivas en su lucha contra las atrocidades indebidas que acostumbran algunos políticos.

      Por lo antes dicho se desprende que la ignorancia ha sido la tierra de cultivo para que algunos políticos y empresarios abusivos puedan cometer atropellos sin escrúpulos, ya sea en forma personal o asociados y coludidos con otras personas, en los tres niveles de gobiernos. Por esto, es primordial que las comunidades campesinas y los pueblos indígenas tengan acceso a la educación, para que tengan los conocimientos indispensables para defender sus derechos.

      Los campesinos tienen la costumbre de experimentar varias cosas inesperadas, pero que son consideradas comunes en el campo. Por ejemplo, las mordidas y los piquetes de bichos ponzoñosos; soportar las inclemencias de la intemperie (granizales, lluvias torrenciales, inundaciones, rayos, centellas, sismos, entre otras), además de caídas, golpes, accidentes y heridas de cualquier índole, provocados por jinetear becerros, burros, caballos o levantar objetos cuyo peso no es propio de la corta edad, entre otros.

      Entre los seis y los 15 años llegué a experimentar algunos de esos percances en carne propia, algunos de los cuales, quisiera describir a continuación:

      • Hay caídas y golpes en la adolescencia y juventud, cuyos efectos negativos no se advierten de inmediato, pero sí resultan nocivos con el paso de los años. Eso fue lo que lamentablemente me sucedió, ya que a mediados de 1993 se presentaron las secuelas de aquellas acciones y tuve que recurrir al Instituto Nacional de Neurología porque no podía levantarme de la cama: mi espina dorsal dejó de soportar el peso de mi cuerpo. En el instituto los doctores me atendieron de maravilla –iba bien recomendado por un funcionario de la Secretaria de Hacienda, recomendación que acepté, pues me dio tranquilidad por la atención que me brindarían los especialistas–. No obstante estar agradecido del favor que se me dispensaba, reflexioné que, en nuestro país, por desgracia, sólo las recomendaciones de alto nivel abren puertas como en este caso y quizá en otros de diferente naturaleza.

       En este problema de salud, lo primero que ordenaron los médicos fue que me sacaran una resonancia magnética que abarcara las lumbares L-4 y L-5, ya que ahí se encontraba la molestia, y tras los resultados, opinaron que era necesario operarme; determinaron que las lesiones provenían de muchos años atrás, probablemente por caídas bastante severas. Diferí la operación para pedir opiniones de otros especialistas, pero ninguno me dio seguridad de que quedaría medianamente bien. Ante tales circunstancias hice terapias en el mismo instituto con la esperanza de mejorar, pero solo fueron paliativas. Entonces fui a ver a don Camilo, un huesero que me habían recomendado.

       En ese entonces ya usaba una plantilla en uno de los pies, como de 12 milímetros de espesor. Le llevé los estudios y las radiografías, pero me dijo que él no necesitaba ver nada de eso, solo me preguntó: “¿no lo operaron, o sí?”, le dije que no, y él respondió: “está bien, porque yo no curo a personas que hayan sido intervenidas quirúrgicamente”. Procedió a hacer su trabajo y me dijo: “cuando salga de esta primera curación ya no usará la plantilla, le voy a alinear los pies para dejarlos en su estado normal”; así fue y ya no volví a utilizar la plantilla. Lo seguí frecuentando, sentí que me había curado las lumbares; así, sin ningún problema, pasaron 18 años. Fue hasta 2011 cuando volvió la molestia y entonces sí me sometí a la primera operación de la columna