Cesar Vallejo

Maestros de la Poesia - César Vallejo


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      ¿ . . . . . . . . . . . .

      -Si te amara... qué sería?

      -Una orgía!

      -Y si él te amara?

      Sería

      todo rituario, pero menos dulce.

      Y si tú me quisieras?

      La sombra sufriría

      justos fracasos en tus niñas monjas.

      Culebrean latigazos,

      cuando el can ama a su dueño?

      -No; pero la luz es nuestra.

      Estás enfermo... Vete... Tengo sueño!

      ( Bajo la alameda vesperal

      se quiebra un fragor de rosa ) .

      -Idos, pupilas, pronto...

      Ya retoña la selva en mi cristal!

      Un hombre está mirando a una mujer...

      Un hombre está mirando a una mujer,

      está mirándola inmediatamente,

      con su mal de tierra suntuosa

      y la mira a dos manos

      y la tumba a dos pechos

      y la mueve a dos hombres.

      Pregúntome entonces, oprimiéndome

      la enorme, blanca, acérrima costilla:

      Y este hombre

      ¿no tuvo a un niño por creciente padre?

      ¿Y esta mujer, a un niño

      por constructor de su evidente sexo?

      Puesto que un niño veo ahora,

      niño ciempiés, apasionado, enérgico;

      veo que no le ven

      sonarse entre los dos, colear, vestirse;

      puesto que los acepto,

      a ella en condición aumentativa,

      a él en la flexión del heno rubio.

      Y exclamo entonces, sin cesar ni uno

      de vivir, sin volver ni uno

      a temblar en la justa que venero:

      ¡Felicidad seguida

      tardíamente del Padre,

      del Hijo y de la Madre!

      ¡Instante redondo,

      familiar, que ya nadie siente ni ama!

      ¡De qué deslumbramiento áfono, tinto,

      se ejecuta el cantar de los cantares!

      ¡De qué tronco, el florido carpintero!

      ¡De qué perfecta axila, el frágil remo!

      ¡De qué casco, ambos cascos delanteros!

      Verano

      Verano, ya me voy. Y me dan pena

      las manitas sumisas de tus tardes.

      Llegas devotamente; llegas viejo;

      y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

      Verano! Y pasarás por mis balcones

      con gran rosario de amatistas y oros,

      como un obispo triste que llegara

      de lejos a buscar y bendecir

      los rotos aros de unos muertos novios.

      Verano, ya me voy. Allá, en setiembre

      tengo una rosa que te encargo mucho;

      la regarás de agua bendita todos

      los días de pecado y de sepulcro.

      Si a fuerza de llorar el mausoleo,

      con luz de fe su mármol aletea,

      levanta en alto tu responso, y pide

      a Dios que siga para siempre muerta.

      Todo ha de ser ya tarde;

      y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

      Ya no llores, Verano! En aquel surco

      muere una rosa que renace mucho...

      Y si después de tantas palabras...

      ¡Y si después de tantas palabras,

      no sobrevive la palabra!

      ¡Si después de las alas de los pájaros,

      no sobrevive el pájaro parado!

      ¡Más valdría, en verdad,

      que se lo coman todo y acabemos!

      ¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!

      ¡Levantarse del cielo hacia la tierra

      por sus propios desastres

      y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!

      ¡Más valdría, francamente,

      que se lo coman todo y qué más da...!

      ¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,

      no ya de eternidad,

      sino de esas cosas sencillas, como estar

      en la casa o ponerse a cavilar!

      ¡Y si luego encontramos,

      de buenas a primeras, que vivimos,

      a juzgar por la altura de los astros,

      por el peine y las manchas del pañuelo!

      ¡Más valdría, en verdad,

      que se lo coman todo, desde luego!

      Se dirá que tenemos

      en uno de los ojos mucha pena

      y también en el otro, mucha pena

      y en los dos, cuando miran, mucha pena...

      Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

      Yeso

      Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche,

      ya tras del cementerio se fue el sol;

      aquí se está llorando a mil pupilas:

      no vuelvas; ya murió mi corazón.

      Silencio. Aquí ya todo está vestido

      de dolor riguroso; y arde apenas,

      como un mal kerosene, esta pasión.

      Primavera vendrá. Cantarás «Eva»

      desde un minuto horizontal, desde un

      hornillo en que arderán los nardos de Eros.

      ¡Forja allí tu perdón para el poeta,

      que ha de dolerme aún,

      como clavo que cierra un ataúd!

      Mas... una noche de lirismo, tu

      buen seno, tu mar rojo

      se azotará con olas de quince años,

      al ver lejos, aviado con recuerdos

      mi corsario bajel, mi ingratitud.

      Después, tu manzanar, tu labio dándose,

      y que se aja por mí por la vez última,

      y que muere sangriento de amar mucho,

      como un croquis pagano de Jesús.

      Amada! Y cantarás;

      y ha de vibrar el femenino en mi alma,

      como en una enlutada catedral.

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