Cesar Vallejo

Maestros de la Poesia - César Vallejo


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en busca del Amor,

      arrojo y vibra en rosas lamentables,

      me da a luz el sepelio de una víspera.

      Yo no sé si el redoble en que lo busco,

      será jadear de roca,

      o perenne nacer de corazón.

      Hay tendida hacia el fondo de los seres,

      un eje ultranervioso, honda plomada.

      ¡La hebra del destino!

      Amor desviará tal ley de vida,

      hacia la voz del Hombre;

      y nos dará la libertad suprema

      en transubstanciación azul, virtuosa,

      contra lo ciego y lo fatal.

      ¡Que en cada cifra lata,

      recluso en albas frágiles,

      el Jesús aún mejor de otra gran Yema!

      Y después... La otra línea...

      Un Bautista que aguaita, aguaita, aguaita...

      Y, cabalgando en intangible curva,

      un pie bañado en púrpura.

      Los dados eternos

      Para Manuel González Prada,

       esta emoción bravía y selecta,

       una de las que, con más entusiasmo,

       me ha aplaudido el gran maestro.

      Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

      me pesa haber tomado de tu pan;

      pero este pobre barro pensativo

      no es costra fermentada en tu costado:

      ¡tú no tienes Marías que se van!

      Dios mío, si tú hubieras sido hombre,

      hoy supieras ser Dios;

      pero tú, que estuviste siempre bien,

      no sientes nada de tu creación.

      ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

      Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

      como en un condenado,

      Dios mío, prenderás todas tus velas,

      y jugaremos con el viejo dado.

      Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte

      del universo todo,

      surgirán las ojeras de la Muerte,

      como dos ases fúnebres de lodo.

      Dios mío, y esta noche sorda, obscura,

      ya no podrás jugar, porque la Tierra

      es un dado roído y ya redondo

      a fuerza de rodar a la aventura,

      que no puede parar sino en un hueco,

      en el hueco de inmensa sepultura.

      Los heraldos negros

      Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

      Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

      la resaca de todo lo sufrido

      se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

      Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

      en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

      Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

      o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

      Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

      de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

      Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

      de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

      Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como

      cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

      vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

      se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

      Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

      Los pasos lejanos

      Mi padre duerme. Su semblante augusto

      figura un apacible corazón;

      está ahora tan dulce...;

      si hay algo en él de amargo, seré yo.

      Hay soledad en el hogar; se reza;

      y no hay noticias de los hijos hoy.

      Mi padre se despierta, ausculta

      la huída a Egipto, el restañante adiós.

      Está ahora tan cerca;

      si hay algo en él de lejos, seré yo.

      Y mi madre pasea allá en los huertos,

      saboreando un sabor ya sin sabor.

      Está ahora tan suave,

      tan ala, tan salida, tan amor.

      Hay soledad en el hogar sin bulla,

      sin noticias, sin verde, sin niñez.

      Y si hay algo quebrado en esta tarde,

      y que baja y que cruje,

      son dos viejos caminos blancos, curvos.

      Por ellos va mi corazón a pie.

      Masa

      Al fin de la batalla,

      y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

      y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"

      Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

      Se le acercaron dos y repitiéronle:

      "¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"

      Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

      Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

      clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"

      Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

      Le rodearon millones de individuos,

      con un ruego común: "¡Quédate hermano!"

      Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

      Entonces todos los hombres de la tierra

      le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

      incorporóse lentamente,

      abrazó al primer hombre; echóse a andar...

      Medialuz

      He soñado una fuga. Y he soñado

      tus encajes dispersos en la alcoba.

      A lo largo de un muelle, alguna madre;

      y sus quince años dando el seno a una hora.

      He soñado una fuga. Un "para siempre"

      suspirado en la escala de una proa;

      he soñado una madre;

      unas frescas matitas de verdura,

      y el ajuar constelado de una aurora.

      A lo largo de un muelle...

      Y a lo largo de un cuello que se ahoga!

      Mentira

      Mentira. Si lo hacía de engaños,

      y