Cesar Vallejo

Maestros de la Poesia - César Vallejo


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      He encontrado a una niña...

      He encontrado a una niña

      en la calle, y me ha abrazado.

      Equis, disertada, quien la halló y la halle,

      no la va a recordar.

      Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle

      el talle, mis manos han entrado en su edad

      como en par de mal revocados sepulcros.

      Y por la misma desolación marchóse,

       delta al sol tenebloso,

       trina entre los dos.

       «Me he casado»,

      me dice. Cuando lo que hicimos de niños

      en casa de la tía difunta.

       Se ha casado.

       Se ha casado.

      Tardes años latitudinales,

      qué verdaderas ganas nos ha dado

      de jugar a los toros, a las yuntas,

      pero todo de engaños, de candor, como fue.

      Heces

      Esta tarde llueve, como nunca; y no

      tengo ganas de vivir, corazón.

      Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?

      Viste de gracia y pena; viste de mujer.

      Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo

      las cavernas crueles de mi ingratitud;

      mi bloque de hielo sobre su amapola,

      más fuerte que su "No seas así!"

      Mis violentas flores negras; y la bárbara

      y enorme pedrada; y el trecho glacial.

      Y pondrá el silencio de su dignidad

      con óleos quemantes el punto final.

      Por eso esta tarde, como nunca, voy

      con este búho, con este corazón.

      Y otras pasan; y viéndome tan triste,

      toman un poquito de ti

      en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

      Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no

      tengo ganas de vivir, corazón!

      Hoy me gusta la vida mucho menos...

      Hoy me gusta la vida mucho menos,

      pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.

      Casi toqué la parte de mi todo y me contuve

      con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

      Hoy me palpo el mentón en retirada

      y en estos momentáneos pantalones yo me digo:

      ¡Tanta vida y jamás!

      ¡Tantos años y siempre mis semanas!...

      Mis padres enterrados con su piedra

      y su triste estirón que no ha acabado;

      de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,

      y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

      Me gusta la vida enormemente

      pero, desde luego,

      con mi muerte querida y mi café

      y viendo los castaños frondosos de París

      y diciendo:

      Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla...

      Y repitiendo:

      ¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!

      ¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!

      Dije chaleco, dije

      todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.

      Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado

      y está bien y está mal haber mirado

      de abajo para arriba mi organismo.

      Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,

      porque, como iba diciendo y lo repito,

      ¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,

      y siempre, mucho tiempo, siempre, siempre!

      Idilio muerto

      Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita

      de junco y capulí;

      ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita

      la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

      Dónde estarán sus manos que en actitud contrita

      planchaban en las tardes blancuras por venir;

      ahora, en esta lluvia que me quita

      las ganas de vivir.

      Qué será de su falda de franela; de sus

      afanes; de su andar;

      de su sabor a cañas de mayo del lugar.

      Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,

      y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!".

      Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

      Intensidad y altura

      Quiero escribir, pero me sale espuma,

      Quiero decir muchísimo y me atollo;

      No hay cifra hablada que no sea suma,

      No hay pirámide escrita, sin cogollo.

      Quiero escribir, pero me siento puma;

      Quiero laurearme, pero me encebollo.

      No hay toz hablada, que no llegue a bruma,

      No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

      Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

      Carne de llanto, fruta de gemido,

      Nuestra alma melancólica en conserva.

      Vámonos! Vámonos! Estoy herido;

      Vámonos a beber lo ya bebido,

      Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

      La copa negra

      La noche es una copa de mal. Un silbo agudo

      del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler.

      Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste,

      la onda aún es negra y me hace aún arder?

      La tierra tiene bordes de féretro en la sombra.

      Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.

      Mi carne nada, nada

      en la copa de sombra que me hace aún doler;

      mi carne nada en ella

      como en un pantanoso corazón de mujer.

      Ascua astral... He sentido

      secos roces de arcilla

      sobre mi loto diáfano caer.

      ¡Ah, mujer! Por ti existe

      la carne hecha de instinto. ¡Ah, mujer!

      Por eso ¡oh negro cáliz! aun cuando ya te fuiste,

      me ahogo con el polvo

      ¡y piafan en mis carnes más ganas de beber!

      Líneas