pidió que le llevasen el desayuno a su habitación. No tenía ningún motivo para volver a tener que soportar otro tenso encuentro con Mikhail. De hecho, cuanto menos lo viese antes de marcharse, mejor. Eligió su ropa con cuidado: un vestido camisero de color azul y una chaqueta, y se maquilló más de lo habitual para ocultar las sombras que había bajo sus ojos.
Lara la llamó por teléfono para decirle que el helicóptero que la llevaría al aeropuerto estaba preparado. Había una nota de satisfacción en la voz de la glamurosa rubia que incluso Kat advirtió. Estaba segura de que Lara se alegraba de verla marchar y le sorprendió que la joven le hubiese caído bien durante unos días, porque era evidente que la amabilidad de Lara nunca había sido sincera. ¿Sería porque sentía celos por la relación que había tenido con su jefe? ¿Estaría Lara enamorada de Mikhail?
Ya se habían llevado sus maletas y Kat subió las escaleras de cristal por última vez. Pensó que no iba a echarlas de menos. Oyó a la tripulación preparando el despegue del helicóptero. Acababa de salir a la luz del sol de un precioso día cuando Mikhail apareció, sorprendiéndola, porque había pensado que no volvería a verlo antes de marcharse. Vestido con un ligero traje beis de diseño y con una corbata de seda de color bronce, estaba muy guapo y parecía tranquilo. Y Kat pensó con tristeza que no había nada en él que sugiriese que había pasado la noche sin dormir.
Mikhail la miró fijamente y entrecerró los ojos negros. Estaba muy serio.
–Kat...
–Adiós –le dijo ella, sonriendo con decisión.
–No quiero decirte adiós... –respondió él, cerrando la boca inmediatamente, como si aquellas palabras hubiesen salido de ella sin su consentimiento.
–Pero debemos hacerlo –replicó Kat con dignidad, despidiéndose de Stas con una inclinación de cabeza.
–Te equivocas...
Kat frunció el ceño y centró su atención en el helicóptero y en todo el ajetreo que había a su alrededor.
–Quédate... –le pidió Mikhail de repente.
Ella volvió a mirarlo, con incredulidad.
–¿Qué has dicho?
–Que quiero que te quedes conmigo.
–Pero si ya está todo organizado para que me marche. ¡Si lo has organizado tú! –le recordó enfadada.
El piloto se acercó a ellos e informó a Mikhail de que el helicóptero estaba preparado para despegar.
Mikhail ni lo miró, pero cuando Kat dio un paso en su dirección, una mano la agarró con fuerza para evitar que se moviera.
–¡Quédate! –insistió Mikhail entre dientes.
–¡No puedo! –le gritó ella, perpleja por su comportamiento y paralizada al darse cuenta de que se le estaban llenando los ojos de lágrimas con la tensión.
La tristeza que había sentido durante las últimas veinticuatro horas estaba a punto de aflorar.
Mikhail la retuvo delante de él. La miró a los ojos y Kat vio en los de él una urgencia que no había visto nunca antes.
–Necesito que te quedes –murmuró él con voz ronca–. Necesito que te quedes porque no puedo dejarte marchar.
Y aquella súplica la conmovió y le hizo escuchar y observar como ninguna otra cosa lo habría conseguido. Durante un estresante minuto, había creído que Mikhail había hablado impulsivamente, por capricho y, sobre todo, motivado por el deseo sexual. Pero que un hombre tan autosuficiente y reservado como Mikhail le dijese que la necesitaba, le pareció muy serio.
–Me estás haciendo daño en los brazos –murmuró ella, temblorosa, porque la estaba agarrando con demasiada fuerza.
Él juró y abrió las manos para soltarla. Luego le dijo a Stas algo en ruso antes de tomar a Kat en brazos para volver al interior del yate con ella.
–No es posible que esté pasando esto... ¡No está bien! –protestó ella con vehemencia.
–Es la primera cosa que he hecho bien en toda la semana –le informó Mikhail con convicción mientras la llevaba hasta su terraza privada, donde se sentó en un sofá con ella todavía entre sus brazos–. Vas a quedarte conmigo, moyo zolotse...
A Kat le estaba divirtiendo mucho su comportamiento.
–No es posible que cambies así de opinión en el último momento.
Él la retó con la mirada.
–Si me doy cuenta de que he tomado una decisión errónea, debo rectificar, ¿no? Kat... ¿tienes idea de las pocas veces que he admitido en mi vida que estaba equivocado?
Kat estaba segura de que era cierto. Ella había tenido que convencerse a sí misma de que tenía que dejarlo y había tenido que hacer un enorme esfuerzo para guardar la compostura frente a aquel reto. No obstante, el repentino cambió de opinión de Mikhail hizo que se pusiera más a la defensiva que nunca.
–No puedo quedarme contigo –le repitió con voz temblorosa y sin su energía habitual–. Tengo una vida y una familia con la que volver, Mikhail.
Hizo una pausa y después continuó:
–Habías terminado conmigo. Se había acabado... era lo que tú querías...
–Si se hubiese terminado de verdad, te habría dejado marchar. El acto de retenerte ha sido un instinto visceral –le confesó Mikhail.
¿Un instinto visceral? ¿Qué podía hacer Kat en esas circunstancias? Tan pronto quería deshacerse de ella como quería que se quedase allí.
–¿Y qué pasa ahora? –le preguntó en un susurro.
De repente tenía frío y estaba temblando a pesar de estar entre sus brazos.
–Te llevaré a casa conmigo.
Kat arqueó las cejas.
–¿Que me llevarás a casa contigo? ¿Ahora me he convertido en una mascota?
–Te estoy pidiendo que vengas a vivir conmigo. Es la primera vez que le pido algo así a una mujer –le reveló Mikhail.
Kat lo pensó, sorprendida por la propuesta y asustada por las imágenes que aparecían de repente en su mente. Aquello era un compromiso. Un compromiso mucho mayor que hacer de acompañante y amante de un hombre en un yate y durante un mes. Sí, era un compromiso, pensó un tanto aturdida, y de repente las lágrimas que tanto había luchado por contener le inundaron el rostro.
–¿Qué te ocurre? –le preguntó Mikhail, limpiándoselas.
–¡Nada! ¡Que tengo el lagrimal flojo! –respondió ella, poniéndose a la defensiva y secándose el rostro con impaciencia–. No puedo irme a vivir contigo. También me he comprometido...
–¿Con tus hermanas? Me ocuparé de ellas como si fuesen de mi propia sangre –le aseguró Mikhail sonriendo de repente.
–Pero tengo que arreglar lo de la posada, hacer gestiones...
–Déjamelo todo a mí. Vendrás a vivir conmigo, me cuidarás y te ocuparás de mi casa. No tendrás nada más de lo que preocuparte de ahora en adelante. ¿Entendido?
Kat cerró los ojos con fuerza porque seguía con ganas de llorar y contuvo un sollozo. Lo quería y lo odiaba al mismo tiempo: lo quería por reconocer que habían tenido algo especial y lo odiaba por haber esperado para decírselo hasta el último momento.
–¿Y si vuelves a cambiar de opinión? –le preguntó–. ¿Y si dentro de un par de semanas ya no es eso lo que quieres?
–Es un riesgo que estoy dispuesto a asumir. Siempre seré sincero contigo. No quiero perderte.
Kat se tragó el nudo que tenía en la garganta e intentó volver a respirar con normalidad. Suponía que no podía esperar mucho más de él.