sus hermanas.
Cuando Kat llegó, Mikhail estaba en una reunión, así que dejó las bolsas de las compras y se sentó en el despacho de Lara mientras Ark esperaba en el pasillo.
Lara cruzó la habitación para saludarla con una sonrisa bastante tensa y se inclinó a estudiar la esmeralda que colgaba de su cuello.
–¿Puedo verla? –preguntó en tono educado.
Kat se ruborizó y asintió. La otra mujer debía de pensar que era una joya demasiado elegante para ponérsela para ir de compras y Kat estaba de acuerdo con ella, pero lo que importaba era lo que pensaba Mikhail, al que le encantaba vérsela puesta.
–Es impresionante –comentó Lara con envidia mientras retrocedía–. Dicen que el jefe nunca se había gastado tanto dinero en un regalo, debes de sentirte muy orgullosa de ti misma.
Ella arqueó las cejas sorprendida y miró a la rubia con curiosidad, sin saber si esta había querido decir lo que ella había interpretado.
–Yo no lo siento así. Simplemente estoy... feliz –le contestó.
En realidad, le ofendía que Lara pudiese pensar que solo estaba con Mikhail por su dinero.
–Por supuesto que estás feliz. ¿Y quién no? Suka! –exclamó Lara con brusquedad.
En ese momento, y sin que ninguna de las dos mujeres se diese cuenta, Ark asomó la cabeza por la puerta.
–Bueno, pues yo podría contarte algo que te borraría esa vanidosa sonrisa de la cara –añadió Lara.
Kat la miró con frialdad.
–No creo que sea buena idea, Lara –le advirtió.
–¡Te lo voy a decir, quieras o no! –replicó la otra mujer–. ¿Recuerdas la noche anterior al día que te ibas a marchar del yate? Pues Mikhail la pasó conmigo... ¡Ya ves cuánto le importas!
Kat palideció. Un sudor frío le recorrió el cuerpo y se dio cuenta de que tenía las palmas de las manos húmedas. Por un momento, no pudo entender lo que la otra mujer le estaba diciendo, solo supo que la estaba atacando verbalmente. También estaba empezando a recordar la noche que había pasado sola, dando vueltas en la cama, y que Mikhail había llamado a su puerta. Se le hizo un nudo en el estómago.
–¿No te diste cuenta de que también se acostaba conmigo? –continuó Lara–. Siempre lo ha hecho. Yo no le exijo nada. Siempre estoy disponible...
Kat recuperó las fuerzas de repente y se puso en pie. Apartó la mirada de la rubia furiosa que tenía delante y salió por la puerta. Ni siquiera tomó el ascensor ni escuchó lo que le decía Ark y se dirigió a las escaleras. Necesitaba estar un rato a solas para poder pensar sobre lo que Lara le acababa de contar y lo que iba a hacer al respecto. Bajó las escaleras de emergencia corriendo, sin querer ver ni hablar con nadie en el estado en el que se encontraba. Salió del edificio y se mezcló con la gente que a esas horas iba a comer.
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, caminó sin saber adónde se dirigía. Solo el hecho de no llevar unos zapatos hechos para andar tanto la hizo entrar en una cafetería. Allí se sentó y se tomó un té, aturdida, como si acabase de tener un accidente y se hubiese dado un golpe en la cabeza. Entonces oyó sonar su teléfono y lo sacó, vio que tenía seis llamadas perdidas de Mikhail y lo apagó porque no quería hablar con él, no tenía que hablar con él, se consoló. Estuvo allí un buen rato, intentando ordenar sus pensamientos.
Lara era una joven preciosa, llamativa y sofisticada, el tipo de mujer que ella siempre había pensado que debía de gustarle a Mikhail. ¿Por qué iba a contarle Lara una mentira así? De hecho, le gustase o no, todo parecía indicar que le había dicho la verdad. Si estaba tan segura de que ella no había pasado aquella noche con Mikhail, era porque la había pasado en su cama. El resto de noches Kat y Mikhail habían dormido en la habitación de este, pero aquella noche de la que Lara le había hablado, Kat había dormido en la suya propia. Y Mikhail había tenido motivo y oportunidad para pasarla con otra. ¿La habría aprovechado? ¿Habría tenido relaciones con su secretaria desde antes de conocerla a ella? Kat se estremeció solo de pensarlo y se sintió dolida, celosa y cada vez más desesperada. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto con el hombre al que amaba?
En su despacho, después del escándalo causado por la repentina marcha de Kat, Mikhail pensó en algunas malas decisiones que había tomado. Su expresión era dura como el granito. En aquel momento de crisis, estaba empezando a descubrir que su estricta política de moderación con Kat tenía un serio defecto. La moderación le había dado una patada en los dientes cuando menos se lo había esperado: Kat ni siquiera le respondía al teléfono. Y se había marchado, estaba perdida, disgustada, tal vez lo suficiente como para hacer alguna tontería, como ponerse delante de un autobús o algo así, pensó él con miedo.
Mientras se le enfriaba el té, Kat se dio cuenta de que, fuese lo que fuese a hacer, lo primero debía ser volver a Danegold Hall, la casa de campo de Mikhail. Su pasaporte, sus documentos importantes y todo lo que significaba algo para ella estaban allí. Así que fue a la estación de ferrocarril. Habría preferido evitar a Mikhail, pero también tenía que ser práctica y no podía salir de su vida sin reflexionar y hacer planes antes. En cualquier caso, si Mikhail era listo, evitaría los efectos colaterales de la revelación de Lara, eso, si la secretaría había admitido lo que había hecho. Ark había escuchado parte de la conversación y Kat estaba segura de que se la contaría a su hermano Stas, quien, a su vez, trasladaría a Mikhail lo que pensase que debía saber.
Durante el viaje en tren, Kat ni siquiera se fijó en el paisaje, solo podía ver las imágenes que iban apareciendo en su mente. Intentó recordar todos los momentos en los que había visto a Lara y a Mikhail juntos para buscar alguna prueba de lo que Lara le había contado. Lo que más le sorprendió fue que siempre había tenido la sensación de que Mikhail trataba a Lara como si fuese un mueble de oficina más, aparentemente ajeno a su belleza y atractivo. Kat no había visto ningún gesto cercano entre ambos. De hecho, su relación laboral era distante y formal.
¿Era posible que a Mikhail se le diese tan bien engañar? ¿Era capaz de tratar a su amante como si solo fuese su empleada? Kat frunció el ceño, porque con ella siempre había sido más natural y directo, así que ella siempre se había dado cuenta de cuando algo lo molestaba o le preocupaba. Pero él mismo había comentado que era extraordinariamente hábil a la hora de leerle el pensamiento. Ella había estado a punto de responderle que era porque lo quería y que eso hacía que se esforzase más en observarlo. Por eso sabía que cuando arqueaba una ceja de una determinada manera estaba molesto, que cuando movía las manos o las juntaba estaba enfadado, y que cuando apretaba los labios solía estar preocupado.
Por otra parte, los hombres no solían darle importancia a las relaciones sexuales casuales, aunque se extendiesen en el tiempo. En ese aspecto, podían tratar el sexo como si tuviese el mismo valor que una comida. ¿Habría estado divirtiéndose Mikhail con Lara mientras ella intentaba decidir si se acostaba o no con él? La idea era humillante, dolorosa. Hasta ese momento, Kat no se había dado cuenta de lo mucho que había valorado la aparente disposición de Mikhail a esperarla ni su propia suposición de que él no se estaba acostando con ninguna otra mujer en ese espacio de tiempo.
Cuando bajó del tren, Kat dio por hecho que tendría que llamar a un taxi y esperar, porque no había informado a nadie de a qué hora iba a llegar, pero uno de los conductores de Mikhail se acercó a ella y tuvo que subirse al Bentley muy a su pesar. ¿Era posible que Mikhail hubiese adivinado que volvería tan pronto a Danegold Hall? ¿Le tocaría discutir con él acerca de Lara? Porque si él estaba en casa y ella iba a marcharse, tendría que darle algún tipo de explicación. Se tranquilizó pensando que eran raras las ocasiones en las que Mikhail iba a casa al mediodía y se preguntó si podría solucionar la despedida con una nota, en la que le diría algo sin sentido, pero que no fuese desagradable, como que pensaba que las cosas entre ellos no funcionaban.
Tendría que odiarlo, pensó muy dolida, preguntándose qué le pasaba. Tal vez estuviese todavía en estado de shock y no podía pensar con claridad, sorprendida de que Mikhail no fuese