Chris Colfer

Un cuento de magia


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si simplemente le hubiera dicho la verdad. Barrie miraba a su hermana como si ella estuviera al borde del colapso mental y, para ser justos, lo estaba.

      –¿Hace cuánto que no te gusta la caridad? –le preguntó.

      –Casi una semana –le contestó.

      –¿Y recuerdas el incidente que te hizo cambiar de parecer?

      –Sí, todo comenzó cuando llené accidentalmente una habitación con flores –dijo, olvidándose de alterar su historia–. Ehm… quiero decir, había una mujer sin hogar que se estaba sintiendo mal y yo llené la habitación de flores para animarla. Pero era la habitación equivocada, una habitación en la que, honestamente, no tenía permitido ingresar. Por lo que quité las flores antes de que alguien me atrapara.

      –Está bien… –dijo Barrie–. Pero antes de ese momento, nunca te había desagradado la caridad, ¿verdad?

      –Para nada –dijo–. Antes de eso, no creía que fuera capaz de que no me gustara la caridad.

      –Entonces es eso –dijo–. Solo tuviste un mal día. Y nunca debes dejar que un día cambie lo que eres. Nunca podemos estar seguros de nada en la vida, especialmente si solo la vivimos una vez.

      –¿No podemos? –le preguntó Brystal con una mirada esperanzada.

      –Claro que no –le contestó Barrie–. Si fuera tú, regresaría a la Casa para los Desamparados y le daría otra oportunidad para asegurarme de que realmente no me gusta. Solo de esa manera sabría si me preocupa estar expuesto a ella.

      Si bien su hermano no tenía idea de lo que en verdad le molestaba, Brystal pensó que le había dado un consejo excelente. Después de todo, es necesario hacer más de un viaje en barco antes de convertirse en marinero; tal vez con la magia ocurría algo similar. Quizás le tomarían años de práctica antes de preocuparse por poner su vida en riesgo. Y, como Barrie sugirió, siempre estaba la posibilidad de que toda la dura experiencia haya sido un accidente y nunca más vuelva a ocurrir. Bien o mal, para su propio bienestar, Brystal tendría que descubrirlo.

      La noche siguiente, luego de terminar de limpiar la biblioteca, regresó a la biblioteca privada para Jueces en el primer piso. Se colocó sus gafas de lectura, tomó La verdad sobre la magia de Celeste Weatherberry del estante y lo abrió en la página con el texto antiguo. Luego de respirar profundo y rezar en silencio, leyó el encantamiento en voz alta para probar que era un hada de una vez por todas.

      –Elsune elknoon ahkelle-enama, delmune dalmoon ahktelle-awknamon.

      Brystal temía mirar, por lo que se tapó los ojos. Al principio, no percibió ni oyó nada, por lo que decidió espiar la habitación entre sus dedos. Nada parecía haber cambiado en lo más mínimo y sus ánimos comenzaron a renacer. Miró las paredes conteniendo el aliento, a la espera de que las flores se materializaran nuevamente, pero nunca aparecieron. Sus ojos se llenaron de lágrimas y dejó salir un suspiro largo de alivio que se tornó en una risa agradecida y duradera.

      –Barrie tenía razón –dijo–. Nunca debemos dejar que un día cambie lo que…

      De pronto, las páginas de La verdad sobre la magia comenzaron a brillar. Unos orbes de luz blanca lentamente brotaron del libro y llenaron la habitación oscura. A medida que estos se esparcían, se tornaban cada vez más y más pequeños, creando una ilusión de profundidad en todas direcciones hasta convertir a la biblioteca entera en una galaxia infinita.

      Brystal se puso de pie y miró a su alrededor, sorprendida. No solo había confirmado que la magia en sus venas era real, sino que nunca antes había imaginado que fuera capaz de crear algo tan hermoso. La magia era tan trascendental que Brystal se olvidó de dónde estaba. No se sentía como si estuviera de pie en la biblioteca privada, sino flotando en su propio universo estrellado.

      –¡SEÑORITA BAILEY! ¡¿QUÉ EN EL NOMBRE DE CHAMPION ESTÁ HACIENDO?!

      La voz sobresaltó a Brystal y todos los orbes en la habitación se desvanecieron de inmediato. Al recuperar el foco de sus ojos, notó que la puerta de metal se había abierto sin que lo notara. El señor Woolsore estaba parado frente a ella con dos guardias armados y los tres la miraban como si fuera la criatura más desagradable que jamás hubieran visto.

      –¡Esa es la muchacha de la que les he estado advirtiendo! –gritó el señor Woolsore y la señaló con un dedo tembloroso–. ¡Les he estado diciendo por meses que estaba tramando algo! ¡Pero nadie me creyó! ¡Creían que estaba loco por creer que una muchachita como ella era capaz de hacer tales cosas! ¡Ahora, miren, hemos atrapado a una bruja en el acto!

      –¡Señor Woolsore! –dijo Brystal–. ¡Espere, lo puedo explicar! ¡Esto no es lo que parece!

      –¡Guarda tus mentiras para el Juez, bruja! ¡Te hemos atrapado con las manos en la masa! –gritó el bibliotecario y volteó hacia los guardias–. No se queden ahí parados, ¡atrápenla antes de que lance otro hechizo!

      Brystal se había preparado para varias situaciones en la que la atrapaban en la biblioteca privada de los Jueces, pero nunca pensó que ocurriría cuando estaba conjurando magia. Antes de que tuviera oportunidad de defenderse, los guardias cargaron contra ella y la sujetaron con todas sus fuerzas de los brazos.

      –¡No! ¡No lo entiende! –le rogó–. ¡No soy una bruja! ¡Por favor, se lo suplico! ¡Déjeme probárselo!

      A medida que los guardias sacaban a Brystal de la habitación, el señor Woolsore le quitó las gafas de lectura de su rostro y las partió a la mitad.

      –No las necesitarás a dónde vas –le dijo–. ¡Llévensela!

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