al principio del segundo mes de empleo. Una noche, Brystal entró a la biblioteca y encontró al señor Woolsore agachado buscando algo debajo de un mueble.
–¿Señor Woolsore? ¿Puedo ayudarlo con algo? –le preguntó.
–Estoy buscando Champions de los Champions, volumen tres –le contestó el señor Woolsore–. Un estudiante lo pidió esta tarde y parece haberse desvanecido de los estantes.
Lo que el bibliotecario no sabía era que Brystal había tomado prestado ese libro la noche anterior. Presionó su abrigo con más fuerza alrededor de sus hombros para que el bibliotecario no viera que llevaba el libro debajo de su brazo.
–Estoy segura de que está aquí en algún lugar –dijo–. ¿Le gustaría que lo ayudara a buscar?
–No, no, no –gruñó y se puso de pie–. El asistente debe haberlo guardado en el lugar incorrecto, ¡hombre tonto! Solo déjalo sobre el mostrador si aparece mientras limpias.
Una vez que el señor Woolsore se marchó, Brystal dejó Champions de los Champions, volumen tres sobre el mostrador. Fue una solución simple para una situación igual de simple, pero Brystal no quería experimentar otra situación más complicada para que la atraparan. A fin de evitar cualquier riesgo futuro, decidió que sería mejor dejar de llevarse libros a su casa. De ahora en más, luego de que terminara de limpiar, se quedaría en la biblioteca a leer. Algunas veces, no regresaba a casa hasta primera hora de la mañana y tenía que escabullirse por una ventana para entrar.
Al principio, Brystal aceptó el cambio en su plan. La biblioteca vacía era un lugar muy tranquilo por la noche y el lugar perfecto para perderse en un buen libro. Algunas veces, la luna brillaba tanto a través del techo de cristal que ni siquiera necesitaba un farol para ver las páginas. Desafortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que Brystal se sintiera demasiado cómoda con el nuevo lugar.
Una mañana, Brystal se despertó por las campanas de la catedral, pero esta vez sonaban distinto. En lugar de un tintineo distante que la despertaba gradualmente, un estruendo metálico la hizo poner de pie enseguida. El ruido fue tan repentino y alarmante que estaba desconcertada. Cuando finalmente tomó consciencia de su paradero, recibió la segunda sorpresa de la mañana: no estaba en su habitación. ¡Aún estaba en la biblioteca!
–¡Ah no! –suspiró–. ¡Me quedé dormida leyendo! ¡Papá se pondrá furioso si se entera que estuve afuera toda la noche! ¡Tengo que llegar a casa antes de que mamá note que mi habitación está vacía!
Brystal se guardó las gafas de lecturas en su vestido, reordenó los libros que había estado leyendo en un estante cercano y salió corriendo de la biblioteca tan rápido como pudo. Afuera, las campanas de la catedral causaban un huracán de ruidos en la plaza central. Brystal se tapó los oídos, pero de todos modos le resultó difícil mantenerse derecha, ya que era azotada por onda tras onda de sonido. Corrió por el camino del este y llegó a la casa de los Evergreen justo cuando el último golpe de la campana sonó. Al llegar, la señora Evergreen estaba parada en el pórtico del frente, mirando frenéticamente en todas direcciones en busca de su hija. Sus hombros se desplomaron casi hasta sus pies cuando vio a Brystal corriendo hacia ella.
–¿En dónde demonios has estado? –le gritó–. ¡Casi me matas del susto! ¡Casi llamo a la Guardia Real!
–¡Lo siento, mamá! –dijo Brystal, respirando con dificultad–. Pu… pue… puedo explicarlo…
–¡Será mejor que tengas una buena razón por la que no estabas en la cama esta mañana!
–¡Fue… fue… fue un accidente! –dijo Brystal y rápidamente creó una excusa–. Me quedé despierta hasta tarde haciendo las camas en la Casa para los Desamparados… las camas se veían tan cómodas que no pude resistir acostarme en una de ellas… ¡Lo próximo que escuché fueron las campanas esta mañana! Oh, por favor, ¡perdóname! ¡Iré adentro y lavaré los platos de la cena enseguida!
Brystal intentó entrar a la casa, pero la señora Evergreen le bloqueó el paso.
–¡Esto no es por los platos! –dijo su madre–. ¡No te imaginas el miedo que me hiciste sentir! ¡Me convencí a mí misma de que estabas muerta en algún callejón en algún lugar! ¡No me vuelvas a hacer esto! ¡Nunca más!
–No lo haré, lo prometo –dijo Brystal–. En verdad, solo fue un accidente tonto. No quería preocuparte. Por favor, no le cuentes a papá sobre esto. Si se entera que estuve afuera toda la noche, no me dejará asistir nunca más al voluntariado en la Casa para los Desamparados.
Brystal estaban con tanto pánico que no estaba segura de si su actuación era convincente o no. La mirada detrás de los ojos de su madre era difícil de descifrar. La señora Evergreen parecía convencida y escéptica a la vez, como si supiera que su hija no estaba diciendo la verdad pero que elegía creer sus mentiras.
–Este voluntariado… –dijo la señora Evergreen–. Sea lo que sea, debes ser más cuidadosa si no quieres perderlo. Tu padre no tendría problema en sacártelo si piensa que te está convirtiendo en una persona irresponsable.
–Lo sé –dijo Brystal–. Nunca más volverá a ocurrir. Lo juro.
La señora Evergreen asintió y suavizo su mirada tensa.
–Está bien. Puede que solo te vea unos pocos minutos por la mañana, pero noto que este voluntariado te está haciendo feliz –dijo–. Eres una persona distinta desde que empezaste. Es bueno verte tan alegre. Odiaría que cualquier otra cosa cambiara eso.
–Me hace muy feliz, mamá –dijo Brystal–. De hecho, jamás pensé que podía ser tan feliz.
A pesar de la felicidad de su hija, algo en el entusiasmo de Brystal hacía que la señora Evergreen se viera notablemente triste.
–Bueno, eso es maravilloso, cariño –dijo con una sonrisa poco convincente–. Me alegra oírlo.
–No pareces muy alegre –le dijo Brystal–. ¿Qué ocurre, mamá? ¿No se supone que sea feliz?
–¿Qué? No, claro que no. Todos merecen un poco de felicidad de vez en cuando. Todos. Y nada me hace más feliz que saber que eres feliz, es solo que… que…
–¿Qué?
La señora Evergreen le esbozó una sonrisa a su hija nuevamente, pero esta vez Brystal sabía que era genuina.
–Extraño que estés cerca, eso es todo –confesó–. Ahora, ve arriba antes de que tu padre o tus hermanos te vean. Yo prepararé los platos mientras tú limpias. Cuando hayas terminado, puedes ayudarme en la cocina. Felices o no, el desayuno no se prepara solo.
La semana siguiente, Brystal siguió el consejo de su madre con mucha seriedad. Para evitar quedarse dormida en la biblioteca de nuevo, limitó su horario de lectura nocturna a solo una hora luego de terminar con sus tareas nocturnas (dos horas como mucho si encontraba algo que le parecía muy interesante) antes de prepararse y regresar a casa. No podía leer todo lo que quería, pero cada segundo que pasaba en la biblioteca era mejor que nada.
A las altas horas de una noche, mientras buscaba algo para leer, Brystal se encontraba dando un paseo por un corredor largo y serpenteante en el primer piso. De todos los sectores de la biblioteca, comprendió que este era su menos favorito, ya que siempre necesitaba mucha limpieza. Los estantes estaban repletos de colecciones de registros públicos viejos y ordenanzas desactualizadas, por lo que no era ningún misterio por qué este lugar estaba prácticamente olvidado.
Mientras Brystal revisaba los estantes al final del corredor, un libro que se encontraba por encima de todo le llamó la atención. A diferencia de todos los registros con tapa de cuero que lo rodeaban, este tenía una cubierta de madera y prácticamente pasaba desapercibido sobre el estante de madera.
Nunca