Heidi Rice

Un amor de juventud


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      –¿Disgustarme? ¿Qué has hecho tú para disgustarme?

      –He mencionado tu ruptura, te la he recordado. Ha debido ser terrible para ti romper tu noviazgo.

      –Alison –dijo él con una nota de condescendencia en la voz–. En primer lugar, no me has causado ningún disgusto. Quien me ha sacado de mis casillas es ella con su comportamiento de insufrible niña mimada. Te ha hecho una herida…

      –Ha debido ser un accidente –lo interrumpió Ally, enternecida por la preocupación que mostraba Dominic.

      –Conociendo a Mira, lo dudo mucho –dijo él–. Y, en segundo lugar, la ruptura no me ha causado ningún disgusto. Ese noviazgo ha sido un error y habría sido mucho peor si me hubiera casado con ella.

      –Pero… has debido estar enamorado de ella en algún momento, ¿no?

      –¿Eso crees? –dijo Dominic con una cínica sonrisa–. ¿Por qué piensas que he debido estar enamorado?

      –Porque… porque ibas a casarte con ella –¿no era evidente?

      Dominic ladeó la cabeza y se la quedó mirando.

      –Ya veo que eres igual de romántica que cuando tenías diez años –declaró Dominic con un claro paternalismo.

      –No tenía diez años cuando nos conocimos, tenía trece –le corrigió ella.

      –¿En serio? –Dominic empleó un tono burlón–. Ah, tan mayor.

      Ally, sumamente incómoda, cambió de postura en el asiento. Ya no era una niña, tenía veinticinco años. Y aunque su experiencia sexual fuera muy limitada, lo compensaba con creces lo mucho que le había tocado vivir.

      –Puede que fuera romántica entonces, pero ya no lo soy –declaró Ally.

      –En ese caso, ¿por qué creías que yo tenía que estar enamorado de Mira? –preguntó Dominic como si eso fuera lo más ridículo del mundo.

      –Quizá porque tenías pensado pasar el resto de la vida con ella –respondió Ally sarcásticamente.

      –Nuestra relación no era una relación amorosa –dijo Dominic en tono pragmático mientras seguía tratándole la herida–. Necesitaba casarme, tener esposa, para asegurarme un buen negocio, y Mira cumplía los requisitos necesarios. Al menos, eso era lo que pensaba yo. Pero aunque no me hubiera dado cuenta a tiempo del error que estaba a punto de cometer, se suponía que nuestro matrimonio no iba a durar más de unos cuantos meses.

      –¿Era un matrimonio con fecha de caducidad? –preguntó ella, atónita por el cinismo de Dominic.

      –Puede que me equivocara al proponerle a Mira que se casara conmigo, pero no soy tan imbécil como para atarme a ella durante el resto de mi vida… ni a ninguna otra mujer –concluyó Dominic.

      –Entiendo –dijo Ally, aunque no lo entendía.

      De repente, se acordó del día en que había sorprendido a Dominic fumando en uno de los jardines del castillo de su padre, después de que este se hubiera estado metiendo con él durante el almuerzo y de que le hubiera llamado algo, en francés, que ella no había entendido pero que se había tratado de algo malo.

      –No deberías fumar, es malo para la salud. Papá se va a enfadar contigo –le había dicho ella.

      –Ve y chívate si quieres, Allycat. A él le va a dar igual.

      Entonces había sonreído de la misma manera que estaba sonriendo ahora, pero entonces ella había notado tristeza en su mirada y se había dado cuenta de que el insulto le había dolido más de lo que aparentaba. Sin embargo, ahora no veía tristeza en los ojos de Dominic, solo humor por la ingenuidad de ella.

      Dominic acabó de vendarle la herida.

      –Bueno, ya está –anunció él pasándole una mano por la pierna, y ella tembló–. ¿Qué tal?

      –Bien –respondió ella, y se sonrojó cuando Dominic lanzó una ronca carcajada. ¿Se había dado cuenta Dominic de que no estaba pensando solo en su pierna?

      Una sonrisa sensual curvó los labios de él.

      Sí, lo sabía.

      Dominic apoyó ambas manos en los brazos del sillón para incorporarse, encajonándola durante unos segundos.

      El corazón le latía con una fuerza vertiginosa, igual que otras partes de su cuerpo, cuando él le ofreció una mano.

      –Vamos a ver qué tal andas –dijo Dominic.

      Cruzaron la estancia para ver qué tal andaba.

      –¿Sigues bien? –preguntó Dominic sonriendo.

      –Sí, todo bien –respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

      –¿Te apetece una copa? –Dominic le soltó la mano para acercarse al mueble bar que tenía entre las estanterías.

      –¿Has dicho en serio eso de pedirme un coche para que me lleve a casa? –preguntó ella, porque no quería beber y después ir hasta el East End de Londres en bicicleta.

      –Por supuesto.

      –En ese caso, me encantaría tomar una copa. Gracias.

      –¿Qué te apetece? Tengo whisky, ginebra, brandy… –Dominic abrió la puerta del mueble bar y añadió–: ¿Una copa de Merlot? ¿Un refrescante Chablis?

      –Cómo se nota que eres francés –bromeó ella.

      –Cést vrai. Soy francés. Me tomo el vino muy en serio –declaró Dominic enfatizando su acento francés, y la hizo sonreír.

      –El Merlot suena bien –contestó Ally.

      Dominic sirvió una copa de vino y le rozó los dedos al dársela. El brazo volvió a picarle, pero esta vez ni la asustó ni se avergonzó de ello. Estaba excitada.

      –¿Bon? –preguntó Dominic.

      –Muy bueno.

      Dominic apoyó la cadera en el mueble bar y se cruzó de brazos, y Ally pudo ver la contracción de sus pectorales a través del tejido de la camisa blanca de lino.

      –¿Tú no bebes? –preguntó Ally.

      –Ya me he tomado un whisky esta noche. Además, quiero mantener la cabeza despejada.

      –¡Ah!

      Quería preguntarle por qué sentía la necesidad de mantener la cabeza despejada, pero la sensual sonrisa de Dominic se lo impidió.

      Se distrajo con la sorprendente belleza del rostro de Dominic, sumamente viril. Tomó otro sorbo de vino y dejó que el calor del alcohol se extendiera por su torso. Aquello era mucho mejor que pedalear hasta Whitechapel en medio de un chaparrón.

      –¿Te gusta la vista? –preguntó él con voz profunda y en tono burlón.

      Ally parpadeó, cegada por el ardor de esa sonrisa. Momentáneamente.

      Las mejillas le ardieron.

      «Por favor, Ally, deja de mirarlo y di algo, cualquier cosa».

      –¿De qué negocio se trata? –preguntó ella.

      –¿Negocio? –Dominic arqueó las cejas.

      –Sí, el negocio por el que estabas dispuesto a casarte sin amor.

      –Un negocio sumamente importante para mí –contestó Dominic–. Hay un extenso terreno urbanizable frente al paseo marítimo de Brooklyn, el único de esas características en los cinco distritos. Quiero hacerme con él y construir; principalmente, casas. Por desgracia, es propiedad de un grupo de hombres que se niegan a entrar en tratos con alguien que consideran… Cómo lo diría… ¿de dudosa moral? Durante la primera etapa del proyecto sobre todo, mi vida privada debe dar la impresión de ser sólida y estable. Tenía pensado