que la veía desnuda, el único que la había tocado, que la había acariciado…
Arqueó las caderas y gimió cuando él volvió a acariciarle el clítoris con el pulgar.
–¿Te gusta esto? –preguntó él, pero ahora sin tocarla.
–Sí, sí… más, por favor… –no le importaba que Dominic notara su desesperación. Quería volver a sentir ese glorioso alivio.
–¿Puedo tocarte yo también? –preguntó ella.
El profundo gruñido que él emitió junto a su garganta fue una bendición.
–Oui.
Ally le acarició el pecho y sintió la contracción de los pectorales. Le sintió temblar de pies a cabeza al rodearle el miembro. Sintió pánico momentáneamente al sopesar el tamaño y dureza del pene de Dominic. ¿Sería posible que eso tan grande y duro le cupiera dentro?
Pero cuando el dedo pulgar de Dominic volvió a acariciarle el clítoris todo pensamiento la abandonó.
Ally le acarició mientras él también la acariciaba. Pero mientras que las caricias de Dominic eran firmes y seguras, las suyas eran tímidas e indecisas. No obstante, le produjo un inmenso placer el estremecimiento de él cuando le tocó la punta del pene. Podía sentir el ardor de él, igual que el suyo. Separó las piernas y alzó las caderas, incapaz de controlar el deseo. Dominic le introdujo un dedo y ella casi enloqueció.
–Estás muy estrecha. Hace bastante que no haces el amor, ¿verdad? –preguntó él.
Ally asintió, ¿qué otra cosa podía hacer? Nunca había sentido semejante placer.
–Vamos, córrete, ma chérie –dijo Dominic.
Y, sin más, Ally alcanzó el clímax. Lanzó un ronco grito y una gloriosa sensación la envolvió. Pero cuando flexionó los dedos se dio cuenta de que aún tenía agarrado el rígido y duro miembro de él.
Dominic abrió un cajón de la mesilla de noche, sacó un sobre y lo abrió. Entonces, le apartó la mano de su erección.
–Ya no aguanto más –murmuró él con urgencia.
Dominic se puso el preservativo y entonces la penetró. Ally sintió un agudo dolor y ahogó un grito.
–¡Merde! –Dominic se detuvo.
Ally se mordió el labio para no gritar. El intenso placer que había sentido se tornó en dolor, pero lo peor fue la expresión horrorizada que vio en el rostro de Dominic.
Se había dado cuenta.
Ally se movió en un intento por acomodar mejor el miembro de Dominic dentro de ella, albergaba la esperanza de recuperar el deseo que había desaparecido de súbito.
–No te muevas –gruñó él–. No quiero hacerte aún más daño.
–No te preocupes, no me duele.
–No mientas. Es la primera vez, ¿verdad?
Ally quería mentir, no quería ver la expresión de culpabilidad de él. Pero no podía hacerlo, era demasiado evidente.
–Sí, pero no tiene importancia –respondió ella en un susurro.
–Será mejor que salga de dentro de ti.
–No, no, por favor –Ally lo agarró por los hombros–. No pares. No quiero que pares.
El dolor había disminuido y la llama del deseo empezaba a arder de nuevo.
–Maldita sea, Alison, no sabes lo que me pides. No estoy seguro de poder tener el cuidado necesario.
–No quiero que tengas cuidado, Dominic. Lo único que necesito es que me trates como a una mujer.
«Trátame como si fuera tu mujer».
Esa idea estúpida y romántica se hizo eco en su mente.
–No soy una mujer delicada. Sé lo que quiero.
«Y lo que quiero eres tú».
Ally enterró los dedos en los cabellos de él, animándole a continuar. Dominic lanzó una maldición, pero le acarició la mejilla y le pasó el pulgar por los labios.
–D´accord, ma belle –susurró él con los ojos oscurecidos y la mirada intensa.
Entonces, lentamente, se introdujo por completo dentro de ella. El extremo del pene le acarició un punto en su interior y ella jadeó, un delicioso estremecimiento de placer le recorrió el cuerpo.
–¿C´est bien? –preguntó Dominic, su perfecto inglés le había abandonado.
–Sí –gimió ella–, muy bien.
Dominic se movió despacio al principio, pero sus empellones se tornaron más rápidos y con la misma intensidad que el ardor de ella.
Oleadas de placer la sacudieron una vez más. Le agarró con fuerza mientras una salvaje tormenta la absorbía. Sus gemidos se tornaron en gritos mientras se sentía como si el cuerpo se le estuviera derritiendo y, en ese momento, Dominic se dejó caer sobre ella, acompañando sus gritos y gemidos con los suyos.
Agotada, exhausta, Ally se abrazó a él.
«Es solo sexo. Es solo una noche. No significa nada».
Pero no podía ignorar que, después de doce años, sus sueños se habían convertido en realidad. Y la espera había merecido la pena.
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