convertía a la caza en algo más que una aventura. Lo sentía como una experiencia espiritual tal cual nos había enseñado mi madre durante largas noches de historias y cantos.
Mi madre, cuyo nombre era !Gä, en referencia al color rojo de su pelo, nos reunía en noches iluminadas con la hoguera central de la aldea y nos relataba en tono ceremonial historias impregnadas del maravilloso, peculiar y conmovedor sentido de humanidad que debemos cultivar, donde lo fraternal une a animales, plantas, cosas y humanos. Donde las estrellas, la luna y el sol juegan a ser dioses sin ser omnipotentes, permitiéndole a la vida buscar sus diversos caminos, al ser la muerte de cualquier ser viviente un pasaje más de la larga cadena de la historia de la existencia.
En el medio de esos relatos era bastante común que ejerciera su paciente autoridad para reprendernos.
—¡Kóro, no te distraigas, escucha atentamente el relato de la humanidad! –repetía con aires de autoridad–. Comprenderás mucho de nuestros actos, tendrás claridad al observar a la mantis39 cuando se enfrenta irguiendo sus patas ante cualquier enemigo, sentirás en tu piel por qué el león atrapa a un venado sabiendo que alguna vez en otra vida también fue presa, entenderás por qué la liebre tiene el labio partido y es tan veloz. Estos conocimientos, Kóro, te harán mejor cazador, pero lo más importante, mejor persona.
Este argumento, aunque sabio, era repetido una y otra vez, hasta que las palabras tomaban su verdadero sentido. A pesar de lo reiterado, siempre sus dichos me provocaban diferentes sensaciones, que venían a mi memoria cuando compartía danzas y cantos, cuando capturaba, más con astucia que con armas, a pequeños lagartos y aves. La danza y la caza, de manera gradual, se transformaban en cuestiones vitales de mi vida. Si bailaba tenía nuevas sensaciones, sentía que me llenaba de energía, que me transformaba en pleno salto en una gacela o si me arrastraba en ritmos sinuosos me sentía como una serpiente poderosa. A veces me preguntaba qué había sido antes, en otra vida, ¿un avestruz hecho con plumas y viento o quizás una minúscula larva que tarde o temprano se convertiría en alimento o en una hermosa mariposa dueña de los aires y de los colores? Presentía –en el fondo lo anhelaba– haber sido un animal importante. Quizás un león poderoso ávido de carne fresca y latiente o un diligente lobo amaestrado que junto al cazador buscaba la presa y la acorralaba en su destino de muerte. Esas imágenes mentales y mi alocada imaginación asaltaban siempre mi cabeza afiebrada de ideas y fantasías. Me reconfortaba pensar que sería reconocido como un importante cazador, respetuoso de mis hermanos animales, querido y admirado por mi pueblo.
Como pasaba a menudo, cuando mis pensamientos caían en cascada, haciéndome olvidar el espacio y el tiempo, anunciaban que algo, quizás apenas perceptible, pero importante, estaba por suceder. Presentía.
Aquella mañana, la brisa se detuvo. La naturaleza bajó su rápida inercia y comenzó a expresarse de forma extraña. Me parecía que el tiempo no existía, que era un viaje muy largo y recién lo comenzaba, solo algunas cosas y seres de manera exigua mostraban señales de vida, quizás, aunque ahora inertes habían sido personas, animales o plantas en otros tiempos. Miré la roca donde estaba apoyado. Acaricié con mis manos su redondez, reconfortado por la suavidad que transmitía. El sol se reflejaba en su parte superior. Abajo, en su sombra, quieto, me repetía: “Si no me muevo, no existo”. Un pequeño escarabajo distrajo mis delirios. Respiré para alimentar mi espíritu y sentí que otra vez viajaba despierto. El reflejo del sol en la piedra se dividió, una parte comenzó a caer hacia un lado, dando una nueva sombra que recorrió la arena junto a la piedra. Pensé, es otro sueño, otra sombra que juega conmigo. Pero la naturaleza despertó. Un grupo de aves alzaron vuelo a puro graznido, el viejo lobo40 de Kóro aulló lejos, detrás de la aldea, su sonido era más agudo y lastimoso. El extraño viento frío provocó un remolino repentino alrededor de mí que me hizo perder el contacto con el suelo, hasta caer y golpear con el rostro, mordiendo la tierra.
El sol me cegó por un instante, pero al final de un breve parpadeo ya se había nublado, alcé la vista y divisé ya lejos la bandada de grullas azules41 trazando una desordenada línea en el horizonte. Algo aturdido, eché una mirada al cielo y allí encontré el enigma a tanta rareza momentánea. Había otro sol y se movía velozmente. Me derrumbé de rodillas y atiné a taparme los ojos con mis manos. “¿Otro sol…?”, le pregunté al aire. Volví a mirar su intensa luz y observé tembloroso cómo se alejaba dejando una estela de fuego lejos, muy lejos, hasta caer detrás del horizonte.
Comprendí al recordar repetidos relatos de !Gä y grité con desesperación: “¡Gaunu…,42 es ¡Gaunu, la gran estrella, un gran hechicero ha muerto, su corazón se ha caído, allá detrás del gran pozo de agua. Es la señal…, es la señal”, dije esta vez en un susurro.
Me quedé tieso durante un infinito momento. ¿Era real o había tenido una de esas extrañas visiones? Sin pensarlo más, me levanté y giré sobre mis pies descalzos, tomé mi morral y eché a correr hacia la aldea, desgarrando mi taparrabo de tanto apuro.
Irrumpí, para sorpresa de todos, con desparpajo y sin respeto en la choza. El olor a incienso era fuerte y fue la primera barrera a mi angustia. El jadeo no me dejaba emitir una palabra. Apoyé mis manos sobre las rodillas, trataba de recuperarme. Un gemido llamó mi atención, me quedé atónito, cuando descubrí que en un rincón había un bebé recién nacido.
—Es una niña –murmuraba mi madre a las ancianas. –Por un momento, la alegría, invadió mi ser y olvidé al sol caído y pensé: “¡Una hermana...!”. !Gä, mi madre, bañada en sudor, sentada en la esterilla junto a dos matronas, dibujaba sonrisas en su rostro y las regaba con lágrimas de ternura.
Como de soslayo me miró y con su suave voz me dijo:
—Su nombre es //Auru,43 es tu hermana. –La contemplé un momento y me pareció ver cómo su sombra jugueteaba con ella. Debía ser el cuero de la puerta que se movía por el viento, pero la sombra tuvo un giro curioso, como si tuviese vida propia. Fue en ese instante cuando tuve un mareo, quizás las fuertes emociones, mis torpes pies o la suma de todos ellos, me hicieron perder el equilibrio y caí de bruces junto a la pequeña. Levanté la cabeza y observé su moreno rostro. Algo en ella me llamó la atención, tenía una marca en la frente como una gota con una larga cola. Enmudecí.
Cuando me disponía a contar lo sucedido, una sombra cubrió aquella escena. Todos voltearon para mirarla. Era ≠Giri, la chamán, imponente y bella, con sus pechos elevados, sus caderas bien pronunciadas y sus glúteos prominentes. Era hermosa, respetada por muchos y deseada por todos en la aldea. Se acercó a la niña nacida y la revisó detenidamente, luego volteó su rostro y me dijo:
—La señal ha llegado, ha dejado su marca en la niña y en ti, Kóro, la imagen de un viejo cielo. Hay que preparar el viaje, tenemos tiempo, dentro de diez inviernos será la partida, hay que traerlas a “ellas” de nuevo a nuestra tierra.
Lo último que vi esa noche fue a mi pequeña hermana y a su sombra inquieta; a pesar de lo extraño de la situación no me parecía tan raro después de todo lo sucedido ese día. Cerré los ojos y me dormí en la negrura tibia y acogedora.
Al día siguiente, empecé a procesar mi visión del día anterior; ¿en realidad había sucedido? Comprendí que solo la chamán y yo habíamos sentido la presencia del sol en movimiento, esa visión tenía un valor espiritual, podía ser una vivencia de otro tiempo o de un viejo cielo, quizás de nuestros ancestros, como había dejado entender ≠Giri. Recordé un antiguo relato que la madre de mi madre le había contado y que ella durante muchas noches, especialmente en los crudos inviernos, relataba. Se trataba de una historia, de esas de la primera humanidad, donde otro sol44 había caído desprendido del corazón de un gran chamán que había muerto, lo que ocasionó años de oscuridad y hambruna. Fue un tiempo tallado por la aridez y escasez de animales y plantas comestibles, lo que produjo la huida desesperada de gran parte de la gente con la esperanza de hallar nuevos lugares donde vivir.
Fue la repentina aparición de mi tío lo que me sacó de mis pensamientos; su llegada junto a una cría de loba famélica con un extraño