suceda, la actitud y la futura conducta del estudiante deben cambiar. Pero, aun así, el maestro debe decidir olvidar el pasado.)
Esto, por tanto, es similar a lo que Dios hace cuando borra nuestras rebeliones y no se acuerdo más de nuestros pecados. Como el Gobernador Supremo y Juez, él nos indulta. Como la parte ofendida, él nos perdona y promete no reclamarnos nunca más nuestros pecados. Mediante su muerte, Jesús no solo aseguró nuestro perdón, también nos reconcilió con Dios. Pero, como Pablo dice, “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Corintios 5:18, énfasis añadido). Dios, actuando en la gracia, al enviar a su Hijo a morir por nosotros, fue el iniciador de la reconciliación.
Si has confiado solamente en Jesucristo para tu salvación, eres justificado (un acto legal) y reconciliado (un acto relacional). Ya no eres condenado por Dios. Como Pablo dijo, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1, énfasis añadido). Adicionalmente, Dios ya no está en contra tuya; ahora está a favor tuyo. Nuevamente, como Pablo dijo, “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (8:31). Estos dos maravillosos cambios sucedieron debido a la gracia de Dios y a pesar de nuestro pecado y nuestra culpa: “Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (5:20).
Irreprensibles
El Nuevo Testamento está repleto con textos que aseguran el perdón de Dios a aquellos que han confiado en Jesucristo. Solo un texto de la Escritura sería suficiente para mostrar nuevamente el contraste entre nuestra condición moribunda y el amor, la misericordia y la gracia de Dios al alcanzarnos. Es, incidentalmente, otra instancia de los maravillosos “peros” de Dios.
Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él (Colosenses 1:21-22).
Quiero dirigir tu atención a una de las últimas palabras de este pasaje, “irreprensibles”. ¿Describe esta palabra la manera en que piensas de ti mismo? ¿O frecuentemente, en tu mente, te encuentras a ti mismo en la sala de juicio de Dios escuchando su declaración, “culpable”? Si lo segundo es verdad, no estás viviendo por gracia.
Si nunca has recibido el regalo de la salvación al confiar en Jesucristo, entonces, por supuesto que eres culpable. Ciertamente no estás viviendo por gracia; en lugar de ello, estás bajo la ira de Dios y experimentarás, eventualmente, toda la fuerza de su ira. Esta ira no es aquella de un tirano temperamental que ha perdido el control de sus emociones; en lugar de ello, es la ira calmada, objetiva y legal del Juez que está dictando la más rígida sentencia posible al más violento y recalcitrante criminal. Tu mayor necesidad es confiar en Jesucristo para tu salvación, para el perdón de tus pecados y para el regalo de la vida eterna.
Por otro lado, si has confiado en Cristo como tu Salvador, entonces todas las expresiones del perdón de Dios son verdad en ti. Él ha alejado tus pecados tan lejos está el oriente del occidente. Él los ha puesto tras sus espaldas y los ha echado al fondo del mar. Él los ha borrado de su registro y ha prometido nunca más acordarse de ellos. Eres irreprensible, no porque haya algo en ti, sino solamente por su gracia mediante Jesucristo.
¿Estás dispuesto a creer esta maravillosa verdad y vivir por ella? Probablemente respondas, “Sí creo en ella. Sí creo que mis pecados son perdonados e iré al cielo cuando muera”. Pero, ¿estás dispuesto a vivir por ella hoy, en esta vida? ¿Aceptarás que Dios no solo te salva por su gracia mediante Cristo, sino que también lidia contigo día a día por su gracia? ¿Aceptas el hecho de que la definición bíblica de la gracia (favor inmerecido de Dios mostrado a personas que no lo merecen) aplica para ti no solo en la salvación sino también en tu vida diaria? Este significado de la gracia nunca cambia. Como he dicho anteriormente, la gracia siempre es la misma, ya sea que Dios la ejerza en la salvación o en su trato con nosotros como sus hijos.
Jesús dijo, “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” ( Juan 10:10). ¿Tienes vida, es decir, vida eterna? ¿Has renunciado a toda confianza en tus esfuerzos morales o religiosos y te has vuelto en fe a Jesús para ser vestido con su justicia? Si es así, entonces tienes vida eterna. ¿Pero la vives a plenitud? ¿Estás experimentando la paz de Dios que viene con la salvación y el gozo de Dios que viene al vivir por su gracia diariamente? Si no es así, entonces quizá eres salvo por gracia, pero estás viviendo por obras.
Gracia para otros
La gracia no debe ser solamente recibida por nosotros, sino que es, en cierto sentido, para ser extendida a otros. Digo “en cierto sentido” porque nuestra relación con otras personas es diferente de la relación que Dios tiene con nosotros. Él es un Juez infinitamente superior y el Gobernador moral del universo. Nosotros somos pecadores y estamos en un mismo nivel unos con otros. Así que no podemos ejercer la gracia como Dios lo hace, pero podemos relacionarnos unos con otros como aquellos que han recibido la gracia y que desean operar mediante sus principios.
De hecho, no experimentaremos paz con Dios ni el gozo de Dios si no estamos dispuestos a extender la gracia a los demás. Este es el punto de la parábola que Jesús relató sobre el siervo infiel en Mateo 18:23-24. Él relató la historia de un hombre a quien le fue perdonada una deuda de diez mil talentos (millones de dólares), pero que no estuvo dispuesto a perdonarle a un prójimo que le debía cien denarios (unos pocos dólares). La verdad que no se menciona en la parábola, por supuesto, es que nuestra deuda del pecado con Dios es de “millones de dólares”, mientras que la deuda de los demás hacia nosotros, en comparación, es solamente de unos pocos dólares.
La persona que está viviendo por gracia ve este vasto contraste entre sus pecados contra Dios y las ofensas de los otros contra él. Perdona a otros porque él mismo se percata de que ha sido perdonado por gracia. Se da cuenta que, al recibir el perdón de Dios mediante Cristo, ha renunciado al derecho de ofenderse cuando otros lo lastiman. Él practica la amonestación de Pablo en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
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