aprecies más las vastas riquezas de la gracia de Dios dada a nosotros a través de Cristo.
Algunas personas han desempeñado un papel importante al escribir este libro. Mi pastor, Rick Fite, leyó el manuscrito completo y me reafirmó y alentó en este énfasis de la gracia. Otro amigo, Don Simpson, también leyó el manuscrito y me dio retroalimentación valiosa y sugerencias. Jon Stine, un editor muy entusiasta, constantemente me desafió a aclarar mis pensamientos y a presentar un mensaje bíblicamente balanceado. Un número de amigos, de diferentes partes del país, han orado constantemente por esta obra, pero Grace Peterson ha sido mi Moisés en lo alto del monte, mientras yo luchaba con los “amalecitas” de los conceptos y pensamientos, los cuales frecuentemente no coinciden (referirse a Éxodo 17:8-13 si no estás familiarizado con la analogía bíblica que estoy utilizando).
Jessie Newton, mi asistente administrativa, ha puesto mi manuscrito en una computadora, listo para editarse. Este es el segundo libro que Jessie ha transcrito por mí y ha hecho un trabajo maravilloso.
Mi querida esposa, Jane, ha sido de constante aliento y nunca se ha quejado, ni en palabras ni en actitud, por casi convertirse en una viuda durante los meses que he dedicado mi tiempo libre a escribir este libro.
Sobre todo, Dios mismo ha derramado su misericordia y gracia sobre mí. Confío en que mis esfuerzos no serán en vano y que, a través del mensaje de este libro, muchos crezcan “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).
Capítulo 1
EL DESEMPEÑO INTERMINABLE
¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? Gálatas 3:3
¡Bancarrota! La palabra tiene un sonido horrible. De hecho, es más que una palabra, es una expresión. Significa fracaso, falta de solvencia, incapacidad de pagar las deudas, quizás la ruina financiera. Incluso en nuestra sociedad laxa y permisiva, estar en la bancarrota conlleva cierto grado de desgracia y vergüenza. ¿Puedes imaginarte a un hijo presumiéndole a sus amigos que su papá se ha declarado en bancarrota?
En la esfera moral, la palabra bancarrota tiene una connotación aún más despectiva. Decir que una persona está en la bancarrota moral es decir que él o ella carecen de toda cualidad moral. Es como comparar a esa persona con Adolfo Hitler. Es casi la peor cosa que puedes decir sobre una persona.
Ahora bien, quizá nunca lo hayas pensado de esta manera, pero tú estás en la bancarrota. No me refiero a tu condición financiera o a tus cualidades morales. Puedes estar financieramente tan sólido como el Peñón de Gibraltar y puedes ser la persona más distinguida de tu comunidad, pero aun así estás en bancarrota.
Tú y yo, y todas las personas en el mundo, estamos espiritualmente en la bancarrota. De hecho, toda persona que ha vivido en el mundo, excepto Jesucristo (sin importar su estado moral o religioso) ha estado en la bancarrota espiritual. Lee esta declaración escrita por el apóstol Pablo sobre nuestra bancarrota:
Como está escrito:No hay justo, ni aun uno;No hay quien entienda,No hay quien busque a Dios.Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (Romanos 3:10-12)
No hay justo, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno. Esto es bancarrota espiritual en su estado más absoluto. Usualmente, en un negocio en bancarrota, la compañía aún posee algunos recursos que pueden ser vendidos para pagar parcialmente sus deudas. Pero nosotros no tenemos recursos, nada que le podamos entregar a Dios como pago parcial de nuestra deuda. Incluso “nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” a sus ojos (Isaías 64:6). Éramos indigentes espirituales. Teníamos una deuda que no podíamos pagar.
Entonces aprendimos que la salvación es un regalo de Dios; es completamente por gracia a través de la fe—no por obras, para que nadie se gloríe (Romanos 6:23; Efesios 2:8-9). Renunciamos a la confianza en cualquier justicia propia y nos volvimos en fe a Jesucristo para nuestra salvación. En ese acto esencialmente nos declaramos en bancarrota espiritual.
¿Pero en qué clase de bancarrota nos declaramos? En el mundo de los negocios, las compañías en problemas financieros forzadas a la bancarrota tienen dos opciones, conocidas como capítulo 7 y capítulo 11, de acuerdo a los respectivos capítulos en la reglamentación federal sobre bancarrota. El capítulo 11 trata con lo que podríamos llamar una bancarrota temporal. Esta opción es elegida por una compañía básicamente sana que, dándole tiempo, puede salir de sus problemas financieros.
El capítulo 7 es para la compañía que ha llegado al final de su cuerda financiera. No solo está sumergida en deudas, sino que tampoco tiene futuro como un negocio viable. Se le obliga a liquidar sus recursos y pagarles a sus acreedores, frecuentemente en una proporción muy baja como la de diez centavos por cada dólar. La compañía está acabada. Los dueños o los inversores pierden todo lo que han puesto en el negocio. A nadie le gusta la bancarrota del capítulo 7.
¿Bancarrota temporal o permanente?
Así que, ¿qué tipo de bancarrota declaramos? Para utilizar la analogía de los negocios, ¿caímos bajo el capítulo 7 o bajo el capítulo 11? ¿Fue permanente o temporal? Sospecho que la mayoría de nosotros diría que declaramos la bancarrota permanente. Al confiar solamente en Jesucristo para nuestra salvación, nos percatamos de que no podemos añadir ninguna medida de buenas obras a lo que él ya hizo. Creemos que él pagó completamente nuestra deuda por el pecado y nos aseguró el regalo de la vida eterna. No hay nada más que podamos hacer para ganarnos nuestra salvación, así que, utilizando la analogía de los negocios, diríamos que nos hemos declarado en bancarrota permanente.
Sin embargo, creo que la mayoría de nosotros realmente nos declaramos en bancarrota temporal. Habiendo confiado solamente en Cristo para nuestra salvación, hemos regresado sutil e inconscientemente a una relación de obras con Dios en nuestras vidas cristianas. Reconocemos que incluso mediante nuestros mejores esfuerzos no podemos obtener el cielo, pero creemos que mediante ellos sí podemos obtener la bendición de Dios en nuestra vida diaria.
Después de convertirnos en cristianos comenzamos a hacer a un lado nuestros pecados más evidentes. También comenzamos a asistir a la iglesia, ponemos dinero en el plato de la ofrenda y quizá nos unimos a un pequeño grupo de estudio bíblico, Vemos algunos cambios positivos en nuestro estilo de vida y comenzamos a sentirnos bien con nosotros mismos. Ahora estamos listos para emerger de la bancarrota y pagar con nuestros méritos la vida cristiana.
Entonces viene un día cuando caemos espiritualmente. Regresamos a un antiguo pecado o fallamos en hacer lo que debemos. Debido a que pensamos que ahora estamos por nuestra cuenta, labrando nuestro propio camino, asumimos que hemos perdido todas las bendiciones de Dios por algún periodo indeterminado de tiempo. Nuestra expectativa de la bendición de Dios depende de cuán bien sentimos que estamos viviendo la vida cristiana. Declaramos una bancarrota temporal para entrar en su reino, así que ahora podemos y debemos labrar nuestro propio camino con Dios. Fuimos salvados por gracia, pero vivimos dependiendo de cuán bien nos comportamos.
Si piensas que estoy exagerando, haz esta prueba. Piensa en alguna ocasión reciente en que hayas fallado espiritualmente. A continuación, imagina que inmediatamente después te encontraste en una magnífica oportunidad de compartir el evangelio con un amigo no creyente. ¿Podrías haberlo hecho con la completa confianza en la ayuda de Dios?
Somos legalistas por naturaleza; es decir, naturalmente pensamos que cierta cantidad de desempeño nuestro nos hace acreedores a cierta cantidad de bendiciones de Dios. El apóstol Pedro pensó de esta manera. Después de escuchar la conversación de Jesús con el joven rico, le dijo a Jesús, “Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mateo 19:27). Pedro ya había calculado sus méritos y quería saber cuánta recompensa obtendría.
No solo somos personas legalistas por naturaleza, nuestra cultura cristiana refuerza esta actitud en nosotros. Somos exhortados a asistir a la iglesia regularmente, a tener un tiempo devocional para estudiar nuestras Biblias, orar