Jerry Bridges

La gracia transformadora


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nadie lo dice de esta forma, de alguna manera se crea en nuestra mente la vaga impresión de que es mejor hacer esas cosas, o de lo contrario Dios no nos bendecirá.

      Después nos volvemos a la Biblia y leemos que debemos trabajar en nuestra salvación, buscar la santidad y ser diligentes para añadir a nuestra fe virtudes como la bondad, conocimiento, dominio propio y amor. De hecho, encontramos que la Biblia está llena de exhortaciones a hacer buenas obras y seguir las disciplinas del crecimiento espiritual. Insisto, debido a que somos legalistas por naturaleza, asumimos que nuestro comportamiento o desempeño en estas áreas nos otorgan las bendiciones de Dios en nuestras vidas.

      Lucho contra estas tendencias legalistas incluso a pesar de saber que no debo pensar así. Algunos años atrás, estaba designado para dar una conferencia en una gran iglesia en la costa oeste. Llegué quince minutos antes del servicio dominical y me enteré de que un miembro del personal de la iglesia había fallecido un día antes. La iglesia estaba conmocionada y de luto.

      Contemplando la situación, me percaté de que mi mensaje “desafío a discipular” era totalmente inapropiado. Ese día, la congregación necesitaba ser consolada y animada, no desafiada. Sabía que necesitaba un nuevo mensaje, así que comencé a orar en silencio, pidiéndole a Dios que trajera a mi mente un mensaje adecuado a esta situación. Entonces comencé a calcular mis méritos y deméritos de ese día: ¿Tuve un tiempo devocional en la mañana? ¿Albergué pensamientos lujuriosos o dije alguna mentira? Había caído en la trampa del desempeño.

      Rápidamente reconocí lo que estaba haciendo, así que dije, “Señor, no conozco la respuesta a ninguna de estas preguntas, pero eso no importa. Vengo a ti en el nombre de Jesús y, en base a sus méritos solamente, pido que me ayudes”. Un versículo de la Biblia vino a mi mente y con él, un breve bosquejo de un mensaje que sabía sería apropiado.

      Me dirigí al púlpito y literalmente preparé el mensaje mientras hablaba. Dios contestó mi oración.

      ¿Por qué contestó Dios mi oración? ¿Fue porque tuve un tiempo devocional esa mañana o cumplí ciertas disciplinas espirituales? ¿Fue porque no albergué pensamientos pecaminosos ese día? No, Dios contestó mi oración por una sola razón: Jesucristo ya había comprado esa respuesta dos mil años atrás en una cruz romana. Dios contestó en base a su gracia solamente, no por mis méritos o mis deméritos.

      Uno de los secretos mejor guardados de los cristianos en la actualidad es este: Jesús pagó todo. Me refiero a todo. No solo compró tu perdón de pecados y tu entrada al cielo. Él compró toda bendición y cada respuesta a la oración que recibirás. Cada una de ellas, sin excepción.

      ¿Por qué es un secreto tan bien guardado? Por una razón, tenemos miedo de esta verdad. Tenemos miedo de decirnos, incluso a nosotros mismos, que no tenemos que hacer nada más, que todo el trabajo ha sido hecho. Tenemos miedo de que si realmente creemos esto, seremos perezosos en nuestros deberes cristianos. Pero el asunto central es que realmente no creemos que estemos todavía en bancarrota. Ya que hemos entrado al reino de Dios solamente por gracia y solo por el mérito de Otro, ahora intentamos pagar nuestro andar mediante nuestro comportamiento. Nos declaramos solamente en bancarrota temporal e intentamos ahora vivir por las buenas obras en lugar de por gracia.

      Toda la experiencia cristiana frecuentemente se describe en tres fases distintas: justificación, santificación y glorificación.

      Justificación, es decir, ser declarado justo ante Dios mediante la fe en Jesucristo, es un evento que ocurre una vez en la vida. Es esa ocasión en nuestras vidas cuando fuimos salvados. Es la experiencia de Efesios 2:8: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”.

      Santificación, es decir, crecer en semejanza a Cristo, es una experiencia progresiva durante toda nuestra vida cristiana, desde la salvación hasta la glorificación. La glorificación ocurre en el momento en que partimos de esta vida para estar con Cristo. (Claro está que la glorificación realmente tiene su cumplimiento total en la resurrección, pero incluso aquellos que ahora están con Cristo son descritos como “los espíritus de los justos hechos perfectos” [Hebreos 12:23].)

      Todos los cristianos concuerdan que la justificación es por gracia a través de la fe en Cristo. Y si pensamos en ello, estamos de acuerdo en que la glorificación también es solamente por la gracia de Dios. Jesús compró para nosotros no solo el perdón de pecados (justificación), sino también la vida eterna (glorificación). Pero la santificación, toda la experiencia cristiana entre la justificación y la glorificación, es otra historia. En el mejor de los casos, se mira la vida cristiana como una mezcla de desempeño personal y la gracia de Dios. No es que conscientemente hayamos pensado todo esto y concluido por ejemplo que nuestra relación con Dios este basada en un 50% en el desempeño y un 50% en la gracia. Más bien lo asumimos inconscientemente y este pensamiento emerge de nuestro legalismo innato, reforzado y alentado por la cultura cristiana en la que vivimos.

      De acuerdo a esto, nuestra perspectiva de la vida cristiana puede ser ilustrada por la siguiente secuencia:

      De acuerdo a esta ilustración, nuestro concepto de la vida cristiana es una secuencia que va de la gracia a las obras y regresa a la gracia. Sin embargo, la principal tesis de este libro y la verdad que espero demostrar es que esa ilustración debe verse así:

      Es decir, que toda la vida cristiana, desde el inicio hasta su final, es vivida en base a la gracia que Dios nos da a través de Cristo.

      Regresemos a la analogía de la bancarrota. Si bien es cierto la bancarrota permanente es tan devastadora, existe un lado positivo. El asediado hombre de negocios por fin es libre. Ya no le debe nada a nadie. Sus deudas no fueron completamente pagadas, pero al menos fueron canceladas. Ya no recaen sobre su cabeza; ha sido liberado de las llamadas telefónicas, las demandas y las amenazas de sus acreedores. No pueden acosarlo más. Este hombre de negocios puede estar humillado, pero al menos es libre.

      Mientras tanto, el hombre de negocios que se declaró en bancarrota temporal aun lucha para salir adelante. Ha conseguido un respiro de sus acreedores por un periodo de tiempo, pero debe trabajar a marchas forzadas para sacar su negocio a flote. Eventualmente debe pagarle a sus acreedores. Este hombre de negocios no ha sido liberado. En lugar de ello, se encuentra en la banda sin fin del desempeño.

      Sin embargo, todas las analogías humanas de la verdad espiritual finalmente se quedan cortas. Nunca podrán reflejar la historia completa, como podemos observar en la analogía de la bancarrota. El hombre de negocios que se declaró en bancarrota permanente no está completamente liberado. Es libre de sus deudas anteriores, pero no de las que incurra en el futuro. Han borrado el pasado de su pizarra, pero debe empezar de nuevo y tratar de mantener su futuro limpio. En el mundo de los negocios, por tanto, no existe realmente una bancarrota permanente en el sentido de tener libertad en cuanto al comportamiento futuro.

      Pero las buenas noticias de la Biblia son que, en la esfera espiritual, sí existe una bancarrota total y permanente. No funciona como la bancarrota comercial; es mucho mejor en dos maneras muy significativas.

      Primero que todo, en el mundo de los negocios las deudas de la bancarrota permanente nunca se pagan por completo. Los acreedores aceptan una cantidad menor, la cual reciben de los recursos que la empresa liquida. Ni el hombre de negocios en bancarrota ni los acreedores quedan satisfechos. El hombre de negocios, si tiene consciencia, se siente culpable por las deudas que no pagó; y los acreedores no están contentos debido al pago total que no recibieron.

      En contraste, la deuda total del cristiano ha sido pagada por la muerte de Cristo. La ley de Dios y la justicia de Dios han sido completamente satisfechas. La deuda de nuestros pecados ha sido marcada con un “¡Pagada por completo!”. Dios está satisfecho y nosotros también. Tenemos paz con Dios y somos librados de la consciencia culpable (ver Romanos 5:1; Hebreos 10:22).

      En segundo lugar, no solo la deuda ha sido completamente pagada, no existe la posibilidad de caer nuevamente en deuda. Jesús pagó la deuda