Sigmund Freud

Sigmund Freud: Obras Completas


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muestras de espanto y denotando que ve plásticamente todo aquello de que habla. Por mi parte, me esfuerzo en rectificar su idea de los manicomios, y le aseguro que en adelante podrá oír hablar de estos establecimientos sin que ello suponga relación alguna con su propia persona. Estas palabras devuelven a su rostro la serenidad.

      Luego continúa su relación de recuerdos atemorizantes. Teniendo quince años encontró un día a su madre tendida en el suelo, conmocionada por los efectos de un rayo caído en las proximidades, y cuatro años después, al volver un día a su casa, la halló muerta, con el rostro todo contraído. Naturalmente, me es mucho más difícil debilitar estos recuerdos. Después de largas explicaciones le aseguro que en adelante tampoco verá ante sí tales imágenes sino de un modo muy borroso y pálido. Por último me cuenta que, teniendo diecinueve años, alzó una piedra, y al ver un sapo bajo ella perdió el habla durante algunas horas.

      En esta hipnosis me convenzo de que sabe todo lo que en la sesión anterior sucedió, mientras que en estado de vigilia no recuerda nada de ello.

      10 de mayo, por la mañana. -Hoy ha tomado, por vez primera, un baño de salvado, en lugar del baño caliente habitual. La encuentro con expresión malhumorada y contraída, envueltas las manos en un chal y quejándose de frío y dolores. A mis preguntas, responde que los dolores se los ha producido la incomodidad del baño en el que se ha bañado, demasiado corto. Durante el masaje comienza de nuevo a reprocharse su indiscreción del día anterior con respecto al doctor Breuer; la tranquilizo con la piadosa mentira de que sabía todo lo sucedido antes de contármelo ella, y de este modo desaparece su excitación (chasquidos, contracción del rostro). Mi influencia sobre la enfermedad se manifiesta ya siempre desde el comienzo de la sesión de masaje. Recobra la tranquilidad y la claridad intelectual, y encuentra, sin necesidad de interrogarla en la hipnosis, los motivos de su malestar anterior. La conversación que mantiene conmigo durante el masaje no es tampoco tan falta de significación como parece, sino que contiene la reproducción casi completa de los recuerdos y nuevas impresiones que han influido sobre ella desde nuestra última entrevista, y recae con frecuencia, inesperadamente, sobre reminiscencias patógenas, que la misma enferma se prohibe sin necesidad ya de invitación por mi parte. Sucede como si se hubiera apropiado mi procedimiento y utilizara la conversación aparentemente sin objeto y guiada tan sólo por la casualidad para completar la hipnosis. De este modo llega hoy a hablar de su familia, y mediante toda clase de rodeos, a la historia de un primo suyo -hombre raro y de inteligencia limitada-, al que sus padres hicieron extraer en una sesión toda la dentadura. Este relato se desarrolla acompañado de gestos de espanto y repetida exclamación de la fórmula protectora: «iEstése quieto! iNo me hable! iNo me toque!» Después vuelve a serenarse su fisonomía y se muestra alegre y contenta. Compruebo, pues, que su conducta en el estado de vigilia es determinada por la experiencia adquirida en el estado de sonambulismo, de la cual, despierta, creía no saber nada.

      En la hipnosis vuelvo a preguntarle qué es lo que le ha disgustado, y recibo las mismas respuestas, pero en orden inverso: 1.a Su indiscreción del día anterior. 2.a Los dolores causados por la incomodidad del baño. Hoy le pido me explique la significación de las frases «¡Estése quieto!», etc., y me dice que cuando tiene ideas angustiosas teme ver interrumpido su curso, pues entonces se embrolla aún más su pensamiento y crece su malestar. La frase «¡Estése quieto!» se explica por el hecho de que las figuras de animales que se le aparecen en estados de malestar adquirían movimiento y se arrojaban sobre ella en cuanto alguien hacía un movimiento ante su vista. Por último, la advertencia «¡No me toque usted!» se enlaza a los siguientes sucesos: 1º. Su hermano, enfermo por el abuso de la morfina, padecía terribles ataques, y en uno de ellos (teniendo la paciente diecinueve años) la había asido fuertemente entre sus brazos. 2º. Un conocido suyo había sufrido un súbito ataque de locura hallándose de visita en su casa, y la había agarrado de un brazo. 3º. Un caso análogo que no recuerda con precisión. 4º. Su hija menor, en el curso de una enfermedad, se le había abrazado, delirando, al cuello con tanta fuerza, que casi la ahoga. Cuándo este último suceso, tenía la paciente veintiocho años. No obstante pertenecer estos sucesos a tan diversas épocas, la paciente me los refiere en rápida sucesión y dentro de una sola frase, como si constituyeran un único acontecimiento en cuatro actos. Advirtiendo que la función de la fórmula protectora es guardarla de la repetición de sucesos semejantes, hago desaparecer por sugestión tal temor y consigo así que no vuelva a pronunciarla.

      Al volver por la tarde la encuentro muy contenta. Riendo, me cuenta haberse asustado de un perrito que le ha ladrado en el jardín. Sin embargo, observo en ella cierta excitación interna, que sólo desaparece después de preguntarme si me ha desagradado una observación que me hizo el día anterior durante eI masaje y negarlo yo. Hoy, después de un intervalo de sólo catorce días, ha vuelto a presentársele el período. Le prometo conseguir su regularización por medio de la sugestión hipnótica, y fijo en la hipnosis un intervalo de veintiocho días.

      Además le pregunto si recuerda lo último que hubo de relatarme y si no tiene idea de que ayer nos quedara algún punto por aclarar. Pero, como era lo correcto, comienza por referirse a la frase «¡No me toque!», de la que tratamos en la sesión matinal de hipnosis. Tengo, pues, que retrotraerla al tema del día anterior, en el cual la había interrogado sobre el origen de su tartamudeo periódico, recibiendo por toda contestación un rotundo «No lo sé». Por esta razón le había encargado que recordase dicho extremo hasta la hipnosis de hoy, en la cual me da, sin reflexión previa ninguna, pero muy excitada y con interrupciones espasmódicas del habla, la respuesta siguiente: «Cuando una vez se desbocaron Ios caballos del coche en que iban mis hijas, y cuando otra vez iba yo en coche con ellas por el bosque, y cayó un rayo en un árbol delante de los caballos, y los caballos se espantaron, y yo pensé: Ahora tienes que procurar no hacer ruido ninguno, pues si gritas, los caballos se asustarán más y el cochero no podrá retenerlos. Entonces empezó el tartamudeo.» Este deshilvanado relato la ha excitado extraordinariamente. Luego me dice que el tartamudeo se inició a raíz del primero de los sucesos referidos pero desapareció a poco, retornando después del segundo, análogo, para hacerse ya crónico. Borro el recuerdo plástico de tales escenas y la invito luego a representárselas de nuevo. La paciente da muestras de intentarlo, pero ya sin alterarse. A partir de aquí habla durante la hipnosis corrientemente, sin interrupción ninguna espasmódica.

      Como la encuentro bien dispuesta a proporcionarme aclaraciones, le pregunto también qué otros acontecimientos de su vida la han asustado igualmente, hasta el punto de conservar su recuerdo plástico. En su respuesta incluye una serie de tales sucesos: 1º. Un año después de la muerte de su madre se hallaba en casa de una señora francesa, amiga suya. Ésta la envió, en unión de otra muchacha, a buscar un diccionario en una habitación contigua, y al penetrar en ella vio levantarse de una cama a una persona idéntica a la que había dejado en la habitación de la que venía. Ante tan extraña aparición quedó como clavada en el suelo. Luego le dijeron que se trataba de un muñeco preparado para embromarla. Por mi parte, le explico que aquello tuvo que ser una alucinación, y apelo a su buen juicio actual, consiguiendo que desaparezca de su fisonomía toda señal de alteración. 2º. Su hermano, enfermo por el abuso de la morfina, sufría terribles ataques, en los cuales la asía fuertemente, asustándola. De este mismo suceso me había hablado ya esta mañana, y como prueba le pregunto en qué otras ocasiones la había asido alguien con violencia. Para mi mayor satisfacción y sorpresa reflexiona esta vez largo rato y pregunta luego, insegura: «¿Mi hija pequeña?», siéndole ya imposible recordar los otros dos sucesos análogos que por la mañana me había referido. Así, pues, mi prohibición y el sugerido desvanecimiento de tales recuerdos han obrado eficazmente. 3º. Hallándose junto al lecho de su hermano, una tía suya, que había acudido con el empeño de convertirle al catolicismo, asomó de repente su pálido rostro por encima de un biombo. Observando haber llegado aquí a la raíz de su constante temor a las sorpresas, le pregunto cuáles otras ha experimentado, obteniendo la siguiente serie: 1ª. Un amigo, que pasaba temporadas en su casa, solía entrar furtivamente en las habitaciones y asustar a los que en ellas estaban. 2ª. Después de la muerte de su madre enfermó de algún cuidado, y le fue prescrita una cura de aguas en determinado balneario. Hallándose en éste, una loca, hospedada en su mismo hotel, se equivocó varias noches de habitación y entro en la suya, llegando hasta la misma cama. 3ª. En su viaje desde Abazia