acabó por asustarla tanto, que llamó al revisor.
Como final, borro todos aquellos recuerdos, despierto a la paciente y le aseguro que aquella noche dormirá bien, suprimiendo por hoy la sugestión correspondiente en la hipnosis. De la mejoría de su estado general testimonia su observación de que hoy no ha dedicado un solo momento a la lectura. Ella, que, llevada antes por su interior tranquilidad, tenía siempre que estar haciendo algo, vive ahora en un feliz ensueño.
11 de mayo, por la mañana. -Hoy es el día señalado por el doctor N. para reconocer a la hija mayor de la paciente, que se ha quejado de trastornos de la menstruación. Encuentro a mi enferma algo intranquila; pero su excitación se manifiesta ahora por signos somáticos más débiles que antes. De vez en vez exclama: «Tengo miedo; tanto miedo, que me parece que voy a morirme.» Le preguntó si es acaso el doctor N. quien le inspira temor, y me responde que tiene miedo, pero no sabe a qué ni a quién. Hipnotizada luego, antes de la visita del doctor N., me confiesa que tiene miedo de haberme ofendido con una observación que me hizo ayer durante el masaje, observación que ahora le parece descortés. También le tiene miedo a todo lo nuevo, y, por tanto, al nuevo médico. Logro tranquilizarla, y luego, despierta ya, se conduce muy bien en la visita del doctor N. Tan sólo dos veces da alguna muestra de sobresalto, pero no tartamudea ni chasca la lengua. Terminada la visita, vuelvo a hipnotizarla para hacer desaparecer un posible resto de excitación. Está muy satisfecha de su conducta y pone grandes esperanzas en su curación. Por mi parte, aprovecho estas manifestaciones para demostrarle que no hay por qué asustarse de lo nuevo, que también puede ser bueno.
Por la tarde la encuentro muy tranquila, y en la conversación que mantenemos antes de la hipnosis, se descarga de muchos reparos y escrúpulos. En la hipnosis le pregunto cuál es el suceso de su vida que ha dejado en ella un efecto más duradero y surge con mayor frecuencia en su memoria. Respuesta: «La muerte de mi marido.» La invito a relatarme este suceso con todo detalle y así lo hace, dando muestras de profunda emoción, pero sin tartamudear ni chascar la lengua.
Hallándose ambos en un lugar de la Riviera que les gustaba mucho, iban un día de paseo, y al atravesar un puente, su marido sufrió un ataque cardiaco y cayó al suelo, donde permaneció como muerto algunos minutos; pero se repuso pronto y pudo volver a casa por su pie. Poco tiempo después, estando ella en la cama, convaleciente de un parto, su marido, que almorzaba a su lado en una mesita, se levantó de repente, la miró con expresión extraña y cayó muerto al suelo. Ella se tiró de la cama y mandó llamar al médico, pero todo fue inútil. La paciente hace aquí una pausa y continúa luego: «La niña que por entonces había yo dado a luz, y que sólo contaba unas semanas, estuvo enferma durante más de seis meses, y yo misma tuve también que guardar cama con pertinaces fiebres.»
A continuación, adoptando una expresión de enfado, como cuando nos referimos a una persona de la que estamos hartos, expone, cronológicamente ordenadas, todas las molestias y preocupaciones que su hija menor le ha causado; «Durante mucho tiempo se había mostrado extraña y anormal; gritaba y lloraba de continuo; no dormía, y sufría una parálisis de la pierna izquierda, de cuya curación llegaron a desesperar los médicos. A los cuatro años tenía visiones, y no andaba ni hablaba, de manera que llegaron a creerla idiota. Los médicos declararon que padecía meningitis, mielitis y otras diversas afecciones graves.»
Al llegar aquí la interrumpo, indicándole que aquella niña goza hoy de una floreciente salud normal, y la despojo de la posibilidad de ver nuevamente aquellos tristes sucesos, no sólo desvaneciendo el recuerdo plástico, sino expulsando de su memoria toda la reminiscencia, como si jamás hubiese existido en ella. Asimismo, le prometo que de este modo cesará la temerosa espera de sucesos desgraciados que de continuo la atormentan y desaparecerán los dolores generales, de los que precisamente ha vuelto a quejarse durante su relato, después de no haber hablado de ellos en varios días.
Para mi sorpresa, inmediatamente después de mi última sugestión, comienza a hablar del príncipe L., cuya fuga de un manicomio constituía por entonces el suceso del día, y manifiesta nuevas representaciones terroríficas referentes a los establecimientos de este género, tales como la de que para calmar a los enfermos se los somete a duchas heladas o se los sujeta a un aparato giratorio que los hace dar vueltas rápidas. Tres días antes, cuando me expresó por vez primera su miedo a los manicomios, había yo interrumpido sus manifestaciones al terminar de contarme una primera historia -la de que los enfermos eran amarrados a sillas-, y observo ahora que tales interrupciones son contraproducentes, y que lo mejor es escuchar hasta el final las manifestaciones de la enferma sobre cada punto concreto. La dejo, pues, agotar ahora el tema y borro las nuevas imágenes terroríficas, apelando a su buen juicio actual, y argumentando que debe prestar a mis palabras mayor crédito que a las temerosas historias relatadas por una estúpida criada.
Observando que tartamudea un poco, le pregunto nuevamente de qué procede aquel defecto. Silencio. «¿No lo sabe usted?» «No.» «¿Por qué?» (Con violencia y enfado.) «¿Por qué? Porque no bebo.» En esta manifestación creo ver un resultado de mis sugestiones; pero en seguida expresa el deseo de ser despertada, y yo accedo a ello.
12 de mayo. -Contra mi esperanza, ha dormido poco y mal. La encuentro muy angustiada, pero sin que su angustia se revele con los habituales signos somáticos. No quiere decir lo que le pasa, y manifiesta únicamente haber tenido malos sueños y continuar viendo las mismas cosas. «¡Qué espanto si de repente adquiriesen vida!» Durante el masaje me hace varias preguntas que la apaciguan, y luego me relata la vida que hace en sus posesiones, a orillas del Báltico, nombrándome a las personas importantes que residen en ciudades vecinas y van a pasar temporadas a su casa, etc.
Hipnosis. -Ha tenido sueños horribles. Las patas y los respaldos de las sillas se convertían en serpientes; un monstruo con pico de buitre se arrojaba sobre ella y la devoraba; otras fieras la perseguían, etc. Luego pasa a relatar otros delirios zoológicos, distinguiéndolos de los anteriores con la advertencia: «Esto es verdad» (y no un sueño): Así, cuenta que una vez (hace ya tiempo) fue a coger del suelo un vellón de lana, y cuando llegaba casi a tocarlo vio que echaba a correr, pues era una rata blanca; otra vez, yendo de paseo, vio acercarse a ella, saltando, un repugnante sapo… Observo, pues, que mi prohibición general ha sido totalmente inútil y que habré de desvanecer por separado cada una de estas impresiones temerosas. En el curso del diálogo llego a preguntarle por qué ha tenido también dolores de estómago, y cuál es el origen de los mismos. Por lo que había observado, estos dolores se le presentaban siempre que tenía un ataque de zoopsia. De mala gana me responde que no sabe nada de lo que le pregunto, y le doy de plazo hasta mañana para recordarlo. Entonces, francamente malhumorada ya, me dice que no debo estar siempre preguntándole de dónde procede esto o aquello, sino dejarla relatarme lo que desee.
Accedo a ello, y sin otros preliminares, me dice: «Cuando se lo llevaron fuera, aún no podía yo creer que estuviera muerto.» (Me habla, pues, nuevamente, de su marido, y de este modo reconozco la causa de su mal humor en el hecho de haber sufrido bajo los efectos de los restos retenidos en esta historia.) Después odió durante tres años a su hija menor, pues se decía que si el embarazo y el parto no se lo hubiesen impedido, hubiera podido cuidar mejor a su esposo y quizá salvarle. Al quedarse viuda no tuvo, además, sino disgustos y contrariedades. La familia de su marido, que se había opuesto al casamiento, y a la que luego irritaba la felicidad de que gozaban, pretendió que le había envenenado; hasta tal extremo, que ella estuvo a punto de pedir se iniciase una investigación judicial para dejar patente su inocencia. Por medio de un odioso testaferro, le plantearon luego toda clase de litigios. Este abyecto individuo disponía de agentes, que actuaban contra ella, y publicaba en los periódicos locales artículos difamantes, enviándole luego los recortes. De esta época procede su misantropía y su odio a las personas nuevas para ella. Después de las palabras apaciguantes que enlazo a su relato, se manifiesta más tranquila.
13 de mayo. -También ha dormido poco a causa de los dolores de estómago. Anoche no ha cenado. Además, se queja de dolores en el brazo izquierdo. Sin embargo, la encuentro tranquila y de buen humor. Desde ayer me trata con especial atención. Me pregunta mi opinión sobre cosas muy diversas que cree importantes, y se preocupa y excita sobre manera cuando, por ejemplo, no hallo en el sitio de costumbre los paños necesarios para el masaje, y tengo