de repente por qué los animales pequeños crecen ante su vista hasta adquirir proporciones gigantescas. La primera vez que vio algo semejante fue en una obra teatral, en la que salía un inmenso lagarto. Este recuerdo la había atormentado durante todo el día anterior.
El retorno del chasquido procede de que ayer tuvo dolores de vientre, y se esforzó en no revelarlos, sollozando; del verdadero origen del mismo, tal y como me lo relató en una sesión anterior, no sabe ya nada. Recuerda que ayer le encargué que averiguase el origen de sus dolores de estómago pero no le ha sido posible, y solicita mi ayuda. Le pregunto si alguna vez se ha forzado a comer después de haber experimentado una impresión intensa.
Mi suposición resulta exacta. Al morir su marido perdió durante mucho tiempo el apetito, y sólo el deber de vivir para sus hijas la hacía sustentarse. Por entonces comenzó a padecer dolores de estómago. Con algunos pases sobre el epigastrio los hago desaparecer, y la paciente me habla luego espontáneamente de aquello que la ha excitado. «Le he dicho a usted que durante algún tiempo no quise a mi hija menor; debo añadirle ahora que nadie pudo advertir en mi conducta una tal falta de cariño. He hecho por ella todo lo necesario. Todavía hoy me reprocho querer más a la mayor.»
14 de mayo. -Está bien y contenta. Ha dormido hasta las siete y media, y sólo se queja de leves dolores en la mano, la cabeza y la cara. La conversación, en la que la enferma se desahoga, dando libre curso a sus preocupaciones, va adquiriendo cada día más importancia. Hoy no tiene casi nada terrorífico que contarme. Se queja de dolor e insensibilidad en la pierna derecha, y cuenta que en 1871, convaleciente apenas de una enfermedad intestinal, tuvo que cuidar a su hermano, enfermo, presentándose entonces los dolores de vientre que aún Ia aquejan a veces, y provocan, alguna, una parálisis de la pierna derecha.
En la hipnosis le pregunto si le será posible volver ya a entrar en contacto con las gentes o si predomina todavía en ella el miedo a las personas extrañas. Me responde que aún le es muy desagradable sentir a alguien cerca de ella, y con este motivo me relata nuevos casos en los que la brusca aparición de una persona le ha producido desagradable sorpresa. Yendo de paseo con sus hijas por las cercanías de Ruegen surgieron repentinamente de detrás de unos arbustos dos individuos de aspecto sospechoso, y las insultaron. Otra tarde, en Abazia, le salió de pronto al paso un mendigo y se arrodilló ante ella. Luego resultó ser un loco inofensivo. Por último me relata una nocturna tentativa de robo, de la que fue objeto en su finca aislada en medio del campo; suceso que la asustó sobre manera.
Sin embargo, se observa fácilmente que su miedo a la gente procede, sobre todo, de las persecuciones de que fue víctima después de la muerte de su marido.
Por la tarde. -La encuentro muy serena en apariencia, pero me recibe exclamando: «Me muero de miedo. No puede usted figurarse el miedo que tengo. Me odio a mí misma.» Luego me entero de que el doctor Breuer ha estado a visitarla, sobresaltándose ella al verle entrar. Como el doctor advirtiese el efecto que su aparición causaba le ha dicho la paciente: «Esta es la última vez que me asusto», pues la apenaba, por mí, no haber podido reprimir aquel resto de su anterior pusilanimidad. En general, he tenido ocasión de observar durante estos últimos días cuán dura es para consigo misma y cuán dispuesta se halla siempre a reprocharse como graves faltas los más nimios descuidos, tales como el de que no estén en su sitio habitual los paños necesarios para el masaje o el periódico que leo mientras duerme. Una vez derivada la capa primera y más superficial de reminiscencias atormentadoras, aparece su personalidad moralmente hipersensible y afectada de una tendencia a disminuirse. Tanto en la vigilia como en la hipnosis le repito parafraseando el antiguo principio de minima non curat praetor, que entre lo bueno y lo malo existe todo un amplio grupo de cosas pequeñas e indiferentes, de las que nadie debe hacerse un reproche. Pero me parece observar que no hace de estas enseñanzas caso mayor del que haría un asceta de la Edad Media, que vería la mano de Dios y la tentación del demonio en los menores sucesos, y sería incapaz de imaginarse por un solo momento el mundo, o siquiera una mínima parte de él, exento de relación con su propia persona.
En la hipnosis añade algunas imágenes terroríficas a las relatadas en sesiones anteriores. Así cuenta que en Abazia veía cabezas sangrientas bailando en la cresta de las olas. Luego hago repetir los consejos que le he dado en estado de vigilia.
15 de mayo. -Ha dormido hasta las ocho y media, pero por la mañana se ha sentido intranquila. «Tic», castañeteo y dificultad para hablar. «Me muero de miedo.» Interrogada, me cuenta que la pensión en la que se hospedan sus hijas se halla en un cuarto piso y que ayer solicitó que las dejaran también utilizar el ascensor para bajar; petición de la que ahora se arrepiente, pues el ascensor no es de confianza, según le ha manifestado el mismo dueño de la pensión. En un accidente de ascensor murió en Roma la condesa de Sch… Pero yo conozco la pensión de que se trata, y me parece inverosímil que el mismo dueño que menciona en sus anuncios el ascensor como una de las comodidades de su casa, prevenga después a sus huéspedes contra él. Opino, pues, que se trata de una confusión de la memoria, producida por la angustia. Se lo comunico así, y logro sin dificultad que ella misma se ría de la inverosimilitud de sus temores. Esto mismo me confirma en mi sospecha de que la causa de su angustia era muy otra, y me propongo interrogar luego sobre la materia a su consciencia hipnótica. Durante el masaje, que emprendo hoy de nuevo, después de varios días de interrupción, me relata sucesivamente varias historias sin conexión alguna entre sí pero que pueden ser verdad, hablándome así de un sapo que encontró en una bodega; de una mujer excéntrica, que cuidaba a un hijo idiota con un singular procedimiento, y de otra mujer, que padecía de melancolía y fue encerrada en un manicomio. De este modo revela las reminiscencias que atraviesan su pensamiento cuando se apodera de ella el malestar. Después de haberse desahogado con estos relatos se serena y me habla de la vida que hace en su finca y de las relaciones que mantiene con personas notables de Alemania y Rusia, resultándome difícil conciliar este aspecto social de su personalidad con la idea de una mujer tan intensamente nerviosa.
En la hipnosis le pregunto por qué estaba esta mañana tan intranquila, y en lugar de repetirme sus temores con respecto al ascensor, me dice haber temido que se le presentara de nuevo el período, obligándola a una nueva interrupción del masaje.
A continuación hago que me relate la historia de sus dolores de piernas. Comenzando como ayer, narra después una larga serie de sucesos penosos y debilitantes, al tiempo de los cuales padeció dichos dolores, y cuyos efectos hubieron de intensificarlos, hasta producirle una parálisis y anestesia de ambas piernas. Análogamente sucede con los dolores en los brazos, que comenzaron simultáneamente a los que dice sentir en la nuca una vez que se hallaba asistiendo a un enfermo. Sobre los dolores en la nuca me dice que sucedieron a singulares estados de intranquilidad y mal humor, y consisten en una sensación de «presión helada» en la nuca, rigidez y frío doloroso en las extremidades, incapacidad de hablar y postración. Suelen durarle de seis a doce horas. Mis tentativas de reducir este complejo de síntomas a una reminiscencia fallan por completo, siendo contestadas negativamente las preguntas, a dicho fin encaminadas, sobre si su hermano, al que asistió en ocasión de hallarse delirando, la cogió alguna vez por la nuca. En definitiva no sabe de dónde provienen tales ataques.
Por la tarde la encuentro muy contenta y dando muestras de un excelente humor. Lo del ascensor -me dice- no era como antes me lo había contado. Luego me dirige una serie de preguntas, en las que no hay nada patológico. Ha tenido fuertes dolores en la cara, en la mano, por la parte del pulgar y en la pierna. Cuando había estado sentada mucho tiempo o mirando fijamente algún punto sentía rigidez y dolor en los ojos. El intento de levantar algún objeto pesado le producía dolores en los brazos. El reconocimiento de la pierna derecha revela sensibilidad relativamente buena del muslo, intensa anestesia de la rodilla para abajo y menor en la región de los riñones.
En la hipnosis me dice que de cuando en cuando tiene aún representaciones angustiosas, tales como las de que sus hijas pueden enfermar y morir prematuramente, o que a su hermano, ahora en viaje de novios, puede ocurrirle algún accidente o morírsele su mujer, pues todos los hermanos han tenido la desgracia de enviudar pronto. Se ve que abriga aún otros temores, pero no logro hacérselos revelar. Le reprocho aquella necesidad que siente de angustiarse, aunque no exista motivo alguno para ello, y me promete no hacerlo más «porque yo se lo