Sigmund Freud

Sigmund Freud: Obras Completas


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de Bernheim: «Tout est dans la sugestion», y de la deducción de Delboeuf, su ingenioso amigo: «Comme qu’il n’y a pas d’hypnotisme.» Todavía hoy me es imposible comprender que mi dedo extendido ante los ojos del paciente y el mandato «¡Duerma usted!» hayan podido crear por sí solos aquel especial estado anímico, en el cual la memoria de los enfermos abarca todas sus experiencias psíquicas. Todo lo más, podía haber provocado dicho estado, pero nunca haberlo creado por medio de mi sugestión, dado que los caracteres que presentaba, comunes en general a los estados de este orden, me sorprendieron extraordinariamente.

      El historial clínico de esta enferma antes transcrito muestra con suficiente claridad en qué forma desarrollaba yo mi acción terapéutica durante el sonambulismo. Combatía, en primer lugar, como es uso de la psicoterapia hipnótica, las representaciones patológicas dadas por medio de razonamientos, mandatos e introducción de representaciones contrarias de todo género; pero no me limitaba a ello, sino que investigaba la génesis de cada uno de los síntomas para poder combatir también las premisas sobre las cuales habían sido construidas las ideas patológicas. Durante estos análisis sucedía regularmente que la enferma rompía a hablar, dando muestras de violenta excitación, sobre temas cuyo afecto no había hallado hasta entonces exutorio distinto de la expresión de las emociones. No me es posible indicar cuánta parte del resultado terapéutico siempre obtenido correspondía a esta supresión por sugestión in statu nascendi y cuánta a la supresión del afecto por medio de la reacción, pues dejé actuar conjuntamente ambos factores. Así, pues, no podemos aducir este caso como prueba de la eficacia terapéutica del método catártico. Sin embargo, hemos de manifestar que sólo conseguimos hacer desaparecer duraderamente aquellos síntomas con respecto a los cuales llevamos a cabo el análisis psicológico.

      El resultado terapéutico fue, en general, muy considerable, pero poco duradero, pues dejó intacta la capacidad de la paciente para volver a enfermar bajo la acción de nuevos traumas. Aquel que quiera emprender la curación definitiva de una tal histeria habrá de penetrar en la conexión de los fenómenos entre sí más de lo que yo intenté. Emmy de N. entrañaba, desde luego una tara neurótica hereditaria, pues sin una tal disposición es imposible, probablemente, enfermar de histeria. Ahora bien: tampoco tal disposición basta por sí sola para engendrar la histeria; son igualmente necesarios otros factores que, además, han de ser adecuados. Así, pues, con la disposición habrá de concurrir determinada etiología. Dijimos antes que en el caso de Emmy de N. aparecían subsistentes los efectos de numerosos sucesos traumáticos, y que una viva actividad mnémica hacía emerger tan pronto uno como otro de dichos traumas en la superficie psíquica. Ahora creemos poder ya indicar el motivo de la conservación de dichos efectos en este caso, conservación relacionada, ciertamente, con la disposición hereditaria de la enferma. Poseía ésta, en primer lugar, una naturaleza harto violenta, capaz de grandes apasionamientos, y sus sensaciones eran muy intensas. Pero, además, desde la muerte de su marido vivía en un total aislamiento espiritual, y las persecuciones de que había sido objeto la habían tornado desconfiada y celosa de que nadie llegara a adquirir influencia sobre sus actos. Siendo muchos y muy espinosos sus deberes como madre de familia, desarrollaba la labor psíquica por los mismos exigida sin el auxilio de un solo consejero, amigo ni pariente, viendo, además, dificultada su tarea por su concienzuda escrupulosidad, por su tendencia a preocuparse y atormentarse, y en ocasiones por su natural indecisión femenina. La retención de grandes magnitudes de excitación es, por tanto, indiscutible en este caso, y se apoya tanto en las circunstancias particulares de la vida de la sujeto como en su natural disposición. Así, era tan grande su repugnancia a comunicar a los demás sus asuntos propios, que cuando me invitó a pasar unos días con ella, en 1891, observé con asombro que ninguna de las personas que la visitaban casi a diario sabía nada de su enfermedad ni de que yo la hubiese asistido en ella.

      Las consecuencias que preceden no agotan el tema de la etiología de este caso de histeria. Pienso ahora que debió de existir algún factor más, que habría provocado la explosión de la enfermedad en un momento dado, puesto que las circunstancias etiológicamente eficaces venían existiendo desde mucho tiempo antes sin haber tenido tal consecuencia. Me parece asimismo singular que en todas las confesiones íntimas que la paciente hubo de hacerme faltara por completo el elemento sexual, más propio, sin embargo, que ningún otro para dar ocasión a traumas. Como las excitaciones de este género no podían haberse desvanecido así sin dejar residuo ninguno, he de suponer que los relatos que oí de labios de la sujeto constituían una editio ad usum delphini de la historia de su vida. La paciente era, en actos y palabras, de una absoluta castidad, sin fingimiento alguno al parecer, pero también sin gazmoñería. Pero si pienso en la reserva con que me relató en la hipnosis la pequeña aventura de la camarera del hotel, llego a sospechar que la sujeto, mujer de intensas sensaciones, no había logrado vencer sus necesidades sexuales sin duros combates, agotándose psíquicamente en su tentativa de represión del instinto sexual, el más poderoso de todos. Una vez me confesó que no se había vuelto a casar, porque, dada su gran fortuna, no creía en el desinterés de sus pretendientes, aparte de que se hubiera reprochado perjudicar los intereses de sus dos hijas con un nuevo matrimonio.

      Antes de dar por terminado el historial clínico de Emmy de N. añadiré una nueva observación. El doctor Breuer y yo, que conocimos y tratamos a la sujeto durante mucho tiempo, sonreíamos siempre que se nos ocurría comparar su personalidad con la descripción de la psiquis histérica, integrada desde tiempos muy pretéritos en los libros sobre la materia y defendida por los médicos. Si el caso de Cecilia M. nos había demostrado la compatibilidad de la histeria más grave con amplias y originalísimas dotes intelectuales -hecho que se nos muestra, además, evidente en las biografías de las mujeres famosas en la Historia o la literatura-, el de Emmy de N. nos proporcionó un ejemplo de que la histeria no excluye un intachable desarrollo del carácter y una plena consciencia en el gobierno y orientación de la propia vida. Nuestra paciente era una mujer de extraordinaria valía, en la que Breuer y yo hubimos de admirar una gran rectitud moral con respecto a la concepción de sus deberes, una inteligencia y una energía nada vulgares en su sexo, una extensa cultura y un elevado amor a la verdad, unido todo ello a una sincera modestia interior y a un distinguido trato señorial. Aplicar a una mujer así el calificativo de «degenerada» supondría deformar hasta lo irreconocible la significación de tal palabra. Habremos pues, de diferenciar con todo cuidado entre sí los conceptos «disposición» y «degeneración», si no queremos vernos obligados a reconocer que la Humanidad debe gran parte de sus conquistas a los esfuerzos de individuos «degenerados».

      Confieso también que me es imposible hallar en el historial de esta paciente el menor rasgo de «disminución funcional psíquica», de la que P. Janet hace depender la génesis de la histeria. La disposición histérica consistiría, según este autor, en una angostura anormal del campo de la consciencia (resultante de la degeneración hereditaria), que da ocasión a la negligencia de series enteras de percepciones y, ulteriormente, a Ia disposición del yo y a la organización de personalidades secundarias. De este modo, lo que queda del yo, después de la sustracción de los grupos psíquicos histéricamente organizados, habría de poseer una menor capacidad funcional que el yo normal, y en realidad, según Janet, este yo de los histéricos presenta estigmas psíquicos, se halla condenado al monoideísmo y es incapaz de las más corrientes voliciones de la vida. A mi juicio, ha elevado aquí Janet, erróneamente, estados resultantes de la modificación histérica de la consciencia a la categoría de condiciones primarias de la histeria.

      Este tema merece ser objeto de una más amplia discusión, que desarrollaremos en otro lugar. Por lo pronto, haremos constar que en Emmy de N. no pudimos observar el menor indicio de una disminución de la capacidad funcional. Durante el período de mayor gravedad conservó capacidad suficiente para atender a su participación en la dirección de una gran empresa industrial, no perder de vista ni un solo instante la educación de sus hijas y continuar su correspondencia con personas de cultivado espíritu; esto es, para cumplir todos sus deberes, hasta el punto de que nadie sospechaba su enfermedad. Podría preverse que todo esto constituía un considerable surmenage psíquico, insostenible a la larga, que había de llevar al agotamiento y a la misère psychologique secundaria. Realmente, en la época en que la vi por vez primera comenzaban ya a hacerse sentir tales perturbaciones de su capacidad funcional; pero, de todos modos, la histeria venía subsistiendo con carácter