Sigmund Freud

Sigmund Freud: Obras Completas


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su trabajo, sin llegar, en general, a terminarlo, pues en cuanto cesaba la neuralgia, cesaba la enferma de acudir a él. En los intervalos no sentía más dolor de muelas. Un día, en pleno y violento ataque de neuralgia, hipnoticé a la sujeto y le prohibí volver a tener tales dolores, desapareciendo éstos en el acto. Por entonces comencé yo a dudar de la autenticidad de tal neuralgia.

      Aproximadamente un año después de este resultado terapéutico, conseguido por medio de la hipnosis, presentó el estado patológico de Cecilia M. una nueva y sorprende faceta. De pronto surgieron estados distintos de los habituales durante los últimos años; pero la enferma declaró, después de corta reflexión, que todos ellos se le habían ya presentado antes, alguna vez, en el largo tiempo que llevaba enferma (treinta años). Efectivamente, fue desarrollándose una multitud de accidentes histéricos que la sujeto pudo localizar en una fecha exacta del pasado y pronto se revelaron las conexiones mentales, a veces muy complicadas, que determinaban el orden de sucesión de estos accidentes. Era algo como una serie de imágenes con su texto explicativo, y Pitres debió de referirse a un proceso semejante al establecer su délire amnésique. La forma en que eran reproducidos tales estados histéricos pertenecientes al pasado, resultaba harto singular. Primeramente, y hallándose la sujeto libre de todo trastorno, surgía un peculiar estado de ánimo patológico, en cuya apreciación se equivocaba siempre la paciente, atribuyéndolo a un suceso sin importancia inmediatamente anterior. Luego, y acompañados de una creciente perturbación de la consciencia, seguían diversos síntomas histéricos -alucinaciones, dolores, convulsiones y largos soliloquios declamatorios-, agregándose, por último, a estos síntomas la emergencia alucinatoria de un suceso pretérito, susceptible de explicar el estado de ánimo inicial y de determinar los síntomas aparecidos. Después de este último período del ataque volvía la claridad mental, desaparecían como por encanto todas las molestias y reinaba de nuevo el bienestar… hasta el ataque siguiente, doce horas después. Generalmente, se me enviaba a buscar cuando el acceso llegaba a su grado máximo, y entonces hipnotizaba a la sujeto, provocaba la reproducción del suceso traumático y adelantaba así el final del ataque. Asistiendo a esta enferma en cientos de estos ciclos, se me revelaron interesantísimos datos sobre la determinación de los síntomas histéricos. La observación de este caso, realizada por mí en unión de Breuer, fue la que nos impulsó a la publicación de nuestra «comunicación preliminar».

      En esta serie de reproducciones le tocó el turno a la neuralgia facial, abrigando yo gran curiosidad por ver si surgía, con respecto a ella, algún motivo psíquico. Cuando intenté hacer emerger la escena traumática, se vio transferida la sujeto a una época de gran excitación anímica contra su marido, y me habló de un diálogo con él y de una observación suya, que ella había considerado gravemente ofensiva. Luego, de repente se llevó la mano a la mejilla, gritando de dolor, y exclamó: «Fue como si me hubiera dado una bofetada.» Con esto terminaron el dolor y el ataque.

      No cabe duda de que se trataba aquí de un símbolo. La sujeto había sentido como si realmente la abofeteasen. Ahora bien: hemos de preguntarnos cómo la sensación de «recibir una bofetada puede llegar a exteriorizarse en una neuralgia limitada a las ramas segunda y tercera del trigémino y que se intensificaba al abrir la boca y al mascar (en cambio, al hablar, no).

      Al día siguiente volvió la neuralgia, para desaparecer esta vez después de la reproducción de otra escena, cuyo contenido era una nueva ofensa recibida por la sujeto. Esto se repitió durante nueve días, pareciendo resultar así que, a través de años enteros, ofensas verbales recibidas por la sujeto habían provocado, por simbolismo, nuevos ataques de esta neuralgia facial.

      Por fin conseguimos penetrar hasta el primer ataque de neuralgia (quince años atrás). Aquí no encontramos ya un simbolismo, sino una conversión por simultaneidad. Se trataba de un espectáculo doloroso, a cuya vista surgió en la sujeto un reproche que la impulsó a reprimir otra serie de pensamientos. Era, pues, un caso de conflicto y defensa. La génesis de la neuralgia en este momento no resultaba explicable sino admitiendo que por entonces padecía nuestra enferma un ligero dolor de muelas o de la cara, cosa nada inverosímil, pues se hallaba en los meses iniciales de su primer embarazo.

      Resultó así, que la neuralgia se había constituido, por el ordinario camino de la conversión, en signo de determinada excitación psíquica, pero que ulteriormente podía ser despertada de nuevo por ecos asociativos de la vida mental y mediante una conversión simbolizante. En realidad, lo mismo que descubrimos al estudiar el caso de Isabel de R.

      Añadiremos todavía un segundo ejemplo, que evidencia la eficacia del simbolismo en otras condiciones distintas. Durante cierto período atormentó a Cecilia M. un violento dolor en el talón derecho, que le impedía andar. El análisis nos condujo a una época en que la sujeto se hallaba en un sanatorio extranjero. Desde su llegada, y durante una semana, había tenido que guardar cama. El día que se levantó acudió el médico a la hora de almorzar para conducirla al comedor, y al tomar su brazo sintió por vez primera aquel dolor, que en la reproducción de la escena desapareció al decir la sujeto: «Por entonces me dominaba el miedo a no entrar con buen pie entre los demás huéspedes del sanatorio.»

      Este ejemplo de génesis de un síntoma histérico por simbolización, mediante la expresión verbal, parece inverosímil y hasta cómico. Pero examinando más detenidamente las circunstancias dadas en aquellos momentos se nos hace en seguida más admisible. La enferma sufría por entonces dolores en los pies, que la habían obligado a guardar cama y podemos suponer que el miedo que la acometió al dar los primeros pasos había elegido uno de los dolores simultáneamente dados -el del talón, muy apropiado como símbolo-para desarrollarlo especialmente y darle una particular duración.

      Si en estos ejemplos se nos muestra relegado a segundo término -como es lo regular- el mecanismo de la simbolización, sé también de otros que parecen constituir una prueba de la génesis de síntomas histéricos por simple simbolización. Uno de los más acabados es el que sigue, referente también a Cecilia M.: Teniendo quince años, estaba una vez en la cama bajo la vigilancia de su abuela, mujer enérgica y severa. De repente empezó a quejarse diciendo sentir penetrantes dolores en la frente, entre ambos ojos, dolores que luego la atormentaron durante varias semanas. En el análisis de este dolor, que se produjo al cabo de casi treinta años, me refirió que su abuela la había mirado tan «penetrantemente» que sintió su mirada en el cerebro. Resultaba que por entonces tenía miedo de ver reflejarse en los ojos de la abuela cierta sospecha. Al comunicarme esta idea se echó a reír la sujeto y desaparecieron sus dolores. No encontramos aquí sino el mecanismo de la simbolización, el cual constituye en cierto modo el punto medio entre los de la autosugestión y la conversión.

      El caso de Cecilia M. me ha permitido reunir una colección de estas simbolizaciones. Toda una serie de sensaciones físicas, consideradas generalmente como de origen orgánico, tenían en esta paciente un origen psíquico o, por lo menos, admitían una interpretación psíquica. Cierta serie de sucesos aparecía acompañada en ella de la sensación de una herida en el corazón («Aquello me hirió en el corazón»). El clásico dolor de cabeza de la histeria («dolor de clavo») había de interpretarse en ella como procedente de un problema mental («No sé qué tengo en la cabeza») y desaparecía en cuanto llegaba a la solución. Paralelamente a la sensación del aura histérica en la garganta, se desarrollaba el pensamiento de «Eso tengo que tragármelo», cuando tal sensación surgía al recibir la sujeto la ofensa. Existía, pues, toda una serie de sensaciones y representaciones paralelas, en las cuales unas veces la sensación había despertado, como interpretación suya, la representación, y otras era la representación la que había creado, por simbolización, la sensación. Por último, había ocasiones en las que no podía decidirse cuál de los dos elementos había sido el primario.

      No he vuelto a hallar en ninguna otra paciente un tan amplio uso de la simbolización. Cierto es que Cecilia M. era una persona de dotes nada comunes, principalmente artísticas, cuyo alto sentido de la forma se revelaba en bellas poesías. Pero, a mi juicio, el acto mediante el cual crea un histérico, por simbolización, una expresión somática, para una representación saturada de afecto, tiene muy poco de personal y voluntario. Tomando al pie de la letra las expresiones metafóricas de uso corriente y sintiendo como un suceso real, al ser ofendida, la «herida en el corazón»