a atacar de nuevo la resistencia.
No es difícil darse cuenta de lo complicada que puede llegar a ser tal labor. Penetramos, venciendo constantes resistencias, en los estratos interiores; adquirimos conocimiento de los temas acumulados en estos estratos y de los hilos que los atraviesan; probamos hasta dónde podemos penetrar con los medios de los que por el momento disponemos y los datos adquiridos; nos procuramos, por medio del procedimiento de la presión, las primeras noticias del contenido de las capas inmediatas abandonamos y recogemos los hilos lógicos, los perseguimos hasta los puntos de convergencia, volvemos constantemente atrás y entramos, persiguiendo los «inventarios de recuerdos», en caminos laterales, que afluyen luego a los directos. Por último, avanzamos así hasta un punto en el que podemos abandonar la labor por capas sucesivas y penetrar por un camino principal directo hasta el nódulo de la organización patógena. Con esto queda ganada la batalla, pero no terminada. Tenemos aún que perseguir los hilos restantes y agotar el material. Mas el enfermo nos auxilia ya enérgicamente, habiendo quedado ya rota, por lo general, su resistencia.
En estos estados avanzados de la labor analítica es conveniente adivinar la conexión buscada y comunicársela al enfermo antes que el mismo análisis la descubra. Si acertamos, apresuraremos el curso del análisis, y si nuestra hipótesis es errónea, nos auxiliará de todos modos, obligando al enfermo a tomar partido y arrancándole energías negativas, que delatarán un mejor conocimiento.
De este modo observamos con asombro que no nos es dado imponer nada al enfermo con respecto a las cosas que aparentemente ignora ni influir sobre los resultados del análisis orientando su expectación. No hemos comprobado jamás que nuestra anticipación modificara o falsease la reproducción de los recuerdos ni la conexión de los sucesos circunstancia que se habría manifestado en alguna contradicción. Cuando algo de lo anticipado surge, efectivamente, luego queda siempre testimoniada su exactitud por múltiples reminiscencias insospechables. Así, pues, no hay temor alguno de que las manifestaciones que hagamos al enfermo puedan perturbar los resultados del análisis.
Otra observación que siempre podemos comprobar se refiere a las reproducciones espontáneas del enfermo. Podemos afirmar que durante el análisis no surge una sola reminiscencia carente de significación. En ningún caso vienen a mezclarse imágenes mnémicas impertinentes, asociadas en una forma cualquiera a las importantes. No debe pues, admitirse una excepción de esta regla para aquellos recuerdos que, siendo nimios en sí, constituyen, sin embargo, elementos intermedios indispensables, pues forman el puente por el que pasa la asociación entre los recuerdos importantes. El tiempo que un recuerdo permanece en el desfiladero de acceso a la consciencia del enfermo es, como ya dijimos, directamente proporcional a su importancia. Una imagen que se resiste a desaparecer es que necesita ser considerada por más tiempo; un pensamiento que permanece fijo es que demanda ser continuado. Pero una vez agotada una reminiscencia o traducida una imagen en palabras, jamás emergen por segunda vez. Cuando esto sucede, habremos de esperar; con toda seguridad, que la segunda vez se enlazarán a la imagen nuevas ideas -o a la ocurrencia nuevas deducciones-; esto es, que no ha tenido efecto un agotamiento completo. En cambio, observamos con gran frecuencia, sin que ello contradiga las afirmaciones que preceden, un retorno de la misma reminiscencia o imagen con intensidades diferentes, emergiendo, primero, como simple indicación, y luego, con toda claridad.
Cuando entre los fines del análisis figura el de suprimir un síntoma susceptible de intensificación o retorno (dolores, vómitos, contracturas, etc.), observamos durante la labor analítica el interesantísimo fenómeno de la intervención de dicho síntoma. Este aparece de nuevo o se intensifica cada vez que entramos en aquella región de la organización patógena que contiene su etiología y acompaña así la labor analítica con oscilaciones características muy instructivas para el médico. La intensidad del síntoma (por ejemplo, de las náuseas) va creciendo conforme vamos penetrando más profundamente en los recuerdos patógenos correspondientes, alcanza su grado máximo inmediatamente antes de dar el enfermo expresión verbal a dichos recuerdos y disminuye luego de repente o desaparece por algún tiempo. Cuando el enfermo dilata mucho la expresión verbal de los recuerdos patógenos, oponiendo una enérgica resistencia, se hace intolerable la tensión de la sensación -en nuestro caso de las náuseas-, y si no logramos forzarle por fin a la reproducción verbal deseada, aparecerán incoerciblemente los vómitos. Recibimos así una impresión plástica de que el «vómito» sustituye a una acción psíquica, como lo afirma la teoría de la conversión.
Esta oscilación de la intensidad del síntoma histérico se repite cada vez que tocamos en la labor analítica una nueva reminiscencia patógena por lo que al mismo respecta. Si, por el contrario, nos vemos obligados a abandonar por algún tiempo el hilo al que dicho síntoma se enlaza, retorna éste a la oscuridad para volver a emerger en un ulterior período del análisis. Estas alternativas duran hasta que el síntoma queda totalmente derivado por el descubrimiento de todo el material patógeno correspondiente.
En un sentido estricto se conduce aquí el síntoma histérico exactamente como la imagen mnémica o la idea reproducida que hacemos emerger con la presión de nuestra mano sobre la frente del sujeto. En ambos casos la derivación es exigida por el mismo retorno obsesivo en la memoria del enfermo. La diferencia está tan sólo en la emergencia aparentemente espontánea de los síntomas histéricos, mientras que, en cambio, recordamos haber provocado las escenas y ocurrencias. Pero la serie ininterrumpida de restos mnémicos no modificados de sucesos y actos mentales saturados de efectos, siempre nos lleva hasta los síntomas histéricos, sus símbolos mnémicos.
El fenómeno de la intervención del síntoma histérico en el análisis trae consigo un inconveniente práctico, con el cual quisiéramos reconciliar al enfermo. Es imposible llevar a cabo el análisis de una sola vez o distribuir las pausas de la labor de manera que coincidan en momentos de reposo en la derivación. Lo más corriente es que las interrupciones impuestas por las circunstancias accesorias del tratamiento recaigan en momentos nada oportunos, precisamente cuando íbamos acercándonos a un desenlace o cuando se iniciaba un nuevo tema. Es éste el mismo inconveniente que presenta la lectura de los folletines, en los cuales tropezamos con el «Se continuará» cuando más interesados estamos. En nuestro caso el tema iniciado, pero no agotado, o el síntoma intensificado y pendiente aún de aclaración, perdurarán en la vida anímica del enfermo, originando mayores perturbaciones que nunca. Pero es éste un mal irremediable. Hay enfermos que, una vez iniciado un tema en el análisis, no pueden ya abandonarlo, lo mantienen presente como una obsesión, incluso durante el intervalo entre dos sesiones del tratamiento, y como no les es posible conseguir por sí solos su derivación, sufren al principio más que antes de ponerse en cura. Pero también estos enfermos acaban por aprender a esperar al médico y a transferir a las horas del tratamiento todo el interés que les inspira la derivación del material patógeno, comenzando así a sentirse más libres en los intervalos.
También el estado general del enfermo durante tal análisis merece especial atención. Al principio pasa por un período en el cual no ejerce sobre él influencia alguna el tratamiento, dominando aún los factores primitivamente eficaces; pero después llega un momento en que el análisis absorbe el interés del enfermo, y desde entonces su estado general va dependiendo cada vez más del estado de la labor. Siempre que conseguimos un nuevo esclarecimiento y damos un paso importante en el análisis, siente el enfermo alivio, algo como un anticipo de la próxima liberación. Inversamente, cada detención del trabajo o cada amenaza de perturbación del mismo acrecienta la carga psíquica que le oprime y eleva su sensación de infortunio y su incapacidad funcional. Felizmente dura poco esta agravación, pues el análisis sigue su curso, sin vanagloriarse de los momentos de bienestar ni preocuparse de los períodos de agravación, satisfaciéndonos en general haber logrado sustituir las oscilaciones espontáneas del estado del enfermo por aquellas otras que provocamos y comprendemos, del mismo modo que nos satisface ver surgir, en lugar de la desaparición espontánea de los síntomas, aquel orden del día que corresponde al estado del análisis.
Por lo general, se hace la labor al principio tanto más oscura y difícil cuanto más hondamente penetramos en el producto psíquico estratificado antes descrito. Pero una vez llegados al nódulo, se hace la luz, y no es ya de temer ninguna agravación en el estado general del enfermo. Sin embargo, no hemos de esperar el premio de nuestros