y uso de los recursos) se ha trasladado a la vanguardia de la discusión. La importancia del asunto no se cuestiona. Es evidente que la seguridad alimentaria está estrechamente relacionada con el uso del suelo y si se toman los recursos de la producción de alimentos y se asignan a otros usos, seguramente existe fundamento para las preocupaciones expresadas.
Este conflicto potencial, sin embargo, debe ponerse en contexto y se deben tener en cuenta varios aspectos para un debate significativo. No todos los países están, respecto a ello, en la misma situación. Los que poseen “abundancia de tierra”, como Ecuador, Surinam, Guyana, Paraguay, Uruguay, México, Perú, Venezuela, Colombia, Bolivia, Argentina y Brasil (IICA 2010) se encuentran sin duda, en una posición diferente a la de los países más pequeños, dependientes de las importaciones de alimentos, que suelen ser los de mayor inseguridad alimentaria, dada la alta dependencia de las importaciones de alimentos de primera necesidad y las exportaciones de productos tropicales primarios (FAO 2008). Sin embargo, algunos biocombustibles importantes están bajo parámetros de demanda cambiante. Este no es el único factor que explica la evolución reciente de los mercados de materias primas agrícolas porque la combinación de una serie de malas cosechas, el estancamiento de cambios tecnológicos y los pequeños aumentos en el rendimiento derivados de ello, así como un cambio estructural de la demanda de un número significativo de consumidores de los países emergentes, parecen también estar jugando un trascendental papel (Trostle 2008). La agricultura ha sido subestimada como fuente de crecimiento y con respecto a su rol en la mitigación de la pobreza. Esto se refleja en una reducción de las inversiones en todos los ámbitos, incluida la I+D y también en la dinámica del cambio de rendimiento de los cultivos que ha disminuido de más del 2 % al año en la década de 1980 a menos del 1 % en la actualidad (CGIAR 2011). Antes de que se emita un dictamen final al respecto debe señalarse explícitamente la combinación de todos estos factores.
Pero incluso si las tensiones actuales se relacionan con la competencia entre alimentos y combustible/energía, en una perspectiva a más largo plazo, la bioeconomía es un elemento más positivo que negativo en el balance general. La esencia del concepto –como se indicó más arriba– es sobre el uso más eficiente y eficaz de los recursos naturales (biomasa, procesos biológicos), por medio de un incremento en la intensidad de conocimiento, lo que lleva, finalmente, a diversificación y aumento significativos de los niveles de producción y abre espacios tanto para más alimentos como para alternativas energéticas de base biológica.
Un primer aspecto que se debe considerar son los impactos de los ingresos de las opciones basadas en la bioeconomía. Estos serán dobles: la geografía de la pobreza ha cambiado de manera significativa en las últimas décadas, con zonas urbanas que concentran ahora el mayor número de pobres y con zonas rurales que aglutinan los peores casos de inseguridad alimentaria y pobreza. El desarrollo de la bioeconomía puede ayudar a mejorar ambas situaciones. Apuntar a la producción agrícola a nuevos niveles de productividad contribuirá a mejorar el suministro de alimentos para los pobres situados en la urbe, y al mismo tiempo, la seguridad alimentaria en las zonas rurales, que es principalmente una consecuencia de la pobreza y la falta de oportunidades. De este modo, el progreso sostenido en el negocio agrícola también ayudará a mejorar la seguridad alimentaria de la población rural pobre mediante ingresos y lazos laborales (von Braun y Kennedy 1994; IICA 2010).
Las oportunidades de la bioeconomía pueden estar vinculadas a casi cualquier tipo de material vegetal. En esencia, las industrias de base biológica están bien adecuadas para la producción local y también funcionan como motor para el desarrollo rural y la generación de ingresos. En los países desarrollados, la mayor parte de la tierra disponible ya está siendo utilizada, pero en muchas de las regiones más pobres del mundo, la proporción de tierras inutilizadas es todavía significativa y potencialmente podría emplearse para la producción de cultivos energéticos (IICA 2010).
La bioeconomía puede ofrecer nuevas alternativas para salir del círculo vicioso de la pobreza en la que muchas comunidades rurales se encuentran cuando la base de su tierra no es apta para la producción de alimentos con alto rendimiento. La cuestión es mover la discusión de oportunidades más allá de la actual generación de alternativas energéticas a base de plantas, hacia estrategias que exploren más agresivamente los recursos locales de la biodiversidad y su relación con la consolidación de las oportunidades de empleo rural no agrícola. En este sentido, Henry y Trigo (2010) y Bruins y Sanders (2012) indagaron por las potenciales alternativas a pequeña escala y encontraron que hay un amplio espectro de oportunidades relevantes para agregar valor local o en granjas, relacionadas con la bioenergía o para alimentar la producción de valores. La falta de electricidad que, en muchos casos es una de las restricciones fundamentales para un mejor acceso al mercado y la generación de ingresos en contextos rurales aislados, se pueden resolver con microunidades alimentadas con materia prima de biomasa local y/o subproductos (yuca, sorgo dulce, batatas, bananos y plátanos, residuos de plantas y animales y desechos), creando así mejores alternativas de procesamiento y conservación. El procesamiento rural para el suministro de productos “intermedios” puede resolver las restricciones de transporte y logística y facilitar los enlaces productivos locales con fábricas de gran escala (es decir, preprocesamiento de yuca para las fábricas de producción de almidón).
Más allá del vínculo de la energía, también existen las oportunidades de valorización de la biodiversidad mediante la identificación de los componentes funcionales de valor, como la base para el desarrollo de los sistemas de “denominación de origen”, que también representan posibilidades de generación de ingresos que deben tenerse en cuenta. En diferentes partes del mundo se exploran con éxito estas y otras alternativas. No obstante, todavía son muy dependientes de los diferentes tipos de “políticas favorables a los pobres (públicos)”, (subsidios focalizados, inversiones, formación, información, asesoramiento) o las políticas de “responsabilidad social corporativa” del sector privado, para mostrar un alto grado de inserción de los actores a pequeña escala (Henry y Trigo 2010). El camino hacia la bioeconomía emergente pide la incorporación de estas experiencias en la reducción de la pobreza y en las estrategias y políticas de desarrollo rural.
Vinculado a lo anterior, pero con una identidad propia, figuran las posibles aplicaciones de la biotecnología para aumentar la oferta mundial de alimentos. Hasta ahora, ese potencial solo se ha explotado de un modo muy limitado y en relación, sobre todo, con sus aplicaciones transgénicas en un puñado de cultivos y caracteres –soja, maíz, algodón y canola– y se ha conseguido tolerancia a herbicidas y resistencia a los insectos, como lo más prominente. Esto se atribuye a razones más relacionadas con la política y los factores institucionales que a la falta real de alternativas tecnológicas. Del mismo modo como la bioeconomía es más que los biocombustibles, también es más que la transgénesis (Rocha 2011). En los últimos años, han sido monumentales los avances en la genómica y en otras aplicaciones más sencillas, no controvertidas, de la nueva biología (Lusser et al. 2011). Sin embargo, todavía no están plenamente incorporadas al conjunto de herramientas para hacer frente a la sostenibilidad global y a los desafíos de la seguridad alimentaria y hay casos en los que aun cuando este tipo de tecnologías de cultivo novedosas es claramente no MG, las aplicaciones no científicas de evaluación de riesgo son importantes obstáculos para la aplicación de estos métodos prometedores. Explotar plenamente estos avances en la producción y poscosecha, podría hacer que muchos de los temas de competencia de los recursos que se están discutiendo hoy en día sean irrelevantes y contribuiría a resolver el problema de la pobreza detrás de las abundantes situaciones de inseguridad alimentaria.
Vías alternas para el desarrollo de la bioeconomía en América Latina y el Caribe
Dada la diversidad de los recursos naturales, las características económicas y sociales e incluso la naturaleza de cada país vinculado a la economía mundial, no existe un patrón común para el desarrollo de la bioeconomía que pueda ajustarse a toda la región, sino diversas vías que reflejan diferentes aspectos y ventajas comparativas. Pero todas ellas comparten los mismos principios destinados a un uso más eficaz y eficiente de los productos y procesos biológicos