de las A. B. C., y se habían divertido mucho. Entraron en el laberinto y ya no podían salir, y luego fueron al río y por poco se ahogan. Me dijo dónde había algunos cuadros picantes en las galerías; su chica aullaba de risa, según me dijo.”
Mary ignoró por completo este interludio.
—Pero me dijiste que hiciste un mapa. ¿Cómo era?
—Algún día puedo mostrártelo, si quieres verlo. Marqué todos los lugares a los que fui y dibujé señales, unas cosas como letras raras, para recordarme lo que había visto. Nadie más que yo podía entenderlo. Quería hacer dibujos, pero nunca aprendí a dibujar, así que cuando lo intenté nada salía como yo quería. Traté de hacer un dibujo de ese pueblo en la colina al que llegué la tarde del primer día; quería hacer una colina escarpada con casas en la cima y a la mitad, pero muy por encima de todas la gran iglesia, llena de agujas y pináculos, y arriba de ella, en el aire, una copa con rayos saliéndole. Sin embargo, no fue un éxito. Hice un signo muy extraño para Hampton Court y le di un nombre que inventé en mi cabeza.
Los Darnell evitaron verse a los ojos a la mañana siguiente cuando se sentaron a desayunar. El aire se había despejado en la noche, pues había llovido en la madrugada, y había un brillante cielo azul, con vastas nubes blancas cruzándolo desde el suroeste, y un viento fresco y gozoso que entraba por la ventana abierta. La bruma había desaparecido. Y con la bruma también parecía haberse esfumado la sensación de cosas extrañas que se había apoderado de Mary y su marido la noche anterior, y mientras miraban hacia la luz clara apenas podían creer que uno había contado y otra había escuchado durante varias horas historias muy apartadas de la corriente habitual de sus pensamientos y sus vidas. Se lanzaban miradas tímidas y hablaban de cosas comunes y corrientes, de la cuestión de si Alice sería corrompida por la insidiosa señora Murry o si la señora Darnell lograría convencer a la muchacha de que esa vieja sin duda actuaba impulsada por los peores motivos.
—Y creo que, si fuera tú —dijo Darnell cuando iba de salida—, me daría una vuelta por las tiendas para quejarme de la carne. El último trozo de res distaba mucho de estar a la altura: todo lleno de nervios.
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