de piedra; mortaja que viste aprisionando, acorazando y robando el aliento. A las palabras del padre, Ariadna responde14:
Rey, así miran los dioses y los héroes. Tú mismo, ¿qué ves del día sino la noche, el miedo, el Minotauro que has tejido con las telas del insomnio? ¿Quién lo tornó feroz? Tus sueños. (...) Nadie sabe qué mundo multiforme o qué multiplicada muerte llenan el laberinto. Tú tienes el tuyo, poblado de desoladas agonías. El pueblo lo imagina concilio de divinidades de la tierra, acceso al abismo sin orillas. Mi laberinto es claro y desolado, con un sol frío y jardines centrales donde pájaros sin voz sobrevuelan la imagen de mi hermano dormido junto a un plinto.
Todos tenemos nuestro laberinto. Algunos son de piedra, otros son jardines con pájaros sin trino, la mayoría son esos “callejones sin salida” del lenguaje popular, o bien, ese sentirse perdido sin saber qué camino tomar. En mí mismo me he perdido/ porque yo era laberinto...15 ha escrito el poeta Mário de Sá-Carneiro. En nuestra interioridad llevamos el trazado dedálico que todos somos, que todos construimos, el laberinto, siempre en plural, acompaña al ser humano en su condición de tal. No es un camino llano el que ofrece la confusión dedálica, al contrario, en su interior vamos hundiéndonos lentamente en estrecheces que pueden ser tanto sendas de salida como de mayor extravío. Las dudas se repiten ante cada bifurcación. Y el temor a equivocar la escogencia es el primer paso hacia el error. Pareciera que sólo el instinto y la voz que habla en nuestra interioridad saben señalarnos la vía ante la cual no titubeamos. Pues la vacilación, lo sabemos, multiplica como reflejos en secuencia de espejos, los caminos posibles. El laberinto es la patria de quien vacila. Son palabras de Walter Benjamin, leídas y perdidas en el trazado laberíntico que siguen los Passagenwerk de su obra.
No es uno solo el laberinto que recorremos a lo largo de la vida. Esta es una experiencia que se repite con modalidades siempre distintas. Somos habitantes de la confusión dedálica que con frecuencia construimos a nuestra medida, para perdernos, para encontrarnos, para postergarnos, para justificarnos. Según Franz Kafka, la justificación y la conveniencia eran laberintos de muchos de los personajes que llevan adosado a la piel el adjetivo “kafkiano” como sinónimo redundante de absurdo sin sentido en el que la ausencia de carácter viene a ser, junto al tedio y el vacío de los hombres huecos eliotianos, uno de los repetidos males de la modernidad. Por haber sido uno de sus más insignes constructores, Kafka conoce las sinuosidades cambiantes de los múltiples laberintos entre los que el ser humano se puede encontrar. Él supo hacer de la complejidad laberíntica lugar de su residencia e imagen de su obra. En “La construcción”, uno de sus últimos cuentos, el protagonista, especie de topo pensante dice: El suplicio de este laberinto debo superarlo también corporalmente al salir; me disgusta y conmueve a la vez el hecho de extraviarme por un instante en mi propia creación, como si la obra se esforzara todavía en justificar su existencia, ante mí, que desde hace mucho tiempo me he formado un juicio definitivo a su respecto.16
Aby Warburg y Walter Benjamin acompañan a Kafka en la construcción laberíntica de sus respectivas obras. Los proyectos inconclusos de la Mnemosyne de Warburg y de los Pasajes de Benjamin son imágenes de una visión abierta y laberíntica de la cultura. Cuando en este momento me refiero a la cultura como trazado laberíntico, lo hago tomando en consideración que el estudio, las investigaciones y las asociaciones de correspondencias que se establecen entre símbolos, imágenes y diferentes disciplinas de la cultura, siguen un proceso en el que las ideas se suceden y entrelazan tomando al laberinto como imagen de creación. El pensamiento tampoco es una línea recta. Las reflexiones que se realizan sobre distintos motivos o argumentos son recorridos en el estudio del laberinto personal y necesario que entrelaza, en cada uno de nosotros, los hechos del arte y la cultura con los mismos hilos de nuestro cotidiano vivir. He construido un laberinto donde me muevo con certezas y desorientación. Recorro un dédalo de lecturas tras la imagen, la palabra, la intuición que se transforma en escritura, laberinto agazapado en un lugar de mi silencio, siempre a la espera de la palabra que lo haría posible. He erigido un laberinto con lentitud, curiosidad y atención; allí me pierdo, allí deambulo, allí me encuentro. Estudiar e investigar es adentrarse en diseños laberínticos en los que la cultura misma es alma y mano abierta palpando memorias en trazos, palabras y gestos. Mnemosyne y los Passagenwerk no podían sino ser trabajos inacabados, siempre en el proceso de estar continuamente haciéndose. La muerte de sus autores, Warburg y Benjamin, no truncó sus respectivos proyectos; ellos llevaban la condición de “inconclusos” en la génesis y configuración de la mirada detenida que en ellos estaba haciendo obra.
Mnemosyne y los Passagenwerk acompañan mis caminatas murmurando fragmentos de memorias y recuerdos entre los recodos del laberinto veneciano. Mis pisadas acallan sus ecos mientras escucho los rumores del agua verde de la laguna susurrando con tonos pausados la voz oculta que da ritmo a mis pasos. En las noches de frío el misterio del laberinto de Venecia y de su silencio es aún más secreto. Entonces es dédalo sagrado cubriendo las piedras y el agua con un hálito, que es tanto confusión como resplandor, abriéndose más allá de la penumbra y el vapor. La sabiduría es necesaria no sólo para recorrer el laberinto y llegar al Centro, sino también y sobre todo para lograr el segundo nacimiento.17 Venecia es laberinto de extravío, camino de creación. En su trazado irrepetible encontramos lo que no buscábamos, buscando lo que no encontramos.
En Parsifal a Venezia Giuseppe Sinopoli, músico y veneciano de nacimiento, recorre una noche las calles de su ciudad con la misma costumbre con que lo hiciera de muchacho: perdiéndose y descubriendo posibilidades nuevas de recorrido en el laberinto de Venecia. Al terminar uno de los ensayos del “Parsifal” de Wagner que estaba por estrenar, Sinopoli sale del Teatro La Fenice escuchando dentro de sí la música del Leitmotiv del Error. Una vez afuera abandona la costumbre de las calles conocidas y camina por desviaciones inusuales entre las que se desorienta. Se pierde y desea perderse, como si la música de Wagner lo hubiese embrujado... como si ésta fuera cómplice del escenario nocturno de ciudad sugiriéndole una salida o una respuesta18.
La experiencia del laberinto es un deambular entre sombras con un frágil hilo entre las manos que podemos perder, que nos puede abandonar, que se puede romper. Este hilo lo tejemos y destejemos siguiendo el diseño íntimo de nuestra necesidad. Para unos es música, poesía o colores de un atardecer de otoño reflejándose en unos ojos verdes. Para otros, el hilo es contemplación, mirada detenida en el crepúsculo descendiendo en la laguna veneciana con la lentitud del jade y la miel.
La salida del laberinto es una intuición que escucha palpando en el miedo y la oscuridad. Es la palabra que el agua de los canales de Venecia no suprime cuando sube la marea.
Notas
1 Sottoportego o sotoportego en dialecto veneziano es un pasaje cubierto entre la construcción de dos edificios. Al atravesarlo se tiene la sensación de estar dentro de un tunel en el que se ve la luz de la entrada y de la salida.
2 En Venezia los camposs a las plazas. Plaza sólo hay una en Venezia: Plaza San Marco.
3 María Zambrano, Algunos lugares de la pintura, Espasa-Calpe, Madrid, 1989, p. 132.
4 Jürgen Schultz, “La veduta di Venezia e i suoi precedenti cartografici” in La cartografia tra scienza e arte. Carte e cartografia nel Rinascimento Italiano, Panini, Modena, 1990 (Ferrara, Istituto Studi Rinascimentali) (Trad. MGL).