Marina Gasparini Lagrange

Laberinto veneciano


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Ediciones Alfaguara, Madrid, 1985, p. 79.

      II

      A Sylvia y Sandra, mis hermanas.

      Prisiones y ruinas dicen de Gian Battista Piranesi. Un sentimiento desolado embarga el corazón de este veneciano que en 1740, a los veinte años de edad, abandona la escenografía de su ciudad natal por la soledad luminosa de la capital del viejo imperio. Mientras Piranesi se aleja de Venecia, otros harán de ella la llave que abre las puertas de confusas prisiones en las que habitan la tortura y el abandono.

      La primera edición de los grabados de las Carceri de Piranesi fue publicada en 1745 y fechada por su autor en 1742. Dicen que estas imágenes son resultado de los delirios febriles ocasionados por la malaria que sufriera en la campiña romana. De ser cierto, y toda leyenda termina siéndolo, la enfermedad le ofreció a este veneciano otra manera de imaginar la aflicción. En 1761 hace una segunda edición de sus “Prisiones”. Hiende nuevamente el buril sobre las planchas originales y agrega dos más a las catorce láminas precedentes. La edición definitiva está conformada por dieciséis imágenes en las que nuevas líneas y una mayor oscuridad ahondan el espacio. Entre estas piedras, nada parece tener fin. Tampoco el miedo y el abandono que se respira entre esos pasadizos. Las incisivas e inquietantes sombras piranesianas son como la herida siempre abierta de Filóctetes. En algún recodo llora una queja que se transforma en esas imágenes. Y es que las cárceles de Piranesi son metáforas de otras prisiones.

      Las cárceles de Piranesi las vemos con la confusión y la perplejidad que estas imágenes dejan en nuestros ojos. La minuciosidad del trazado piranesiano no desatiende las argollas, cables y ruedas dentadas que han dejado de girar para ser cinceladas en toda su infortunada redondez. Recordamos las vigas de la lámina que da inicio a la serie y lleva el título de la obra: la agresividad de estos leños no nos es desconocida. En las Carceri del veneciano, arcos, puentes y líneas se multiplican ante nuestra mirada. En ellas, incluso el infinito ha perdido su noción de lejanía inconmensurable. Entre estos muros el hombre es abandonado al tormento de una gran confusión espacial. Y nada más lejos de la noción que poseemos de las cárceles que estas de Piranesi. Aquí el espacio no aprieta. Tampoco logramos escuchar nuestra respiración. En la enormidad de estas Carceri sentimos una manifiesta intención de su autor. Cuando la prisión es el tema, pareciera que lo que nos encarcela tiene proporciones piranesianas. En este lugar, el hombre es una figura adosada a un muro de piedra. Y podemos presentir a los prisioneros de la pasividad, esos que horadan la tierra en el círculo delineado por la apatía. Los presos de Piranesi son seres anónimos que en el trazo recuerdan a aquel fantoche de Honoré Daumier gesticulando incansablemente desde la altura del taburete. En estos espacios el hombre se empequeñece ante la inmensidad de las prisiones que habita. El énfasis está en las cárceles, no en el encarcelado.

      En las cárceles de Piranesi los grises pesan en el alma como plomo sobre el corazón. La tristeza es insondable. No hay puerta que nos impida la salida, pero no lo intentamos. Algo nos dice de la inutilidad del esfuerzo. Mientras el alma nos pese, sólo lograremos cambiar las formas de la celda. Y es esta quizá una de las más dolorosas certezas que nos revela Piranesi en sus láminas. Los dieciséis grabados de las Cárceles, originalmente catorce, recuerdan las catorce estaciones del Vía Crucis de Cristo. Cada estación tiene su nombre, como nombre tiene cada prisión. Las cárceles de Piranesi son imágenes de un Vía Crucis interior que debemos recorrer a solas. Cada prisión es como una nueva caída de Cristo en su Pasión. Las prisiones de Piranesi son imágenes de esa cruz que llevamos a cuestas. Cargamos con ella. Caemos. Pero, ¿dónde está el centurión que nos ayude a levantarnos de nuevo?, ¿dónde la Verónica con el paño que retrató la expresión sagrada del dolor?, ¿dónde Magdalena y su amor? Responde el silencio. Atormenta