Mary Lyons

Loca pasión


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Mary Lyons

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Loca pasión, n.º 1065 - agosto 2020

      Título original: The Playboy’s Baby

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos

      de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-856-1

      Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      BIEN, jovencita, todos estamos deseando escucharla en la presentación de esta tarde –le dijo con una sonrisa el presidente de una de las compañías más importantes de los Estados Unidos a la esbelta rubia que estaba sentada a su lado–. Me parece que tiene la intención de hablarnos sobre el Mercado Europeo.

      –Bueno… –respondió Samantha Thomas algo nerviosa, aclarándose la garganta mientras intentaba desesperadamente encontrar algo que decirle a aquel distinguido caballero, que seguramente sabía mucho más del tema que ella misma.

      Samantha se preguntó qué demonios estaba haciendo en Nueva York. Las manos le temblaban tanto que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que la taza de café y el plato no se le cayeran de las manos. ¿Cómo podía haber accedido a dar la charla principal en aquel seminario financiero? Allí iban a estar reunidos los principales banqueros y economistas, todos los cuales eran obviamente mucho más inteligentes e importantes de lo que ella podría esperar ser.

      Sin embargo, el anciano empresario pareció leerle el pensamiento, y le dio un cariñoso golpecito en el hombro.

      –Cuando lleve tanto tiempo en este negocio como llevo yo –le dijo–, se dará cuenta de que no hay nadie tan inteligente que no pueda aprender algo nuevo cada día. Así que, no se preocupe. Estoy seguro de que lo hará muy bien –añadió con una sonrisa antes de que un grupo de abogados reclamara su atención desde el otro lado del vestíbulo.

      Tras permitir que un camarero le sirviera otra taza de café solo, Samantha hizo un esfuerzo por animarse. Después de todo, nunca se le hubiera pedido que participara en aquella prestigiosa conferencia si los organizadores hubieran pensado que ella iba a hacer el ridículo. Además, ella estaba a cargo de su propio equipo en el departamento de pensiones de Minerva Utilities Management en Londres.

      La voz de Candy, una de las ayudantes de los organizadores de la conferencia, llamándola por su nombre le sacó de aquellos pensamientos. La mujer se dirigía a Candy abriéndose paso a través de los asistentes.

      –¡Siento mucho haber tenido que ausentarme durante el almuerzo! –explicó Candy con rapidez–. Desgraciadamente ha habido un pequeño problema con el seminario de esta tarde. La persona que se suponía iba a introducir tu discurso se ha puesto enferma repentinamente. Mi jefe se ha pasado toda la mañana al teléfono, intentando encontrar alguien para sustituirle. Pero todo está arreglado. Y todo gracias a ti –añadió la mujer–. ¡Parece que tienes amigos en las altas esferas!

      –No entiendo –respondió Samantha, algo aturdida por la rapidez con la que aquella mujer hablaba–. ¿Qué amigos en las altas esferas? Casi no conozco a nadie en Nueva York.

      –¿Cómo? Pues no es eso lo que me han contado –respondió Candy con una sonrisa–. Entonces, ¿qué me dices del maravilloso Matthew Warner?

      –¿Matthew Warner? –repitió Sam, sin caer en la cuenta, mientras miraba a Candy con la boca abierta–. Bueno, sí… una vez conocí a alguien con ese nombre. Pero eso fue en Inglaterra, hace mucho, mucho tiempo. Lo siento, pero me parece… estoy segura de que te has equivocado.

      –¿De veras? –le preguntó Candy con una sonrisa–. Pues parece que el señor Warner sí que se acuerda de ti. De hecho, se negó categóricamente a ayudar hasta que mi jefe le envió por fax tu currículum a su despacho. Y entonces, ¡tachán! Su ayudante personal llamó por teléfono para decir que el señor Warner estaría encantado de presidir la reunión… y de volver a ver a una vieja amiga. ¡Mira! –exclamó Candy, mientras la cabeza de Samantha seguía sin entender nada–. Allí está. Si te has olvidado de un hombre tan maravilloso, ¡deberías hacer que te viera un psiquiatra! –añadió Candy, dándole un codazo en las costillas–. No sólo es moreno, alto, guapo e increíblemente rico, sino también, según dicen las malas lenguas, soltero y sin compromiso. ¿Qué más podría pedir una mujer por Navidad?

      –Todavía estamos en abril, así que todavía te queda esperar –replicó Samantha, mientras se volvía a mirar donde Candy le indicaba.

      –¿Y a quién le importa? –preguntó Candy, con una risita–.