Mary Lyons

Loca pasión


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él decidió terminar abruptamente su relación, no parecía que nada hubiera cambiado. Matt seguía siendo, para ella, el hombre más atractivo que ella había conocido.

      Samantha no estaba segura de si sería el vino, pero se sentía débil y con la mente aturdida. Fuera lo que fuera, tenía que serenarse, luchar por aclararse la mente. Desgraciadamente, le estaba resultando demasiado difícil. ¿Cómo podría ella intentar apartar los recuerdos de la cabeza cuando estaban tan cerca el uno del otro? Cada gesto, cada movimiento de Matt, cada vez que le rozaba el muslo con el suyo, hacía que le resultara a Samantha mucho más difícil olvidar las veces que fiera y apasionadamente habían hecho el amor.

      –Vale, Sam –dijo Matt, sacándola de sus pensamientos–. Ya he hablado yo bastante. ¿Qué has estado tú haciendo durante los últimos nueve años?

      –Bueno… –empezó ella, intentando olvidar el enorme atractivo sexual del hombre que tenía delante de ella–. He estado bastante ocupada. Ahora me encargo de administrar los fondos de pensiones de varias empresas y…

      –No es a eso a lo que me refería –le interrumpió él, con un gesto rápido de los dedos–. Me interesa mucho más tu vida privada. Por ejemplo, me he dado cuenta de que no hay mención de un marido en tu currículum…

      –Bueno… –repitió ella, mientras intentaba encontrar una respuesta.

      No quería decirle la verdad, ya que, con toda seguridad, él querría saber la verdad que se ocultaba tras la ruptura de aquel breve, pero desastroso matrimonio.

      Al acceder a casarse con el pintor Alan Gifford a pesar de seguir enamorada de Matt, Samantha había cometido la peor equivocación de su vida. ¿Cómo podría explicarle que ella había sabido que el matrimonio estaba sentenciado al fracaso incluso desde el momento que salían por la puerta de la iglesia? ¿Cómo podría explicarle que sólo lo había hecho para demostrarle a Matt que no sentía nada por él, y que incluso si él no la deseaba ni la encontraba atractiva, había muchos otros hombres que no opinaban lo mismo?

      No… aquello era demasiado vergonzoso. No podía contarle nada de aquello a Matt, y mucho menos en aquel maravilloso restaurante. Por eso, a pesar de que sabía que no contárselo podía acarrearle muchos problemas, Samantha respiró profundamente y dijo:

      –No… no estoy casada. Por supuesto he tenido algunas relaciones serias pero…

      –Sí, ya me lo imagino –respondió él lentamente, mirandola con intensidad el suave pelo rubio y los grandes ojos–. ¿Hay alguien importante en tu vida en estos momentos?

      –No… no –murmuró ella, dándose cuenta con amargura de que se estaba sonrojando–. ¿Y tú? –añadió ella, para evitar que la atención se concentrara en su vida.

      –Sigo soltero –le respondió Matt–. Aunque, por supuesto, he tenido algunas relaciones bastante serias durante los últimos años… –añadió. Samantha se dio cuenta de que no era inmune a los celos, que le atravesaron como agujas–. Y he tenido una relación bastante duradera durante los últimos tres años.

      –¿De veras? –murmuró ella, intentando parecer interesada en lo que él acababa de confesarle–. Tal vez deberías haberla invitado esta noche para que cenara con nosotros. En cualquier caso, la próxima vez que venga a Nueva York tienes que presentármela.

      –Bueno… no. Me temo que eso va a ser un poco difícil –replicó Matt, con un brillo divertido en los ojos–, porque esa relación ha acabado no hace mucho.

      –¡Vaya! Lo siento –le dijo ella, sorprendiéndose de lo fácil que le resultaba mentir–. ¿Por qué… por qué rompisteis?

      –Fue culpa mía –confesó Matt–. Cuando llegó el momento de hacer algún tipo de compromiso permanente, como el matrimonio, de repente me di cuenta de que no podía dar ese paso. Supongo –añadió tras una pequeña pausa–, que la pura verdad es que no deseaba pasar el resto de mi vida con esa mujer en particular. Así que eso fue todo –concluyó, encogiéndose de hombros–. Esa es mi historia.

      –Siento que no saliera bien.

      –No hay por qué sentir nada –le replicó él, con una ligera sonrisa–. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Sam, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?

      Samantha intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.

      –Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir –musitó ella, cuando el camarero se marchó.

      –¡Venga ya, Sam! –exclamó él con una ligera sonrisa burlona–. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamos a mi apartamento, ¿no?

      Por fin Samantha empezó a comprender el mensaje, pero quería que él se lo dijera palabra por palabra. Después de todo, había sido él quien la había dejado todos esos años atrás, por lo que no iba a ser ella la que diera el primer paso.

      –¿Y qué es exactamente lo que tienes en mente? –le preguntó ella, con tanta ligereza como le fue posible.

      –¡Eso es lo que me ha gustado siempre de ti! –exclamó él, agarrándole de la mano–. Me alegro de ver que no has cambiado, de que no te gusta jugar y que prefieres discutir las cosas abiertamente –añadió, llevándose la mano de ella a los labios.

      –Oh, Matt… –murmuró ella sin poder hacer nada, con las mejillas muy sonrojadas.

      –¡Relájate, cariño! –musitó él, sin soltarle los dedos–. Puedo, desde luego, invitarte a tomar una taza de café. Sin embargo, preferiría abandonarme apasionada y locamente a hacer el amor contigo. Si me permites que te lo diga, este hecho ha sido mi prioridad desde las dos de esta tarde. ¿Te parece que he hablado lo suficientemente claro?

      –No está mal –respondió ella, con una sonrisa, sintiendo que el deseo sexual se iba apoderando de ella.

      –Así que, como todos los expertos financieros, yo diría que ya va siendo hora de que empecemos a discutir la fusión de nuestras compañías –dijo Matt, poniéndose de pie–. Por no mencionar la necesidad de examinar las cifras muy cuidadosamente. ¿Qué te parece? –añadió, mientras le ayudaba a ella a levantarse de la silla.

      Pasaron algunos segundos antes de que Samantha, que se había quedado prácticamente sin habla por la pasión y el deseo que sentía, consiguiera reaccionar.

      –No creo tener ningún problema con ese punto en particular de la agenda de… de esta noche –murmuró en voz muy baja mientras Matt la tomaba por el brazo y salían del restaurante.

      Capítulo 2

      MIENTRAS salían del restaurante, el corazón de Samantha latía a toda velocidad. Parecía caminar en un estado de sueños, inconsciente de todo lo que la rodeaba menos del alto y atractivo hombre que la ayudó a introducirse en la limusina. Durante el trayecto a través de las iluminadas calles de la ciudad, Samantha se dio cuenta de que no sabía dónde iban, pero tampoco le importaba. Mientras Matt siguiera abrazándola…

      De repente se pararon delante enorme edificio de piedra marrón y a Samantha le pareció que un portero uniformado saludaba a Matt antes de que entraran en el edificio. Los tacones de las sandalias de Samantha resonaban en el mármol que cubría la entrada. Luego se dirigieron al ascensor y antes de que ella pudiera darse cuenta Matt estaba abriendo la puerta de su apartamento.

      –Bienvenida a mi humilde morada –le dijo él en tono de burla, mientas le ayudaba a quitarse el abrigo.

      Entonces