Mary Lyons

Loca pasión


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le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Matt había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella. Pero ella ya no era una niña soñadora y sabía que las promesas y las dulces palabras susurradas en momentos de pasión se desvanecen a la fría luz del día.

      Lo que era más importante era que ella no estaba dispuesta a ser una aventura de una noche. Había habido una época, justo después de romper su matrimonio cuando había creído que el sexo podría suministrar algún tipo de compensación. Pero le había bastado un encuentro para darse cuenta de que aquello era una mentira. Para ella, la última noche había sido una experiencia mágica, pero para Matt, tal vez no hubiera sido más que una diversión.

      –Ven, déjame que te seque los dedos –murmuró él, limpiándole las manos con un paño de cocina, para luego estrecharla entre sus brazos–. Creo que ya va siendo hora de que me des un beso de buenos días, ¿no? –le dijo. La dulzura y calidez de la boca de Matt era maravillosa para reafirmarla en sus sentimientos–. Por cierto, por si tienes dudas sobre mis intenciones… Siento todo lo que te dije anoche.

      –¿De verdad?

      –Sí, te lo juro. No me voy a andar por las ramas, Sam. Los dos somos sensatos y estoy segura de que tú te das cuenta, lo mismo que yo, que lo nuestro es algo muy especial. Ya sé que te hice mucho daño en el pasado, pero no tenía elección. Estaban las autoridades universitarias pisándome los talones y, además, tú eras muy joven. Créeme, no había manera de que hubiéramos podido continuar lo nuestro.

      –Sí… lo entiendo. Aunque, en aquellos momentos…

      –Entonces me porté como un bruto sin corazón –admitió él con tristeza–. Pero ahora todo ha cambiado. Tenemos que olvidarnos del pasado, porque todo ha cambiado, todo, menos la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro. Los dos somos adultos y aunque nuestros estilos de vida son frenéticos, podemos hacerlo funcionar. Esta vez sí. Sólo se tardan cuatro horas en cruzar el Atlántico con el Concorde. ¡Yo mismo voy a encargarme de que esta vez funcione!

      Samantha se dio cuenta de que él tenía razón con respecto al pasado. Ya no era la niña de entonces y estaba segura de que él no podría volver a hacerla daño de nuevo. Además, él había dejado muy claro que estaba hablando de una aventura, lo que no implicaba ningún tipo de compromiso por ninguna de las dos partes.

      Samantha trató de convencerse de que podría manejar aquella situación. Hacer el amor con Matt era una experiencia maravillosa, estupenda, pero sólo era una parte de su vida. Su carrera era igual de importante para ella, y no estaba dispuesta a dejarla a un lado por ningún hombre, ¡aunque fuera el más sexy que hubiera conocido!

      No había nada de lo que preocuparse. No iba a volver a cometer el error de enamorarse perdidamente de aquel hombre. El deseo era una cosa, el amor otra muy distinta. No había ninguna razón para que no pudiera tener una aventura, intensa y maravillosa, con Matt. ¡Ninguna razón!

      –Bueno –le dijo Matt–. Por el amor de Dios, no te estoy proponiendo algo tan malo. Sólo quiero hacer el amor contigo, tan a menudo como sea posible. ¿Me vas a rechazar?

      –Bien… no creo que tu proposición me plantee ningún problema –le dijo ella, bromeando, y se echó a reír cuando él dio un exagerado suspiro de alivio antes de volver a besarla de nuevo.

      –Y ahora que hemos resuelto la letra pequeña del contrato, voy a ponerme algo de ropa y voy a preparar café, ¿te parece?

      –¡Eso está mucho mejor! Esa es una proposición que no estoy dispuesta a rechazar –exclamó ella, sintiéndose de repente increíblemente feliz.

      Unos instantes después, después de que Matt le sirviera tostadas con mermelada y café Samantha dijo:

      –Estaba todo muy bueno. Sin embargo, no me puedo quedar aquí todo el día. Creo que ya va siendo hora de que vuelva al hotel.

      –Ven, hay algo que quiero enseñarte antes de que te vayas –comentó Matt, levantándose de la mesa de la cocina. Samantha se sintió algo desilusionada de que no le hubiera pedido que pasaran juntos todo el día, aunque probablemente él tenía compromisos anteriores a ella–. Quiero que veas por qué me decidí a comprar este apartamento –añadió, tomándola por el brazo para llevarla al salón. Allí, con el mando a distancia, abrió las cortinas para mostrarle la terraza.

      –¡Matt! ¡Qué maravillosa vista! –exclamó ella al ver el parque, con un gran lago, con un enorme monumento sobre columnas de piedra, más allá del cual se veía un río, probablemente el Hudson–. ¿Tardaste mucho en encontrar este apartamento?

      –Bueno, bastante y…

      Fuera lo que fuera lo que iba a decir, se vio interrumpido por el sonido del timbre de la puerta principal.

      –Vuelvo enseguida –murmuró él, desapareciendo en dirección al vestíbulo.

      Disfrutando de aire fresco y del sol, no prestó mucha atención al murmullo de la conversación que venía de la puerta. Matt volvió enseguida y le ofreció otra taza de café.

      –Gracias, pero creo que debería volver al hotel.

      –¿Tienes algún plan para el resto del día?

      –Bueno, no, pero me gustaría ver todo lo que pueda de la ciudad. Por eso tengo que volver y…

      –Esperaba que no tuvieras ningún compromiso –le dijo Matt con una sonrisa–. Por eso, he estado preparando un programa para el resto del fin de semana. Y dado que te vas a quedar conmigo aquí, creo que es mejor que te vistas y que nos vayamos tan pronto como sea posible.

      –¿A qué te refieres con eso de que me voy a quedar aquí? No puedes pretender que me vaya a visitar la ciudad con este albornoz o con el vestido que llevaba anoche. Si es así, ¡debes de haber perdido un tornillo!

      –¡No seas ridícula, cariño! –exclamó él–. No se me ocurriría pedirte que hicieras nada por el estilo. Por eso telefoneé a tu hotel esta mañana, mientras tú estabas experimentando con la máquina de hacer hielo, y les pedí que prepararan tu equipaje y que lo trajeran aquí, a mi apartamento.

      –¿Qué? ¡No me lo puedo creer! ¿Me estás diciendo que has tenido la cara de llamar a mi hotel y…? ¡Dios, les has debido pedir que me hagan la maleta también!

      –Claro –respondió él con una sonrisa–. ¿Por qué ibas a querer desaprovechar un tiempo precioso en hacer algo tan mundano?

      –Pero… pero no puedes hacer esas cosas –le espetó ella muy enojada, tremendamente enojada al pensar que una doncella se habría visto obligada a recoger sus cosas. ¡Menos mal que había dejado la habitación bastante recogida! Además, ¿qué habrían pensado los del hotel?

      –Es inútil que me digas que no puedo hacer algo cuando ya lo he hecho.

      –Pero no he pagado la cuenta ni…

      –Ya me he encargado yo de eso.

      –Bueno, ¡gracias Matt! Con mi reputación hecha añicos no creo que pueda volver a alojarme en el Mark, ¿no crees?

      –Tienes razón –asintió él, estrechándola entre sus brazos–. ¿Por qué ibas a alojarte en un hotel cuando puedes estar aquí conmigo?

      Entonces él bajó la cabeza para besarla. Los movimientos seductores de los labios y la lengua junto con el contacto con el cuerpo de Matt resultaron ser, de nuevo, irresistibles.

      Después de todo, no era muy interesante discutir por una maleta. Todo lo que le importaba en aquellos momentos era que sus besos hacían que la sangre le circulara más deprisa y que su cuerpo temblaba con el toque erótico y sensual de los dedos mientras le abría el albornoz y le acariciaba el cuerpo desnudo.

      Atrapada en una densa niebla de deseo y placer, sólo pudo emitir un pequeño gemido cuando él apartó los labios de los suyos.

      –No