señalando a varios puntos de la habitación para luego dirigirse al bar, decorado en caoba, que había al otro lado de la habitación.
Samantha se estaba preguntando cómo podría Matt vivir en una casa tan horrenda cuando se sorprendió al ver que las cortinas se corrían, como movidas por manos invisibles, y la luz de las arañas se hacía más difusa hasta verse reemplazada por otras lámparas más pequeñas, distribuidas por la habitación.
–¿Funciona todo en esta humilde morada por control remoto? –preguntó ella, mientras se dirigía a la chimenea.
–No, todo no. Quedan todavía un par de cosas que todavía hago yo personalmente –le dijo Matt con una sonrisa mientras descorchaba una botella de champán.
–Todo esto es muy… muy espectacular –murmuró ella, mirando las sillas y los sofás, tapizados de telas muy caras, pero con apariencia incómoda.
–Es horrible, ¿no? –afirmó él con una sonrisa, llenando dos copas de champán.
–Bueno…
–Después de que me nombraran presidente, estuve trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día. Cuando compré este apartamento, estaba en un estado terrible y necesitaba una remodelación completa. Yo cometí el error de confiársela a mi antigua novia, quien se suponía que era una decoradora de primera linea. El resto del apartamento está bien, por lo que no acabo de entender por qué cargó tanto las tintas en esta habitación. Desgraciadamente –añadió, mientras sonaba el teléfono móvil–, no he tenido tiempo de volver a decorarlo de nuevo.
Mientras Matt hablaba rápidamente por teléfono, tratando de algún asunto de la máxima importancia, Samantha se dio cuenta de que la niebla que le había estado bloqueando el entendimiento estaba desapareciendo. Y comprendió que había cometido un grave error al acompañar a Matt a su apartamento.
En primer lugar, no era bueno intentar revivir el pasado. Ella no acababa de entender por qué se había dejado embaucar por aquella marea de deseo y pasión, que no podría traerle otra cosa que un vergonzoso encuentro.
Además, aquella habitación resultaba tan horrible, que parecía muy poco probable que una decoradora de primer orden fuera capaz de concebir un esquema decorativo tan poco acertado. A menos que la dama en cuestión lo hubiera ideado como una sutil y amarga venganza contra el hombre que la había abandonado.
Resultaba evidente que Matt, a parte de ser un hombre de negocios con mucho éxito, era un playboy. Además, había admitido en el restaurante que no le iban los compromisos, lo que significaba que sería muy poco acertado verse envuelta en una aventura con un hombre que había provocado una reacción tan violenta en una antigua novia.
Había pasado tanto tiempo desde que Sam bebía los vientos por él que aquello sólo podía significar que los dos ya no eran los de antes. Por lo tanto, cualquier esperanza de que las cosas no hubieran cambiado entre ellos y de que pudieran retomar su relación donde la habían dejado era una quimera.
–Perdona –dijo Matt cuando acabó la llamada–. He apagado ese maldito teléfono para que no vuelvan a interrumpirnos –añadió, dirigiéndose hacia ella.
–Esta habitación tiene buenas proporciones –comentó ella, muy nerviosa mientras cogía la copa que él le entregaba–. Es decir… debe haber muchos otros… diseñadores de interiores en Nueva York. Así que… no debería de ser muy difícil convertirla en una… casa acogedora.
Abrumada por la manera entrecortada en la que había hablado, tomó un trago del refrescante líquido dorado, intentando desesperadamente controlar la manera en la que su cuerpo respondía a la cercanía del de Matt.
Si fuera con otra persona, no le hubiera importado… Pero era el pasado de su historia con Matt lo que le hacía sentirse de aquella manera. Se dio cuenta de que lo más acertado sería salir de aquella situación… lo más rápido posible.
–¡Dios mío! ¡Vaya horas!–exclamó Samantha, mirando las agujas de un recargado reloj francés–. No me había dado cuenta de que era tan tarde. Creo que debería…
–Lo que deberías hacer es tranquilizarte –ronroneó Matt, dejando la copa en la chimenea.
–¡Tonterías! Estoy perfectamente tranquila –le espetó ella.
La risotada de Matt fue la única respuesta que él le dio, mientras le rodeaba la cintura con una mano y le quitaba la copa de champán con la otra, para luego ponerla también al lado de la otra.
–¡Relájate, cielo! –le susurró, apartándole un mechón de pelo del rostro.
Samantha tembló al sentir la caricia aterciopelada de los dedos de Matt sobre la piel del cuello. Una oleada de calor pareció abrasarle las venas y un nudo de deseo febril se le formó en el vientre al sentir que él la estrechaba más contra su cuerpo.
–Lo siento, Matt. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… –confesó ella con voz ronca.
–Al contrario –murmuró él–. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…
–No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado –protestó ella–. De verdad… me parece que todo esto es un error.
–He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…
–No creo que lo hayas pensado lo suficiente.
–En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…
–¡Matt! No creo que esto sea una buena idea –murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.
–Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.
La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando la cabeza, la besó de una manera posesiva y llena de sensualidad.
Al sentir los labios de él sobre los suyos, Samantha no tuvo ninguna duda de que aquello era lo que había estado deseando, y temiendo, desde la primera vez que le había visto aquella tarde. Se sentía indefensa, incapaz de hacer nada que no fuera responder a los labios que se movían encima de los suyos con insidiosa persuasión, tan sensualmente que le inflamaban los sentidos.
Intentando desesperadamente aferrarse a un ápice de cordura, Samantha se sentía atrapada en una marea que poco a poco le iba inundando el cuerpo y le obligaba a responder a la imperiosa necesidad que sentía por él.
Sin embargo, mientras él la besaba más profundamente, pareció como si hubiera recibido una sacudida eléctrica, que la envolvía como un trueno, impidiéndola escapar y atándola a él, que igualmente parecía haberse visto envuelto por la misma sensación.
Totalmente poseídos por una fuerza primitiva que iba más alla de ellos mismos, y que estaba más allá del control de ninguno de los dos, se besaron con pasión. Sin separar los labios de los de ella, Matt le arrancó las ropas a ella para luego desnudarse él, tirando todas las prendas a un lado para poder satisfacer la necesidad que sentían.
Cuando Samantha se dio cuenta de que estaba desnuda y de que él quería tumbarla sobre la alfombra delante del fuego, quiso aferrarse a la última sombra de cordura.
–Esto es una locura… debemos haber perdido el juicio –jadeó Samantha, mientras él se tumbaba encima de ella.
–¡Por amor de Dios! –exclamó él, respirando pesadamente–. ¿De verdad me estás pidiendo que me detenga? Porque si no es así –añadió, apretando los labios contra los senos henchidos de ella–, ¿qué te parece si dejamos cualquier discusión sobre la ética y el comportamiento civilizado para más tarde?
Incapaz de producir una respuesta que no fuera un temblor apasionado que