él, con la voz ronca, pero con la atención suficiente como para mencionar su cargo en mitad de la noche.
—Cameron, ¿dónde estás?
—¿Cómo?
—¿Dónde estás? —repitió ella.
—¿Molly? Son las tres y media de la madrugada. Estaba durmiendo. En la cama.
—Pon la televisión.
—¿Por qué?
Ella no iba a dejarse engañar con algún truco tecnológico.
Era muy fácil desviar las llamadas a otro teléfono.
—Enciende esa enorme televisión que está a dos metros de tu cama. Ahora mismo.
—¡De acuerdo! ¿Qué es lo que ocurre?
Hubo un ruido al otro lado de la línea, y después se oyó el inconfundible sonido de la principal cadena de deportes del país. Cameron estaba en casa.
—De acuerdo —susurró ella, y sintió varias emociones distintas, aunque ninguna de ellas identificable.
—¿Qué demonios pasa? ¿Estás bien?
—Sí. Lo siento. Adiós, Cameron.
Colgó el teléfono, y después lo pensó mejor, volvió a descolgar y dejó el auricular sobre la mesilla. Cuando comenzó el pitido, lo metió bajo su almohada. Cameron iba a estar llamándola toda la noche si no tomaba precauciones, y entonces sí que tendría que darle explicaciones a Ben.
Molly bajó a la cocina y se tomó una taza de vino para recuperar fuerzas. Después se sentó a la mesa para esperarlo. No podía hacer otra cosa.
Si no había sido Cameron, ella no tenía ninguna pista. Aunque él había actuado de una manera extraña en varias ocasiones, nunca había empujado a ninguno de los otros chicos a que la acosara físicamente, porque podía arriesgarse a delatar sus verdaderas intenciones.
Le pareció que pasaba una eternidad hasta que apareció Ben, pero en realidad solo habían pasado quince minutos. Corrió a abrir la puerta, y cuando él entró en la casa, llevó consigo el olor a nieve. Tenía pequeños cristales brillantes en el pelo y en los hombros.
—¿Lo habéis encontrado? —le preguntó ella mientras volvía a cerrar la puerta.
—No, ahí arriba no hay nada. El camino está seco, y no empezó a nevar hasta que estábamos bajando de nuevo. ¿Estás completamente segura de que viste a alguien? ¿No estabas soñando?
—Estaba despierta. Acababa de ir al baño.
—¿Y qué llevabas puesto? —le preguntó él, pasándole la vista por el cuerpo hasta las zapatillas, y de vuelta hacia arriba.
Ella negó con la cabeza, sin comprenderlo.
—La mina King está a un kilómetro y medio. Ayer fui a inspeccionar la puerta, y el candado estaba roto. Había algunas latas de cerveza por allí tiradas. Es posible que los adolescentes hayan ido allí a beber —explicó Ben, y se encogió de hombros—. Volveré a la mina mañana. Tal vez algún chico que bajara por el sendero desde allí te viera caminando en ropa interior y se detuviera a mirar.
Molly iba a negarlo; ella había tenido una sensación mucho más amenazante que aquello, pero entonces se detuvo. ¿Podía ser algo tan sencillo? ¿Un adolescente excitado y borracho de cerveza barata? Volvió hacia la cocina, consciente de que Ben la seguía.
—A no ser —dijo él, en tono de advertencia—, que tengas que contarme algo. Que haya algún motivo por el que tú piensas que alguien te está vigilando.
Como ella había comprobado que no había sido Cameron, le resultó fácil negar con la cabeza.
—No. Me pareció algo amenazador. ¿Crees que puede haber sido algo accidental?
—¿Ibas en ropa interior?
—¡Llevaba una camiseta!
—¿Esa camiseta?
Ella se miró hacia abajo y vio la tela de algodón de la camiseta que sobresalía por el cierre de la bata de seda.
—Sí.
—Yo también me habría parado a mirar cuando tenía diecisiete años.
—Sí, claro. Tú habrías espiado a una chica a través de las ventanas de su habitación en mitad de la noche.
—El chico no estaba precisamente trepando por la pared para espiarte. Cierra las cortinas, ¿de acuerdo?
—Está bien —dijo Molly, y dio una palmada en la mesa—. Lo único que ocurre es que me gusta ver la vista por las mañanas, cuando me despierto. No debería tener que preocuparme de locos que se pasean por el sendero a las tres de la mañana…
—Molly…
Cuando él la abrazó, ella se dio cuenta de que se había echado a llorar, lo cual la disgustó aún más. Sin embargo, se sintió tan bien que le permitió seguir abrazándola, y la ira desapareció fácilmente.
—Estoy bien, Ben —le dijo, mientras apretaba la cara en el espacio cálido que había entre su pecho y su chaqueta. Inhaló el olor de su piel y el del cuero oscuro de la chaqueta. Tenía un olor fuerte y limpio.
Se le escapó un pequeño sollozo, y Ben suspiró.
—Frank ha ido a la comisaría a hacer los informes. Yo volveré a pasarme por allí mañana por la mañana, te lo prometo.
—He visto a alguien —repitió ella, y notó que él asentía porque su barbilla se movió en su pelo.
—Ya lo sé. Vamos, voy a acostarte, si crees que puedes dormir algo.
¡Vaya! ¿Estaba de broma? Molly intentó por todos los medios que no se le notara el entusiasmo al hablar.
—Supongo que puedo intentarlo —dijo con un susurro.
—Solo son las cuatro de la mañana —respondió él, y le puso la mano en la cadera para darle la vuelta y dirigirla hacia las escaleras—. Debes intentarlo.
—Si tú crees, Ben…
«Sí, cuida de mí, guapísimo», pensó ella. ¿Hasta qué punto iba a llegar para ayudarla a dormir, exactamente? Ahora que ya no había ninguna señal de peligro, había vuelto a su estado normal de costumbre cuando Ben estaba cerca: la más absoluta excitación. Pero él no tenía por qué saberlo. Todavía.
Balanceó las caderas mientras subía por las escaleras. Él tenía que darse cuenta. La bata solo le llegaba hasta la mitad del muslo; tal vez, Ben pudiera incluso verle los pantalones cortos del pijama.
Sin embargo, él tenía una actitud muy profesional cuando llegó a su habitación. Pasó por delante de ella y cerró las contraventanas, y después corrió las cortinas.
—Aquí hace mucho frío. ¿Por qué no enciendes la estufa?
—Ummm… Porque no sé exactamente hacia qué lado tiene que estar el mango.
—¿Qué mango?
—El mango de abrir el tiro. No sé cuándo está cerrado y cuándo está abierto.
Ben abrió la puerta de hierro forjado y metió la mano.
—Bueno, ahora entra aire frío, así que supongo que está abierto.
—Ah —murmuró ella.
Esperó a que él dijera algo sarcástico, pero Ben se limitó a meter troncos de la enorme cesta de leña y a apilarlos dentro de la estufa. Ella aprovechó la oportunidad para colgar de nuevo el auricular. Con suerte, Cameron ya se habría vuelto a dormir.
Ben había encendido un buen fuego en cinco minutos, lo cual era muy agradable, aunque también molesto. Molly estaba segura de que ella habría tardado más de media hora.
Antes