Victoria Dahl

E-Pack HQN Victoria Dahl 1


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le prometí a Molly que tendría más cuidado. Y ella te mencionó a ti, específicamente.

      Ben soltó una exhalación de disgusto.

      —Eso es muy halagador.

      La risa de Quinn irritó a Ben, pero no estaba en situación de protestar.

      —Es su exnovio, ¿verdad?

      —No te lo puedo decir.

      Ben apretó los dientes.

      —Como he dicho, estoy interesado en empezar una relación de verdad aquí, cosa que va a ser imposible si no sé nada sobre ella.

      —Corrígeme si me equivoco, pero esto es más una cuestión de confianza que una cuestión de información. Aunque yo te lo contara todo, tú no estarías más cerca de Molly por saberlo.

      Aquello era completamente cierto y le molestaba mucho, así que Ben se despidió de Quinn y volvió a su ordenador. ¿Qué demonios era lo que estaba ocultándole Molly, y por qué?

      Al leer un artículo corto sobre el sargento Kasten, Ben intentó ignorar el teléfono del departamento, que figuraba al final de la página. Tal vez fuera un fisgón, pero sabía perfectamente dónde estaba la línea que no debía cruzar. Sin embargo, le picaban los dedos, así que cerró aquella página y llamó al sheriff McTeague.

      La telefonista estaba pidiéndole que esperara unos instantes cuando Brenda pasó por delante de su puerta. Él la detuvo con un gesto de la mano y le pidió que entrara.

      —Gracias por la cena de anoche. Molly Jennings me pidió que le diera su enhorabuena a la chef, porque era el mejor chili que comía en muchos años.

      —¿Molly?

      Él sonrió al ver que ella fruncía el ceño.

      —No te preocupes, me dijo que te lavaría el tupperware y que lo traería.

      —Ah. Sí. Yo… No me esperaba que…

      Ben señaló el teléfono cuando el sheriff McTeague respondió con su acostumbrada brusquedad.

      —Hola, sheriff, ¿tienes pensado devolvernos ese GPS que te prestamos?

      —No creía que lo necesitaras pronto. Me he enterado de que estás muy ocupado con la chica que acaba de llegar al pueblo.

      —Increíble —murmuró Ben, al comprobar que ya se había enterado todo el condado. Cuando se dio cuenta de que Brenda seguía en la puerta, la miró sorprendido, pero ella se dio la vuelta y se marchó rápidamente hacia su escritorio.

      —Escucha, Jefe —dijo el sheriff con un tono más profesional—. Tengo un problema con Nick Larsen. No ha hecho nada por arreglar ese cercado podrido suyo, y todas las semanas se le escapan un par de reses. ¿Puedes vigilarlo un poco, ya que está tan cerca de Tumble Creek? Ese idiota va a conseguir que las vacas se vayan a la carretera y alguien tenga un accidente.

      —Sí, me pasaré por allí todas las noches.

      —Es un terco.

      —Mira, a Larsen solo le importa el dinero. Le recordaré que puede perder todo el rancho si alguien choca contra una vaca por la noche y acaba muerto. Veremos si puedo convencerlo de que se gaste unos cientos de dólares en el vallado.

      —Gracias. Dime lo que te contesta.

      Antes de que colgara el teléfono sonó un bip. A un ciervo se le había quedado la cabeza atascada en una valla cuando intentaba comerse los últimos frutos de un huerto. El animal se había dañado el cuello al intentar escapar.

      Ben tomó el rifle del armario de seguridad, sabiendo cuál iba a ser el resultado. Esperaba que el día mejorara después de aquello.

      Molly Jennings iba a tener un día maravilloso.

      Se acomodó contra los cojines que se había puesto en la espalda y movió el ordenador sobre las rodillas. Tenía que cumplir un contrato de un libro de doscientas páginas, y ya llevaba noventa y cinco. Si seguía con aquel ritmo, terminaría dentro de diez días.

      Suspiró de felicidad y pasó la mano por las sábanas arrugadas, que todavía olían a Ben. No tenía sentido irse a trabajar a su escritorio cuando allí tenía tanta inspiración. En la estufa todavía ardía el fuego, y ella todavía estaba vibrando del placer que había experimentado. No le importaba sentirse como una adolescente. Sonrió al ver el pedacito de cinta de carrocero que había pegado en la parte delantera de la estufa, en el que había escrito «Abierta», con una flecha que señalaba hacia la derecha del mango de cierre del tiro.

      Ben era muy mono. Y muy sexy. Y guapísimo.

      —¡Taaan guapo!

      Al recordar algo que Ben había hecho con la lengua, comenzó a teclear. Ella no era tan tonta como para usar detalles personales, pero aquel hombre le daba muy buenas ideas.

      Su sheriff estaba describiéndole a la viuda exactamente lo que tenía pensado hacerle cuando sonó el teléfono. Ella respondió.

      —¿Diga?

      —¿Molly? ¿Qué tal estás? —respondió una voz masculina.

      Ella intentó no responder, pero estaba de muy buen humor, y Michael era su «casi amante» favorito. Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había conseguido su nuevo número.

      —Hola, Michael.

      —¿Cómo te tratan las montañas?

      —Muy bien. ¿Y cómo va tu empeño en convertirte en socio de la empresa?

      —En realidad, va estupendamente. Acabo de contarle a Cameron que el socio senior me ha invitado a navegar a las Bahamas en Navidad.

      Aunque se le estropeó un poco el humor al oír la mención de Cameron, era lógico pensar que Michael hubiera hablado con él. De otro modo, ¿por qué iba a llamarla?

      —Hablando de viajes —prosiguió Michael—, tengo muchas ganas de verte este fin de semana.

      Ella sintió una punzada de angustia.

      —¿Cómo?

      —El Baile de la Policía. Todos hemos comprado entradas para poder ver a Cameron recibiendo su premio, pero sobre todo, yo quería verte a ti. No se lo digas a Cameron —le pidió él, con una carcajada.

      —Pero, ¿por qué ibas a verme?

      —Eh… ¿Porque tú eres su acompañante? Tenía la esperanza de que te pusieras ese vestido rojo que…

      —No sé lo que te ha dicho Cameron, pero yo no soy su acompañante. Vivo a cuatro horas de camino, por no mencionar que rompimos hace seis meses.

      —Sí, pero vosotros dos sois el uno para el otro. Esto solo es una pequeña crisis.

      Hablaba como un verdadero autómata.

      —Tengo que dejarte, Michael. Que te lo pases muy bien en las Bahamas. Siento que no vayamos a vernos este fin de semana.

      Colgó antes de que él pudiera seguir mencionando las mentiras de Cameron. Sentía de veras no volver a ver a Michael; era un chico guapo, listo y simpático. Ella había confiado tanto en él como para advertirle en contra de Cameron, y sin embargo, él había caído en su trampa mucho más rápidamente que otros hombres. Algunas veces, los tipos listos estaban demasiado seguros de su intelecto. Michael no había tenido ninguna oportunidad contra el carisma de Cameron.

      ¿Y qué era lo que estaba tramando Cameron en aquella ocasión?

      De mala gana, Molly salió de la cama y bajó al vestíbulo, donde había dejado el paquete que le había entregado Ben. Tomó las llaves y serró la tapa. Lo primero que vio fue una nota. ¿Vas a ponértelo para mí?, decía. Molly la apartó de un manotazo y vio una caja de plástico que contenía una flor hecha de cristal color violeta. Era una pieza muy delicada. Un regalo precioso, si no fuera de un loco. Dejó la caja a un lado y después,