Victoria Dahl

E-Pack HQN Victoria Dahl 1


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bajó las escaleras.

      —Necesita un poco de tiempo, señor —dijo, y señaló con la cabeza hacia su furgoneta. Ben asintió mientras le ponía la mano en el hombro al señor Wenner.

      —¿Por qué no se pone los pantalones, señor Wenner? Lo llevaremos a la comisaría para que llame a su hermano y le pregunte si puede venir a recogerlo.

      —A mi cuñada no le va a hacer ninguna gracia. Olive ya la ha llamado.

      —Bueno, vamos a intentarlo. Y ahora, ¿los pantalones, por favor?

      Cuarenta y cinco minutos después, el hermano del señor Wenner fue a recogerlo. A Ben todavía le quedaba una hora de turno, y estaba sentado en su despacho sin nada que hacer. Se inclinó hacia atrás en la silla y miró hacia la luz encendida de The Bar.

      Molly le había enfadado mucho con su actitud de aquella mañana, y él no quería acercarse a ella; sin embargo, antes había visto entrar a Lori en el local, y si Lori estaba allí, Molly también, por no mencionar a todos los hombres sedientos de amor del pueblo, que intentaban ahogar su libido en cerveza.

      Pensó en Molly tendida bajo él, desnuda, con una expresión de pura lujuria, y se la imaginó flirteando con otro hombre…

      Arrastró ruidosamente la silla al levantarse. Tenía una hora de trabajo por delante, así que iría a ver a los tipos problemáticos del bar de enfrente.

      Abrió la puerta y sintió una oleada de calor y de olor a cerveza, y oyó la risa de unas mujeres. Miró hacia la barra, pero solo vio a un par de rancheros.

      La risita volvió a surgir, y Ben miró hacia el fondo del local, donde estaba la mesa de billar.

      Molly estaba apoyada al borde de la mesa, dibujando círculos en el suelo con la punta de uno de sus zapatos de tacón mientras hablaba con Lori y Helen Stowe. Aquellos zapatos eran de cuero negro y tenían una tira de cuero que pasaba por encima del empeine, como los zapatos de las colegialas, salvo por el tacón de siete centímetros.

      Por encima de aquellos zapatos había unas piernas vestidas con medias negras que conducían hacia una falda escocesa de cuadros rojos y gris, también de colegiala. De colegiala traviesa que buscaba problemas en un bar.

      Y estaba a punto de encontrarlos, claro que sí.

      —¡Jefe! —exclamó Juan, cuando Ben pasaba por delante de la barra.

      Molly lo miró y se quedó sorprendida. Le mostró el taco de billar, y lo saludó.

      —Hola, Ben.

      —¿No tienes frío con esa falda? —le preguntó él con un ladrido, olvidándose de que había planeado tener una conversación fría y distante con ella.

      Molly se mordió el labio y se miró con consternación. Bruja descarada.

      —Llevo varias capas.

      Ya. Una camisa blanca que podría haber sido recatada dos botones antes. Bajo ella asomaba una camiseta de tirantes negra. Ben se la imaginó desabotonándose la camisa blanca, sin nada más que la falda y aquella camiseta negra. Y los tacones. Y las medias.

      —Te prometo que voy bien abrigada —dijo ella.

      Demonios, a él no se le ocurrió nada que decir. Se quedó plantificado, mirándola como un idiota.

      —Ben, no quisiera interrumpir —dijo Lori—, pero le toca a Molly. ¿Crees que podrías prescindir de ella un minuto?

      La colegiala traviesa pasó por delante de él, rozándolo, y miró hacia la mesa de billar. Cuando dio con una tirada que le gustó, se colocó el taco entre los dedos, le lanzó una sonrisa por encima del hombro, se inclinó sobre la mesa y se colocó sobre el fieltro.

      Ben tosió. Se le había secado la garganta tan rápidamente que estaba a punto de ahogarse. La falda se le había subido hasta la banda de elástico de las medias, y Ben vio la carne pálida que había por encima.

      —Respira —le susurró Lori, y él tomó aire profundamente.

      —Estoy de servicio —dijo, y Lori se limitó a agitar la cabeza.

      Molly tiró y celebró su carambola retorciéndose de placer, cosa que le recordó a Ben lo bien que se le daba retorcerse. Después, ella fue hacia el otro lado de la mesa y tiró de nuevo, mientras Ben miraba sin poder evitarlo sus pechos, que asomaban por encima del sujetador y la camiseta. El sujetador era rojo y tenía un ribete negro.

      —Dile que volveré dentro de una hora —refunfuñó, y se dio la vuelta. Hubiera podido jurar que oía su dignidad desmoronarse allí mismo.

      Una hora más de trabajo, y podría llevarse a Molly a casa, y resolverían la cuestión de si estaban o no estaban saliendo.

      Salió sin mirar atrás. Cuando estuvo en la calle, el aire frío le cortó la respiración. No… No era el aire frío. Fue la impaciencia que sentía por Molly.

      En cuanto él salió, Molly adoptó una postura más decorosa y se ajustó la camisa. Probablemente, Ben había pensado que llevaba así toda la noche.

      —Oh, Dios mío —dijo Lori, riéndose—. Ese hombre está tan loco por ti que resulta gracioso.

      —Para mí no es gracioso —dijo Molly—. Es muy, muy serio.

      —Sí, eso ya lo veo.

      Helen Stowe le hizo un gesto con ambos pulgares hacia arriba desde el otro lado de la mesa.

      —Bien hecho, Molly.

      Helen tenía cuarenta años y acababa de divorciarse, y estaba intentando encontrar una nueva vida. Se había puesto muy contenta cuando Lori la había invitado a salir con ellas.

      —Me parece —dijo Molly mientras rodeaba la mesa hacia Helen—, que tú también lo has hecho bien. He notado que has establecido contacto visual.

      —¿Con quién? —le preguntó, ruborizándose.

      Era rara aquella muestra de timidez, porque llevaba un generoso escote e iba muy maquillada, y movía las caderas al ritmo de la música.

      Molly le guiñó un ojo y miró hacia la barra. Juan apartó la vista.

      —Es tan joven como para ser mi hijo —dijo Helen en un susurro.

      —¡Eh, yo no he dicho nada! Pero, ¿tu hijo no tiene diecinueve años?

      —Sí.

      —Bueno, Juan acaba de cumplir treinta. Ya es casi un hombre adulto.

      Lori y ella se echaron a reír, pero Helen agitó la cabeza.

      —Seguramente, su última novia fue una animadora. No va a ocurrir nada. Solo he venido aquí a pasarlo bien.

      Molly le dio un golpecito en el brazo.

      —Bueno, pero tenlo en cuenta.

      —Oh, no. Yo no podría… —dijo Helen, pero se interrumpió y se quedó callada, cosa que Molly interpretó como una buena señal.

      Cuando terminaron la partida de billar, dejaron la mesa a un grupo de hombres, pidieron otra ronda de bebidas y se fueron a una mesa.

      Molly vio a un extraño muy mono en cuanto se sentó.

      —¿Quién es ese chico?

      Lori miró hacia la mesa que había junto a la puerta.

      —¿El chico guapo del pelo negro? Es Aaron.

      —¡Es guapísimo! —exclamó Molly, y cruzó la vista con el extraño justo cuando lo decía, así que él debió de leerle los labios—. Ooooh. Qué vergüenza.

      —Ese chico es muy guapo, y lo sabe. Siempre entra en calor cuando empieza la temporada de turistas.

      —¿Es uno de los guías del río? —preguntó Molly.

      —Exacto. Se deprime cuando empieza a hacer