Salem Arce Tavares

Animal de medianoche


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ya que recordó que no había estudiado debidamente, carajo.

      Un mortal cualquiera creería así que la historia llegó a su fin, suposición bastante equivocada, ya que si algo nos ha enseñado la naturaleza caótica del universo es que tiene un extraño sentido del humor. Algunos le llaman karma, yo prefiero llamarlo (citando a Saramago) “el orden sin descifrar dentro del caos”. Sólo hay que considerar con cautela lo que ocurrió esa precisa mañana, cuando 1908 se levantó de su cama con el albor del día. Desayunó, se acicaló los dientes y el rostro, salió más o menos a las ocho y media de su casa, su destino, la casa de su mejor amigo, que le había invitado a alcoholizarse junto con otros compañeros de parranda; claro que 1908 no podía rechazar las tentaciones de la borrachera en una mañana de fin de semana. Así salió, cargando su morral que llevaba en su interior un parlante para escuchar las notas del bajo de Peter Hook a todo volumen, al lado del dispositivo de audio había una botella de Fernet que extrajo de la bodega de su tío. Se sentía preparado para afrontar la farra, pero esa preparación conllevó a una serie de nuevos sucesos interconectados tempo-espacialmente, muy alejados de la imaginación de las mentes mortales de los primates lampiños, pero muy presentes en la visión de este narrador en calidad de contador omnisciente.

      Si 1908 no hubiera bajado hasta la bodega de su tío para recoger la botella de precioso líquido ámbar oscuro, hubiera alcanzado a tomar el último asiento de un bus que pasaba, que ante la ausencia de 1908 recogió a otro pasajero que esperaba más adelante. Como 1908 no pudo tomar ese bus en específico, tuvo que esperar a otro, otro que nunca llegaba. 1908 tuvo que emigrar en busca de otra parada, que sabía se encontraba unas cuatro cuadras más arriba. 1908 recorrió la calle hasta el siguiente punto estratégico para tomar transporte público, sin dudar en ningún momento de sus firmes y continuos pasos. Llegó finalmente a la parada, casualmente al mismo tiempo que un bus se aproximaba. 1908 levantó levemente el brazo para hacerle señas de stop al vehículo, pero detuvo su acción casi inmediatamente en cuanto se percató de que en el interior del coche se encontraba su ex, con la que tuvo una ruptura particularmente vergonzosa y dolorosa. Decidió esperar al siguiente bus, que pudo distinguir viniendo a unas cuadras abajo. Finalmente se embarcó en el bus y pudo continuar su recorrido hasta la casa de su amigo, que vivía relativamente lejos. Después de este coche debía montarse en otro más, esta vez un trufi, que lo dejaba justo en la puerta de su amigo. Si se hubiera subido al bus que albergaba a su ex, hubiera llegado mucho más pronto a la siguiente parada de coches, y se hubiera sentado en el último asiento disponible del taxi de ruta fija próximo a salir. Pero como tardó unos segundos más en llegar a la parada, el último asiento disponible del coche fue ocupado por alguien más, ese coche partió y 1908 tuvo que subirse al siguiente trufi de la fila.

      Y he aquí los motores sagrados que mueven los engranajes invisibles del caótico universo, esos motores de dulces y crueles voces que nos gritan en el rostro sordas palabras de reprimenda, lo suficientemente implícitas para que nadie se entere de la evidente riña. 1908 se sentó en el asiento del acompañante del conductor; 1908 miró a su lado y vio a quien iba a ser su anfitrión por el resto de ese viaje. Inmediatamente reconoció ese rostro rechoncho y bigotón, bronceado por el sol y un poco calvo. Oh, dulce ironía, ahora era más que obvio que ese conductor tenía como ruta normal ésta, y no la otra, a la que se metió como lobo ladrón de ganado. El conductor también se percató de a quién tenía al lado, al pequeño hijo de puta que lo humilló frente a sus pasajeros.

      Por supuesto que 1908 se dio cuenta de que el chofer se había dado cuenta de que él se dio cuenta de quién era. Una gota de sudor frío recorrió su frente, su sentido de la calamidad próxima se había vuelto a activar. Me voy a morir, pensó el joven y ,para sorpresa de todos, en esta ocasión tenía razón, pero no por nada sino por su propia estupidez, que nadie es consciente de la capacidad destructiva que tiene la estupidez. Primero 1908 quiso bajar del coche, pero ya era muy tarde, el vehículo ya estaba lleno y listo para partir; el trufi arrancó y se despegó de la esquina que servía de parada. Ya en la carretera y ante el evidente encierro de 1908, el chofer habló.

      –No esperaba volver a verte, maldición. Ahora me pagarás el doble por esta carrera.

      Pero 1908 hacía oídos sordos debido a su profundo nerviosismo. Sólo alcanzó a musitar:

      –Me quiero bajar. Me quiero bajar –repitió mientras intentaba abrir la puerta.

      El chofer intentó detenerlo, apartando su vista de la carretera repleta de vehículos. Sin embargo, no alcanzó a detener la mano inquieta de 1908, la cual logró quitarle el seguro a la puerta y abrirla. Lo siguiente que ocurrió era el predecible efecto dominó, tan común cuando tantos elementos se encuentran en un ecosistema en equilibrio fácilmente perturbable. En cuanto la puerta se abrió, un coche que venía por detrás a toda velocidad se estrelló contra la misma, arrancándola con brutal violencia y dejando pedazos de vidrio y plástico esparcidos por el suelo. Ante la impactante escena, el chofer estalló en cólera.

      –¡Ahora este viaje te costará mucho más caro, pelotudo hijo de mil putas! –exclamaba iracundo.

      1908 sólo pudo responder con un intento de huida, el cual no era muy sensato en ese preciso momento, considerando que se encontraba en medio de una carretera fuertemente transitada. 1908 se bajó del coche a toda velocidad. Sólo había recorrido unos cuantos metros cuando un poderoso camión lo interceptó, golpeando brutalmente su blandengue cuerpecito con su parachoques y pulverizando sus huesos con las pesadas llantas de caucho. Murió al instante; el viaje sí que le salió caro.

      Ahora pregunto, ¿de quién es la culpa? ¿De las ansias alcohólicas de 1908? ¿De su estupidez? ¿Del Fernet que fue a recoger en la bodega? ¿De la ex? ¿De la cuidadosa disposición de los elementos en el espacio tiempo? ¿De la naturaleza caótica del universo? Quizá sea culpa de sus padres, que por satisfacer sus deseos carnales trajeron al mundo a un desdichado primate lampiño y le otorgaron la gracia de la consciencia o quizá sería mejor culpar a sus abuelos por haber parido a sus padres. Quién sabe, al final no intento inculcar mensaje alguno, más bien cuestionar los motores sagrados, invisibles e indescifrables. Arte, arte es lo único que puede hacerles frente. Y así colorín colorado, esta historia ha terminado.

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