“Sí, reconozco a Zaratustra. Sus ojos son claros, y ningún disgusto acecha su boca. ¿Acaso va solo como un bailarín?
“¡Cuánto ha cambiado Zaratustra! Zaratustra se ha vuelto un niño, un hombre despierto: ¿qué quieres ahora con los que duermen?”.
“Has vivido en soledad como en el mar, y el mar te aburrió. Ay, ¿quieres ir a la playa? Ay, quieres nuevamente arrastrar tu cuerpo?”.
Zaratustra contestó: “Yo amo a la humanidad”.
“Por qué”, dijo el santo, “¿fui dentro del bosque y el desierto? ¿No era porque amaba demasiado a la humanidad?”. “Ahora amo a Dios: A la humanidad no la amo. El hombre es una cosa tan imperfecta. El amor a la humanidad me destruiría”.
Zaratustra contestó: “¿Yo que digo amor? Le traigo un regalo a la humanidad”.
“No les des nada” dijo el santo. “Mejor quítales algo y que carguen con eso, les gustará más; ¡si tan sólo te complaciera a ti!
“Y si quieres darles algo, ¡no les des más que ayuda, y déjalos que mendiguen por ella!”.
“No”, contestó Zaratustra. “No doy ayuda. No soy suficientemente pobre para eso”.
El santo le sonrió a Zaratustra y continuó:
“¡Fíjate si ellos aceptan tus tesoros! Desconfían de los eremitas y no creen que vengamos a dar”.
Nuestros pasos suenan muy solitarios entre sus calles. Y por las noches, si escuchan en sus camas a un hombre que va mucho después de que salió el sol, seguramente se preguntarán: ¿adónde va ese ladrón?
“No vayas a los hombres, ¡permanece en el bosque! ¡Mejor ve a los animales! ¿Por qué no eres como yo?, un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?”.
“¿Y qué hace el santo en el bosque?”, preguntó Zaratustra. Y el santo contestó: “Hago canciones y las canto, y cuando lo hago, me rio, lloro y murmullo: luego alabo a Dios.
“Alabo a Dios con el canto, con el llanto, y con mis sollozos alabo a Dios, que es mi Dios. Pero ¿cuál es el regalo que nos traes?”.
Cuando Zaratustra escuchó estas palabras, saludó al santo y dijo: “¿Qué es lo que podría tener para darte?”.
“Pero déjame ir rápido, que podría tomar algo de ti”. Y entonces se separaron uno del otro, el viejo y Zaratustra se reían como se ríen dos muchachos.
Pero cuando Zaratustra se quedó solo, entonces habló con su corazón.
“¡Puede ser posible! Este pobre santo aun no ha escuchado en su bosque que Dios ha muerto!”.
Zaratustra fue a las montañas en busca de soledad. Puedes encontrar soledad en la muchedumbre, pero nunca solo. La soledad es una especie de hambre por el otro. Estás extrañando al otro. No estás suficientemente dentro de ti, estás vacío. De ahí que todos quieren estar con la multitud y que sean saludados en su derredor por muchas clases de relaciones sólo para que desengañen, para olvidarse de que están solos. Pero esta soledad irrumpe una y otra vez. Ninguna relación puede esconderla. Las relaciones son delgadas y frágiles. En lo profundo sabes perfectamente que aunque estás en la multitud, te encuentras entre extraños. También eres un extraño para ti mismo.
Zaratustra y todos los místicos han ido a la montaña en busca de aislamiento. El aislamiento es algo positivo, el sentimiento de tu propio ser y el sentimiento de que tú eres suficiente para ti mismo, que no necesitas a nadie. La soledad es una enfermedad del corazón, pero estar solo es curativo.
Aquellos que saben de estar solos han ido más allá de la soledad para siempre. Cuando se encuentran solos o con personas, están centrados dentro de ellos mismos. En las montañas están solos, y en la multitud están solos, porque ésa es su realización; esa soledad es nuestra naturaleza. Hemos venido al mundo solos, y vamos a dejar al mundo también solos.
Entre estas dos soledades, entre nacimiento y muerte, sigues solo. Pero no has entendido la belleza de la soledad, y entonces has caído en una clase de engaño, el engaño de la soledad.
Para descubrir la soledad individual no debemos irnos fuera de la multitud. Despacio, despacio mientras nos olvidamos del mundo, hasta que la conciencia se concentre en nosotros mismos, y sucede una explosión de luz. Por primera vez llegas a conocer la belleza y la bendición de estar solo, la tremenda libertad y sabiduría de estar solo.
Zaratustra acostumbraba acompañarse de una serpiente y de un águila mientras vivía en las montañas. En Occidente la serpiente representa la sabiduría. La sabiduría más grande es irse deslizando del pasado, no apegarse a él, tal como la serpiente se desliza de su propia piel y nunca ve para atrás. Siempre su movimiento es de lo viejo a lo nuevo.
La sabiduría no es una colección del pasado, sino la experiencia, la vida en constante renovación. La sabiduría no junta el polvo de la memoria, permanece como un espejo limpio, reflejando lo que es; siempre fresco, siempre nuevo, siempre en el presente.
El águila es un símbolo de libertad. Sola, va a través del sol, lejos en un cielo sin límites, sin miedo. Sabiduría y libertad son dos caras de la misma moneda.
Habiendo vivido en las montañas durante diez años, Zaratustra logró el éxtasis de estar solo, la purificación de estar solo, la independencia de estar solo. Aquí es donde él es único dentro de otras personas despiertas; cuando ellas descubrieron eso, permanecieron en las alturas. Zaratustra inició su camino abajo, de regreso a la multitud. Debía entregar el mensaje a la humanidad: “Están sufriendo innecesariamente, han sido dependientes innecesariamente, están creando toda clase de cárceles para ustedes, solo para sentirse a salvo y seguros. Pero la única seguridad y posibilidad de estar a salvo es conocerse a sí mismos, porque así, hasta la muerte es impotente. No puede destruirlos”.
Zaratustra se situó debajo de las montañas para decir a la gente que la sabiduría no es sinónimo de conocimiento. De hecho, el conocimiento es lo opuesto a la sabiduría. Básicamente, la sabiduría es inocencia, el conocimiento es ego, y la sabiduría es la desaparición del ego. El conocimiento te llena de información. La sabiduría te vacía por completo, pero ese vacío es una nueva clase de llenado. Es lo espacioso.
Va a la gente para decirles que la sabiduría trae libertad. No hay ninguna otra libertad: política, económica; las libertades sociales son falsas. La única libertad auténtica es la del alma, que puede tratarse de un águila e ir sin ningún miedo dentro de lo desconocido y de lo que no se puede conocer.
Porque ha obtenido su estado de última conciencia quiere compartirla. Lo único en él es que sigue amando a la humanidad. No hay una condena sobre la gente dormida, la gente ciega. Siente una tremenda compasión por ellos. Va hacia abajo porque ama la vida. No está en contra de la vida.
El pequeño diálogo con el viejo santo que vive en el bosque es muy significativo. Contiene muchas cuestiones que podrían no resultar aparentes, pero trataremos de descubrirlas tan profundo como sea posible.
Zaratustra bajó de la montaña solo, y nadie lo encontró. Pero cuando entró al bosque, un viejo, que había dejado su santa choza para ir a buscar raíces en el bosque, de pronto se paró frente a él. Y entonces el viejo le dijo a Zaratustra:“Este buscador no es extraño para mí. Hace muchos años pasó por aquí. Se llamaba Zaratustra, pero ha cambiado”.
El viejo santo pudo ver el cambio. Aunque es el mismo hombre, no representa la misma energía. Es el mismo hombre, pero es un individuo totalmente diferente. Partió a las montañas como un ignorante, y está saliendo de las montañas