Alejandra García Vargas

Sentidos de ciudad


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Como “el hueso incrustado en el barro” de la novela Lumbre que se citó en la introducción, las audiencias televisivas de Jujuy recuerdan programas y recuerdan escenas dentro de esos programas, que los y las interpelaron significativamente.

      Pensada desde el inicio como parte de una reflexión sobre la producción social del espacio, desplegué la investigación que sustenta este libro en la relectura del materialismo británico de la Escuela de Birmingham, la geografía crítica feminista y los estudios latinoamericanos sobre cultura y poder inscriptos en el área de la comunicación/cultura, y al calor de los seminarios y discusiones propiciadas por el programa del doctorado en Comunicación Social de la UNC, de la experiencia de coordinación regional noroestina de una política de fomento a la producción audiovisual destinada a la televisión digital terrestre, de la participación como investigadora a cargo de dos subprogramas en sendos proyectos de investigación financiados por la Agencia Nacional de Promoción científica radicados en la UNJu (uno sobre la ciudad de San Salvador de Jujuy y otro sobre medios locales), y de la dirección del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la FHyCS-UNJU, y por lo tanto de su carrera.23

      Ese conjunto de experiencias forma parte del contexto de realización de este trabajo, no como algo exterior que condiciona otra cosa, sino como parte de la situación que lo hizo posible (en sus específicas características). Su consideración brinda la posibilidad de abordar el “desasosiego” de la investigación en comunicación social mencionado por Papalini (2010) desde una comprensión situada sobre la construcción del objeto en circunstancias precisas. Por las características y el devenir contextualista, esa comprensión no elude la problematización de cómo se constituye el propio campo durante la investigación.

      Una parte de la tarea que propongo como metodología se realiza a través del análisis de narrativas de realizadores y realizadoras audiovisuales, quienes reponen en ellas el “aquí y ahora” de sus tareas, y al hacerlo refieren a las geografías del poder implicadas en las situaciones productivas de los programas que elegí para el análisis. Podría jugar con una idea asociada al trabajo de campo como parte de la estrategia metodológica elegida, y decir que en esa instancia del proceso, los nativos filman y las investigadoras escribimos. Ambos lo hacemos sobre los sentidos de ciudad, y al mismo tiempo los producimos. Ambos somos testigos y parte del proceso urbano que se observa y se experimenta.

      Entre las formas de la investigación y el vínculo con el propio lugar y las comunidades relativas al trabajo de campo y a la producción audiovisual (especialmente en el documental o el interés general periodístico) hay varias cercanías. Por ejemplo, la recuperación de la palabra de determinados actores sociales (y no otros) es una operación fundamental en todas las producciones televisivas elegidas y también lo es en la investigación de campo. En los casos del género documental del unitario y de la serie producidos por Wayruro –y también, aunque en otra medida, por el periodístico del programa de cable de FeC–, esta vinculación se acentúa por su carácter testimonial, expresado tanto en cuanto tipo de obra expresiva de la realidad regional, como en relación con su uso específico como “documento” o “prueba”.

      Mestman (2013) menciona que el documental militante implica un nivel de coautoría, en la que el director se piensa como intermediario o facilitador de la palabra del otro (estrictamente, Mestman habla del subalterno). Este tipo de relación presente en la realización documental no es ajena a la que se produce como resultado del trabajo de campo.

      Pero, además, deseo señalar aquí que, en el trabajo de campo vinculado a productores y productoras locales, el enfoque se traslada “del otro al homólogo” (Elahik y Markus, 2012, p. 93, mi énfasis). Nativos y trabajadoras de campo compartimos una posición similar (no idéntica) en términos de poder de representación. Podemos hablar en torno a la cultura local, eventualmente podemos incidir en la planificación y gestión de políticas culturales (en ocasiones nos pagan para hacerlo), y nuestras trayectorias profesionales se inscriben en circuitos de consumo y de formación semejantes.

      En su trabajo sobre la “apropiación” de objetos e imágenes indígenas por artistas argentinos/as, Schneider (2006) explora las relaciones entre los procesos de trabajo en el arte y en la investigación: ambos implican compromiso con el lugar y la comunidad con la que se trabaja y problematizan el poder implicado en la representación (el autor se detiene especialmente en el uso de la cámara en el caso de artistas visuales). Pero, además, esas representaciones se proyectan diferencialmente (desde un lugar específico) en el ámbito local, en el conjunto nacional y en redes profesionales globales de acuerdo a las referencias reconocibles en cada coyuntura. Esa proyección multiescalar, a su vez, impacta en la construcción de la propia trayectoria profesional (y por lo tanto en los diversos tipos de acumulación de beneficios asociados a ella).

      Al momento de la realización del trabajo de campo, tanto los nativos y nativas como la investigadora interactuamos y co-construimos sentidos de ciudad en un marco general de manera específica: lo hicimos en una coyuntura nacional particularmente relevante para los servicios de comunicación audiovisual (que posibilitó concretamente la realización de tres de los programas del corpus) y desde una experiencia urbana doblemente excéntrica, ya que no sólo es latinoamericana sino que está ubicada en un área no metropolitana de la región sur-andina argentina (esto es, fuera de Buenos Aires, que se constituye en el enclave principal de las industrias culturales en tanto sede de los grupos concentrados, pero también en el lugar clave de la investigación académica y de las oficinas y ministerios que regulan y financian a ambas).

      La homología de las experiencias de realizadores y realizadoras y mi propia experiencia durante el trabajo de campo se estableció fuertemente en torno a la militancia por el reconocimiento de derechos implicados en la plena aplicación y vigencia de una ley que enmarca las políticas de fomento de producción audiovisual federal de tres de los programas analizados. Esa misma militancia (o la percepción sobre el proceso y sobre la idea misma de militar en torno a una de las diversas posiciones involucradas) establece distancias con otros de los realizadores.

      Deseo hacer dos señalamientos descriptivos de la complejidad de la relación vinculada al trabajo de campo que aborda este libro en los aspectos vinculados a los y las realizadores como “homólogos”.

      En primera persona del plural, la coincidencia de intereses refiere de manera general a la percepción sobre la importancia relativa de la televisión local, sus relaciones con las condiciones de trabajo y con el derecho a la mirada de la comunidad a la que pertenecemos, y también con un proyecto político específico. Ese proyecto tiene larga historia en Latinoamérica, pero al momento del trabajo de campo, nos reunió en torno a una militancia o apoyo activos a las políticas de comunicación y cultura del kirchnerismo referidas a la producción audiovisual. Mientras investigaba sobre los sentidos de ciudad en las narrativas televisivas locales y las condiciones de producción de esos programas, coordinaba una política nacional de promoción de la producción de contenidos con el objetivo de transformar esas condiciones, un proyecto en el que trabajaba junto a los y las realizadoras de dos de los programas que (financiados por otras políticas públicas) forman parte del corpus de la investigación que se presenta en este libro. Las prácticas del conductor, realizador y productor de Jujuy Profundo se inscriben en otro circuito productivo, el de la señal local de uno de los canales de cable. Este periodista no participó de los espacios compartidos con los realizadores de Murmullo, Maestros y El viaje, ni los mencionó durante la entrevista. Su programa se inició cuatro años antes de la temporada que se toma aquí para el análisis, y perduró tres años más, alcanzando un total de nueve temporadas como parte de la programación de las señales locales de los servicios jujeños de televisión por vínculo físico (cable). Su relación con la televisión no problematiza la coyuntura vinculada a la televisión digital abierta. Se mueve en una instancia paralela, resulta un “otro” a pesar de la cercanía relativa a las posibilidades de distribución de sus sentidos de ciudad en relación con otros actores.

      En primera persona del singular, se especifica una posición para ese lugar compartido con la y los realizadores de las series y el unitario. Desde el inicio y hasta avanzado el trabajo