y que a veces saca su coraje de lo más bajo. Es humilde porque no ve que en él haya algo más elevado que eso, y porque se compara constantemente con su hermano Polynikes, del que dice que, a veces, poseía el verdadero coraje. El mismo Dienekes se expresa de este modo.
—No es ningún fantasma —declaró Dienekes con convicción—. Yo lo he visto. Mi hermano Iatrokles lo poseía en algunos momentos. Cuando hacía gala de él, yo lo miraba sobrecogido. Irradiaba, era sublime. En aquellas horas no peleaba como un hombre sino como un dios. Leónidas en ocasiones lo posee.22
Su hermano poseía el verdadero coraje, pero él no. Dienekes es un héroe porque cumple su tarea con humildad y casi en silencio.
Pero además es un héroe porque sabe colocar al grupo, a su ciudad, por encima del él mismo y de sus cuitas particulares. Disfrutemos de nuevo leyendo a Pressfield y su maravillosa novela. Dienekes vuelve a instruir a su discípulo:
—Responde a esto, Alexandros: cuando nuestros hombres triunfan en la batalla, ¿qué es lo que derrota al enemigo?
El muchacho respondió en el lacónico estilo espartano:
—Nuestro acero y nuestra habilidad.
—Sí, pero —Dienekes le corrigió con amabilidad— hay algo más. — Señaló la imagen de Fobos, situada en lo alta de la pendiente—: El miedo. Su propio miedo derrota a nuestros enemigos. Ahora responde. ¿Cuál es la fuente del miedo?
Como Alexandro vacilaba en responder, Dienekes se llevó la mano al pecho y el hombro.
—El miedo sale de aquí: de la carne. Esto —declaró— es la fábrica del miedo.23 [...]
—Jamás olvides, Alexandros, que esta carne, este cuerpo, no nos pertenece. Gracias a los dioses. Si yo creyera que esto era mío, no podría dar ni un paso frente al enemigo. Pero no es nuestro, amigo. Pertenece a los dioses y a nuestros hijos, a nuestros padres y madres y a todos los lacedemonios que aún no han nacido. Pertenece a la ciudad que nos lo da todo y no nos exige menos.24
A Dienekes no le pertenece ni su cuerpo. Es de la ciudad, de sus hijos, de su mujer, de su familia. Esta capacidad de autodesprendimiento es también básica en su forma de coraje.
De la misma manera yo pienso que los jugadores griegos tuvieron que pasar en aquella Eurocopa por ese proceso. Un proceso en el que paso tras paso se fueron acercando a la verdadera y profunda razón que les hacía ser un equipo, la misma que a los espartanos les hacía ser un ejército.
Siguiendo los puntos que establece Dienekes, podríamos decir que primero empezarían jugando con el fin de hacer un papel digno en la Eurocopa y no ser víctima de la crítica de sus paisanos y de la vergüenza inherente. Después, y una vez que vieron que la cosa no iba del todo mal, seguramente hubo un momento en el que quien más y quien menos pensó en la gloria individual, en ser el mejor y convertirse en el punto de referencia del fútbol patrio. Sin embargo, la aventura futbolística y, en cierto modo filosófica que estaban viviendo, les llevó a darse cuenta de que ellos no eran lo más importante, sino el país al que representaban, sus gentes y sus paisanos. La posibilidad de ganar estaba ahí, había aparecido desde el esfuerzo colectivo que llevaba aparejada la conclusión de que la victoria ya no debía ser perseguida por la gloria individual, sino por la de la polis, por el honor de su país.
Ese es el tipo de servicio que Dienekes hace a su patria y que le convierte en un héroe. Su cuerpo no le pertenece, es algo que le ha sido otorgado por el bien de la polis a quien tanto debe. Mueren entonces lo egos y surge un tipo de valentía que es la que experimentaron los hombres de Rehhagel en la Euro de 2004; ya no importaban los intereses individuales, ellos estaban allí como simples canales por los que se expresaba el sentimiento de un pueblo histórico. Es ese concepto de jugar en equipo y de hacer cada uno su trabajo, hacerlo como siempre pero en unas condiciones no habituales como las que significan jugar y ganar una Eurocopa.
Eso es justamente lo que Xeones dice de su amo Dienekes: Hacer lo corriente en situaciones fuera de lo corriente. No cabe duda de que la mañana en que Dienekes murió en la Termópilas, era una situación extraordinaria para él. A pesar de todo cumplió con su trabajo como cualquier otro día.
Pero aún tenemos que escalar un peldaño más —dialéctica pura— en busca de la verdadera naturaleza del coraje y el heroísmo, la que es auténticamente opuesta al miedo y que sirvió a los espartanos para ser un solo ejército y a los griegos un solo equipo.
Dienekes sigue exponiendo en ese diálogo que es puramente filosófico, y aún más, socrático, sus reflexiones acerca del verdadero heroísmo. Veamos según Pressfield dónde lo encuentra:
—¿Sabéis quien posee esa forma pura de valor más que nadie a quien yo haya conocido?
Nadie en torno a la fogata respondió.
—Mi esposa —dijo Dienekes. Se volvió hacia Alexandros—. Y tu madre, Paraleia. —Volvió a sonreír—. Eso nos da una pista. Sospecho que la clave de ese valor superior radica en ser mujer. Las palabras mismas que describen el valor, andreia y aphobia son femeninas. Quizá el dios que buscamos no es un dios sino una diosa. No lo sé.25
El verdadero coraje está en lo femenino, porque la naturaleza del hombre es luchar, pero la de la mujer es dar la vida, en todos los sentidos que queramos entenderlo, por aquellos a los que quiere. Eso es lo que hace que su coraje sea el más puro de todos. Las mujeres han de asistir, una y otra vez, impotentes a la marcha de aquellos a los que aman: sus hijos, su marido, sus hermanos..., presencian ese partir con la tristeza en la mirada y sin poder hacer nada para evitarlo. Su pérdida es la más grande, su dolor es el más intenso, porque no es un dolor del cuerpo, sino del alma, y sin embargo se tragan sus lágrimas y levantan la cabeza porque saben que dan la vida de sus seres queridos por el pueblo, para que la polis pueda sobrevivir.
Con estas reflexiones Dienekes y sus discípulos se están acercando, al modo socrático, hacia eso que buscan. Y el valor de lo femenino en este contexto es clave. Sin embargo, el matiz que le falta a Dienekes para encontrar su respuesta lo toma de las consideraciones que una noche hace uno de sus escuderos llamado Suicidio.
Merece la pena que leamos de nuevo a Pressfield y disfrutemos con su texto. Esto es lo que dice Suicidio, el escudero de Dienekes:
—Una noche soñé que marchaba en la falange. Avanzábamos por una llanura para encontrarnos con el enemigo. El terror me paralizó el corazón. Mis compañeros caminaban alrededor, delante, detrás de mí, por todos lados. Todos ellos eran yo. Yo mismo joven. Mi terror aumentó como si me estuviera partiendo en pedazos. Entonces todos se pusieron a cantar. Todos los «yo», todos los «yo mismo». Mientras sus voces se elevaban al unísono, el miedo desapareció de mi corazón. Desperté con el pecho inmóvil y supe que había sido un sueño venido directamente de Dios. Comprendí entonces que lo que hace magnífica a la falange es el pegamento. El pegamento invisible que la mantiene unida. Me di cuenta de que todos los ejercicios y la disciplina que a los espartanos os meten en la cabeza de los demás no eran en realidad para inculcar habilidad o arte, sino solamente para producir este pegamento.
[...]26
Cuando llegué a Lacedemonia y me llamaron «Suicidio», lo detestaba. Pero, con el tiempo, vi la sabiduría que contenía, aunque no era intencionada. Porque ¿qué puede haber más noble que matarse uno mismo? No literalmente. No clavarse un cuchillo en las entrañas. Sino extinguir el yo egoísta que llevamos dentro, esa parte que solo busca su propia conservación, salvar su propia piel. Vi que esta era la batalla que los espartanos habíais ganado sobre vosotros mismos. Este era el pegamento. Era lo que habíais aprendido y fue lo que me hizo quedarme, para aprenderlo también. Cuando un guerrero lucha, no para sí mismo, sino para sus hermanos, cuando el objetivo que