Serafín Sánchez Cembellín

Platón en Anfield


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racional, puesto que Arminio y compañía no derrotaron a los romanos basándose solo en la pura fuerza bruta, sino también a través de la inteligencia que el líder de los queruscos demostró para tender una celada letal a las legiones.

      La semilla racional del idealismo romántico se ve perfectamente en el sistema del pensamiento hegeliano. Un sistema en el que la razón no deja de ser la propia realidad que se despliega a través de distintas fases o momentos de la historia hasta lograr, en el espíritu absoluto, el propio reconocimiento o autoconciencia de sí misma. En ese contexto la libertad humana no es más que una capacidad puesta al servicio del todo y sus distintas manifestaciones, una de las cuales es el Estado. Esta es otra de las razones por las que Nietzsche, que no solo no acepta tutelas para el superhombre, sino que además pensaba directamente que el Estado es un obstáculo para la realización del mismo, da por superada la filosofía romántica.

      En cualquier caso el despliegue de la razón, que para Hegel no es otra cosa que la misma realidad, se realiza a lo largo de la historia mediante un proceso dialéctico que se sustancia en la lucha de contrarios. Esa lucha terminará sintetizando los opuestos en una instancia superior que supera la contradicción. Imaginad por un momento, y a modo de ejemplo, la tensión que en una etapa de la historia se produjo entre la tradición filosófica griega y la judeocristiana. Esa lucha fue, al final, superada por el momento de síntesis representado por la filosofía cristiana que constituyó la base del pensamiento de la Edad Media occidental.

      En esta forma de pensar la realidad como un proceso dialéctico, también podemos apreciar el carácter romántico de la filosofía de Hegel, ya que en ella, todo lo que nace, nace para morir y acabar siendo necesariamente una parte del todo.

      La concepción dialéctica de lo real, y su capacidad para armonizar contrarios, ha sido inherente al espíritu germano, y de hecho la podemos encontrar no solo en Hegel, sino también en pensadores como Fichte y Marx. De esta forma, los alemanes han demostrado a lo largo del tiempo su valía para integrar contrarios con el fin de alcanzar una síntesis superadora.

      Dicha capacidad de síntesis se manifiesta en el hecho de que, aunque los germanos han sido gente habitualmente cercana a los valores de lo instintivo, de la pujanza, de la fuerza y de lo natural, tienen, al mismo tiempo, una capacidad insuperable para organizarse, mostrándose así particularmente eficientes en cualquier tarea.

      Hablábamos al comenzar esta reflexión de que la superioridad futbolística mostrada tradicionalmente por los alemanes, podía rastrearse en una doble dirección: la de lo físico, lo instintivo y lo vital por un lado, y lo sistemático, organizativo y racional, por el otro.

      Toca pues hablar de esa segunda característica tan propia del pueblo germano; una forma de ser y estar que les ha llevado a ser punto de referencia en la política y economía mundiales, y por supuesto, también en el fútbol. Nos referimos, evidentemente, al sistema.

      Frente al empirismo británico con su habitual confianza en los sentidos, buena parte de la filosofía alemana ha tenido, sobre todo hasta Hegel, incluido este último, un carácter indiscutiblemente racionalista. Sus pensadores han gustado de grandes sistemas en los que armonizar de manera coherente y precisa un conjunto de elementos con el fin de darles una convincente estructura interna. En estas grandes construcciones los filósofos germanos han aplicado un orden y lógica tenaces, persiguiendo dotar a ese todo de un sentido con el que hacer más convincente su manera de entender y explicar la realidad.

      Esta diferencia a la hora de entender la filosofía por parte de británicos y alemanes nos sirve como punto de referencia para poder decir que si los primeros han sido sobre todo prácticos, los segundos son fundamentalmente organizados.

      Cristian Wolff (1679-1754) es un ejemplo de ello. Este filósofo nacido en Breslau, al este de Alemania, preparó un sistema que dejó al personal temblando y con el que contribuyó a formar a sus paisanos en una forma de hacer filosofía basada en un orden férreo e inamovible. El propio Kant es uno de sus herederos. Su intención fue dejar todo bien atado y por ello se esforzó en organizar la terminología filosófica, una terminología que desde entonces ha manifestado su influjo de manera incuestionable.

      Wolff ya barruntaba la Ilustración, y por ello se entendía a sí mismo como un educador del ser humano. Con su pensamiento trató de fomentar la actividad intelectual del hombre, ya que estaba convencido de que era la única que nos podía hacer realmente felices. Para ello era necesario defender la libertad filosófica y la opinión pública de los ciudadanos, y es que según su manera de ver las cosas, era muy difícil ser feliz soportando la carencia de libertad.

      Lo cierto es que la libertad del hombre no se basa solo en el afán por conocer, sino también en el querer y en el actuar. Por eso Wolff dividió la filosofía en dos grandes ramas: la filosofía teórica, a la que llamó metafísica y la filosofía práctica, presuponiendo ambas la lógica como un saber preparatorio y necesario para su respectivo desarrollo.

      Wolff dividió la filosofía teórica o metafísica en ontología, psicología, cosmología y teología.

      La ontología es el saber acerca de los objetos o realidades en cuanto que existen, la psicología es el estudio del alma, la cosmología se ocupa del mundo, y la teología de la existencia y cualidades de Dios.

      La filosofía práctica se divide a su vez en ética, economía y política.

      Aunque Hume echó un jarro de helada agua filosófica sobre Kant para despertarle del sueño dogmático que le mantenía en un racionalismo extremo, no se puede negar la tremenda influencia que Cristian Wolff tuvo sobre el pensamiento de nuestro amigo Kant.

      Kant había distinguido entre el concepto mundano y el concepto académico de filosofía. Según el concepto mundano de filosofía esta tiene que responder a las grandes preguntas que a todos nos interesan y que vendrían a ser:

      1 1. ¿Qué puedo saber? Responde la metafísica.

      2 2. ¿Qué debo hacer? Responde la moral.

      3 3. ¿Qué me cabe esperar? Responde la religión.

      4 4. ¿Qué es el hombre? Pregunta que engloba a las otras tres y cuya respuesta acabará por conseguir el logro de una humanidad más libre y feliz.

      Pero lo que especialmente nos interesa ahora es el otro concepto de la filosofía kantiana, el concepto académico.

      Y es que para Kant, a la filosofía no le basta con responder a las anteriores preguntas, sino que debe ser capaz de encontrar la interrelación y unidad interna entre todas ellas con el fin de hacer de este trabajo un sistema armónico y coherente. Ese es el sentido académico de la filosofía.

      Y es que Kant era también un hombre de sistemas. De hecho era organizado y metódico hasta tal punto que se dice que los ciudadanos de su Könisberg natal ponían el reloj en hora cuando lo veían pasar. Kant se organizaba la vida de tal manera que hacía todos los días lo mismo y a la misma hora.

      Ya en su magna obra Crítica de la razón pura de 1781, incide en la idea de sistema como un todo del conocimiento organizado en base a principios y define el propio concepto de sistema como la unidad de las formas de conocimiento bajo una sola idea. La idea del prusiano es conseguir un orden que nazca desde el interior del sistema y no un conjunto de añadidos, que a modo de retales, busquen la completud del procedimiento.

      Con permiso de idealistas como Fichte y Schelling el valor del sistema desde un punto de vista filosófico llega a su máxima expresión con Hegel. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que en el pensamiento de Hegel la verdad es la totalidad, es decir, la propia razón que constituye la esencia de lo real y que, como hemos dicho antes, se va desplegando históricamente en una serie de etapas que culminan con la autoconciencia de la propia razón sobre sí misma.

      Lo anterior significa que cada momento, cada etapa de la historia, solo tiene sentido en cuanto que forma parte de ese todo o sistema que contiene todos los fundamentos de lo real.

      No es fácil describir de manera sencilla y resumida el sistema de la filosofía hegeliana. Pero básicamente se puede decir que el Idealismo de Hegel viene a afirmar que la realidad es de