esto es, para la situación en la que nos encontramos frente a la tradición que queremos comprender. Tampoco se puede llevar a cabo por completo la iluminación de esta situación, la reflexión total sobre la historia efectual; pero esta [limitación] no es defecto de la reflexión, sino que está en la esencia misma del ser histórico que somos. Ser histórico quiere decir no agotarse nunca en el saberse (1999: 372).21
Entiendo que por “historia efectual” Gadamer se refiere tanto a la historia fáctica como la historia acontecida: los sucesos históricos ocurridos, que son inseparables de su significación, así como la historia que, convertida en tradición, continúa actuando sobre nosotros.
El lenguaje como hilo conductor del giro ontológico de la hermenéutica
En la tercera parte de Verdad y método, que trata del lenguaje como hilo conductor del giro ontológico de la hermenéutica, Gadamer propone que veamos la interpretación de los textos desde la perspectiva de la conversación. A pesar de que se trata de una conversación diferida en el tiempo y en el espacio y no de un diálogo cara a cara, siguiendo a Droysen, Gadamer afirma que, si bien los textos son manifestaciones vitales fijadas duraderamente, deben ser entendidos, “lo que significa que una parte de la conversación hermenéutica, el texto, sólo puede llegar a hablar a través de la otra parte, del intérprete” (1999: 466). Agrega que “en la resurrección del sentido del texto se encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete” (1999: 467). En consecuencia: “Todo comprender es interpretar, y toda interpretación se desarrolla en el medio de un lenguaje que pretende dejar hablar al objeto y es al mismo tiempo el lenguaje propio del intérprete” (1999: 467).
Sostiene que, de la misma manera que en la conversación, el asunto común es el que une entre sí a las partes; el intérprete participa del sentido del texto y lo hace hablar. Al mismo tiempo, no debemos perder de vista el hecho ya destacado de que “en la resurrección del sentido del texto se encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete” (1999: 467). Asimismo, el horizonte de los lectores y las lectoras “resulta de este modo siempre determinante” (1999: 467). “Ahora podemos reconocer en ello la forma de realización de la conversación, en la que un tema accede a su expresión no en calidad de cosa mía o de mi autor sino de la cosa común a ambos” (1999: 467).
Esta última observación hermenéutica resulta fundamental no sólo para la comprensión de la lectura como forma de comunicación, sino como modelo de toda comunicación mediada instrumentalmente y diferida, ya sea espacial, temporal, o espacial y temporalmente. Es decir, sirve también de orientación hermenéutica para la interpretación de lo producido y trasmitido por los medios modernos de comunicación masiva (radio, cine, televisión, internet), pues su recepción por cada actor social no es nunca una mera recepción pasiva, sino ya una recepción interpretada desde una perspectiva concreta, desde una perspectiva orientada a partir de un horizonte de pensamiento determinado, histórica y culturalmente.
Más adelante, afirma Gadamer:
Igual que en la conversación, la interpretación es un círculo encerrado en la dialéctica de pregunta y respuesta. Es una verdadera relación vital histórica, que se realiza en el medio de un lenguaje y que también en el caso de la interpretación de textos podemos denominar “conversación”. La lingüisticidad de la comprensión es la concreción de la historia efectual […] El que la esencia de la tradición se caracterice por su lingüisticidad adquiere su pleno significado hermenéutico allí donde la tradición se hace escrita (1999: 467-468).22
Afirmación que se sustenta en el hecho de que bajo la forma de la escritura: “todo lo trasmitido se da simultáneamente para cualquier presente” (Gadamer, 1999: 468). En lo escrito –continúa– se da “una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la conciencia presente tiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto se ha trasmitido por escrito” (1999: 468). Más aún, allí donde nos alcanza la tradición escrita: “no sólo se nos da a conocer algo individual, sino que se nos hace presente toda una humanidad pasada, en su relación general con el mundo” (Gadamer, 1999: 469). Por tal razón: “Todo lo que es literatura adquiere una simultaneidad propia con todo otro presente. Comprenderlo no quiere decir primariamente reconstruir una vida pasada, sino que significa participación actual en lo que se dice” (1999: 470). Participamos de lo que el texto nos comunica. Esa comunicación está disponible para todo aquel que esté en condiciones de leer (Gadamer 1999: 471). Hay que tener claro, no obstante, que “la lectura comprensiva no es repetición de algo pasado, sino participación en un sentido presente” (1999: 471).
A manera de conclusión, resulta decisivo advertir que la lectura comprensiva, la interpretación de un texto no es un mero campo de la subjetividad libre y pura, requiere, tal como se ha subrayado, de un cuidadoso y sistemático proceder hermenéutico, por lo cual concluimos con Gadamer que no toda interpretación es válida, lo que importa es la comunicación del verdadero sentido del texto, así, su interpretación se encuentra sometida a las orientaciones hermenéuticas que nos permiten realizar una lectura crítica, siguiendo los lineamientos arriba expuestos. Sobre esta cuestión, Gadamer precisa: “La comprensión sólo alcanza sus verdaderas posibilidades cuando las opiniones previas con las que se inicia no son arbitrarias” (1999: 333). De ahí que se deban examinar las opiniones previas, propias y ajenas, “en cuanto a su legitimación, esto es, en cuanto a su origen y validez” (1999: 334).
Por tal razón, no debemos “introducir directa y acríticamente nuestros propios hábitos lingüísticos […] Por el contrario, reconocemos como tarea nuestra el ganar la comprensión del texto sólo desde el hábito lingüístico de su tiempo o de su autor” (Gadamer, 1999: 334). Esto nos lleva a reconocer, en primer lugar, la variabilidad que existe en los usos del lenguaje, lo que nos obliga a “detenernos y atender a la posibilidad de una diferencia en el uso del lenguaje” (1999: 334). Más aún, esto vale no sólo para los hábitos lingüísticos, sino especialmente para el contenido del texto: “No se puede en modo alguno presuponer como dato general que lo que se nos dice desde un texto tiene que poder integrarse sin problemas en las propias opiniones y expectativas” (1999: 334). Por ello debemos poner atención a lo que se dice en el propio texto: “Lo que se exige es simplemente estar abierto a la opinión del otro o a la del texto […] Una conciencia formada hermenéuticamente tiene que mostrarse receptiva desde el principio para la alteridad del texto” (1999: 335).
La hermenéutica de Gadamer y la interpretación de la obra de arte
En un sentido hermenéutico, la obra de arte puede ser entendida a la vez como manifestación y como revelación de lo que estaba presente pero no podía ser visto sino a condición de ser transfigurado para poder ser re-conocido. Es así como interpreto lo dicho por Gadamer, cuando al referirse a la obra de arte afirma que en la obra de arte “algo único que se nos representa, por lejano que sea su origen, gana en su representación una plena presencia” (1999: 173). Y esta representación deja tras de sí todo cuanto es casual e inesencial (1999: 158). Esta idea puede entenderse mejor si hacemos referencia al modo en el cual Ricoeur entiende la metáfora, al mostrar su poder de redescribir la realidad: “la metáfora es el proceso retórico por el que el discurso libera el poder que tienen ciertas ficciones de redescribir la realidad” (2001: 13). En las artes visuales será a través de la transfiguración de la forma que se logrará develar lo inefable.
Podemos completar esta proposición con otra anterior que nos muestra la obra de arte como revelación de una verdad que conmueve al espectador: “Lo que realmente se experimenta en una obra de arte, aquello hacia lo que uno se polariza en ella, es más bien en qué medida es verdadera, esto es, hasta qué punto uno conoce y reconoce en ella algo, y en ese algo a sí mismo” (Gadamer, 1999: 158). Vista desde tal perspectiva, la obra de arte procede de un modo hermenéutico en un doble sentido: interpreta al mundo y a la vez lo expresa de una forma particular que revela su sentido; nos lleva de lo presente mudo a lo manifiesto elocuente. “En el reconocimiento [que propicia la obra de arte] emerge lo que ya conocíamos bajo una luz que lo extrae de todo azar y de todas las variaciones de las circunstancias que lo condicionan, y que permite aprehender su esencia”