en que Katie podría hartarse un día de su comportamiento y abandonarlo. Y por lo que acaba de contarme ella, él está haciendo todo lo posible por acosarla, molestarla o intentar ganarse su simpatía.
–¿Y por qué se casó con él?
–Ya conoces a Katie. Entre sus ganas de vivir y su necesidad de cuidar de todo el mundo con quien se encuentra, se metió de lleno en su idea de ayudar a Arthur a desarrollar todo su potencial. Hay que admitir que el hombre es encantador cuando quiere serlo, y muy inteligente. Se centró en alimentar la debilidad de ella de sentirse necesitada y le mostró a un hombre valiente que se esforzaba por superar su pasado de pobreza. Te juro que quería que Katie se sintiera culpable porque él hubiera nacido en una familia pobre. Recuerdo que ella lo excusaba todo el rato. Pero con el tiempo, incluso nuestra optimista Katie tuvo que rendirse. Antes o después, cada uno tenemos que responsabilizarnos de nosotros mismos en lugar de echarles la culpa a los demás.
–¿Qué edad tienen ahora Trisha y Amber?
La expresión de Carina se suavizó.
–Tienen cinco años y son absolutamente adorables. Me recuerdan a Katie cuando tenía su edad, están tan llenas de vida…
–¿Y dónde está Katie ahora? –preguntó él echando un vistazo a su alrededor.
–Creo que está sentada con sus padres. La he encontrado llorando en el tocador. Seguramente Arthur se ha pasado por aquí el tiempo suficiente para alterarla e intentar arruinarle la noche, y luego se ha marchado. Ella estaba furiosa por haberse dejado afectar tanto por él –dijo y la vio moviéndose entre las mesas–. Ahí va.
Clay se excusó de la mesa y fue al encuentro de su prima. Llevaba muchos años sin verla. Se le había oscurecido ligeramente el pelo a un caoba claro y sus hermosos ojos ya no tenían la chispa de antaño. Él no conocía a Arthur Henley, pero se le atravesó por haberle hecho sufrir a Katie.
–Hola, prima, ¿te apetece bailar? –le preguntó acercándose a ella.
Katie, que parecía diez años más joven de los cuarenta que tenía, lo miró sorprendida.
–¿Clay? ¡Madre mía, no puedo creerlo! Has crecido mientras yo me he girado un momento.
Él la condujo a la pista de baile.
–Me alegro de verte de nuevo, Katie. ¿Dónde estás viviendo ahora?
–En Austin.
Él se sorprendió al tomarla entre sus brazos y darse cuenta de que era muy menuda; aunque llevaba zapatos de tacón, apenas le llegaba a él por el hombro.
–Estás muy guapa esta noche. El negro resalta tu belleza natural –dijo él.
Era cierto. Su piel clara, ojos ámbar y pelo pelirrojo destacaban más a causa del vestido negro.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
–Eres bueno para mi ego, Clay –susurró ella y desvió la mirada.
–No puedo creer que las gemelas ya tengan cinco años. Recuerdo cuando nos anunciaste su nacimiento. Supongo que he estado fuera más tiempo del que me parece. Quizá vaya a verlas esta vez.
Ella lo miró sorprendida.
–¿No tienes que regresar a tu misión enseguida?
–Tengo un permiso de treinta días, así que estaré por aquí unas cuantas semanas.
Ella sonrió ampliamente.
–¡Perfecto! Entonces, ¿por qué no nos haces una visita la semana próxima? A las niñas les encantará verte.
Él quería preguntarle por Henley, pero decidió que no era el momento adecuado. En lugar de eso, mantuvo una conversación alegre y superficial. Para cuando terminó el baile, Katie reía y en sus ojos se adivinaba algo del brillo de antes.
Él la acompañó a la mesa donde estaban sus padres, hizo una reverencia y le dio las gracias por el baile de forma muy teatral, haciéndola reír de nuevo. Luego regresó a su mesa.
Melanie estaba bailando de nuevo. Clay vio a su padre enfrascado en una conversación con un hombre y le tendió una mano a su madre.
–¿Quieres bailar?
Ella sonrió.
–Ya estás ocupándote de las mujeres olvidadas de sus maridos, ¿verdad? –dijo ella poniéndose en pie y apoyando su mano en la de él–. Me encantaría bailar.
Él la llevó a la pista y dieron una vuelta entera bailando antes de que ella hablara de nuevo.
–¿Sabes cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?
Él se encogió de hombros.
–Oficialmente tengo un permiso de treinta días, pero sé que si estoy aquí es por algo. Voy a reunirme con Cole esta noche y seguramente me dirán lo que se espera de mí.
–Están todos muy preocupados, Clay. Y no están muy seguros de en quién pueden confiar. Quien sea que está detrás de esos ataques tiene dinero y poder. Tu padre cree que seguramente tendrán compradas a las autoridades.
–¿Y yo cómo puedo ayudar?
–Tu padre dice que en el ejército has desarrollado unas habilidades de lo más útiles que ayudarán a descubrir quién está detrás de estos ataques. Una vez que tengamos eso, Cole se ocupará de todo a partir de entonces.
–Voy a hacer todo lo que pueda, ya lo sabes. Siento curiosidad, ¿por qué no se lo pidió a su propio hijo? Clint ha trabajado en operaciones clandestinas y tiene más experiencia que yo en este tipo de investigaciones.
Ella sonrió.
–No lo sé. Tendrás que preguntárselo a Cole.
Una mujer que bailaba cerca de ellos llamó la atención de Clay: era alta y se movía con gran elegancia. El vestido color plata de cuello alto y manga larga que llevaba era provocativo en su simplicidad porque resaltaba las curvas perfectas de la mujer. Ella tenía el pelo rubio sujeto en un moño clásico que favorecía mucho a su bello rostro.
A Clay le pareció una princesa.
De pronto ella miró hacia él. Él sólo conocía a una persona con aquellos ojos tan azules que parecían púrpura… Sus peores temores acababan de confirmarse: ella había acudido a la cena benéfica. Él debería haber supuesto que estaría allí, pero no lo había hecho y no estaba preparado para encontrársela de pronto después de tantos años.
De adolescente, era atractiva; de adulta, era una mujer despampanante.
–¿Qué está haciendo aquí Pamela McCall? Yo creía que estaba demasiado ocupada con su vida social en Washington –comentó Clay y buscó con la mirada por la sala–. ¿Ha venido también su padre?
Clay observó al hombre que bailaba con ella: era tan oscuro de piel como ella clara. Formaban una pareja muy atractiva. Aunque eso a él le daba igual, por supuesto.
–Creo que el senador no ha podido acudir. Allison comentó que mandaba disculpas.
–Y ha mandado también a su hija. ¿Ése es su marido?
Carina miró hacia la pareja.
–No lo creo. No me suena que se haya casado.
–¿Por qué no me sorprende? –murmuró él girándose para no mirar en la dirección de Pam.
–Eso sucedió hace mucho tiempo, Clay –le dijo su madre con voz suave–. ¿No crees que ya es hora de perdonarla? Ahora los dos sois personas diferentes.
Clay casi no la oyó, el corazón le latía con tanta fuerza que lo ensordecía.
–Tienes razón –respondió él intentando controlar sus emociones–. Ella no significa nada para mí.
–Kerry y ella han sido amigas desde que eran unas niñas.