cerca. Sherry Lyn era dos años mayor y más o menos lo ignoraba, con lo cual con ella no había mucho problema. Pero Kerry y Denise, de diez y nueve años respectivamente, siempre le seguían a donde quiera que fuera.
Pero ese día no. Ese día estaban jugando con Pam, que había llegado hacía una hora con una maleta y cara triste. Su padre tenía que salir de nuevo de la ciudad porque era un hombre importante y lo necesitaban para sacar adelante el país.
A Clay siempre le resultaba fácil localizar a Pam cuando jugaba con sus hermanas. Todas tenían el cabello oscuro y Pam resaltaba con su pelo rubio.
Clay perdió la noción del tiempo observando las montañas y los prados. Se detuvo para sacar una bebida de su mochila y de pronto vio a alguien moverse furtivamente cerca de la casa. Agarró los prismáticos y vio a Pam muy quieta junto al edificio; miró cautelosa por la esquina y salió corriendo en dirección al río. ¿Adónde iba? Siempre que acudía de visita, Pam no se separaba de Kerry. Pero en aquel momento estaba sola.
Él decidió seguirla. Bajó del árbol y enfiló el camino que le había visto tomar a ella. Cuando llegó al río, se agazapó y examinó el lugar a través de los prismáticos. Entonces la vio, tan de cerca que se llevó un susto. Pam estaba sentada en una gran roca con la vista clavada en el río. La observó atentamente y entonces se dio cuenta de que ella estaba llorando en silencio. ¿Y si se escurría y se ahogaba en el río? Clay se dijo que tenía que acercarse y averiguar por qué estaba tan triste.
Ella no lo oyó hasta que él estuvo a pocos pasos. Para entonces ya era demasiado tarde para ocultar que estaba llorando. Se enjugó las lágrimas rápidamente.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella entre triste e irritada.
Él no quería molestarla. Se giró para marcharse pero no quería dejarla sola de aquella forma, así que se acercó a ella.
–¿Quieres mirar a través de estos prismáticos?
Ella lo miró.
–¿Sabe tu padre que los tienes tú?
–No, así que ahora ya puedes meterme en problemas si quieres –contestó él.
–¿Y por qué iba yo a querer hacer eso? –preguntó ella sorprendida.
Él se encogió de hombros.
–No lo sé, pero es lo que Kerry y Denise hacen para divertirse. Siempre están revolviendo mis cosas, destapando lo que hago, metiéndome en problemas… Tienes suerte de no tener que soportar algo así.
Ella comenzó a llorar de nuevo. Estaba claro que él había dicho lo que no debía.
–¿Por qué lloras? –le preguntó él.
–¿Por qué no te marchas?
Clay se quedó sentado intentando pensar en una respuesta, pero no se le ocurría nada ingenioso ni brusco. Así que decidió decirle la verdad.
–Porque no me gusta verte tan triste. Y he pensado que igual hablar de ello te ayudaría.
–Hablar de ello no va a cambiar nada –replicó ella enfadada con la vista clavada en el agua.
–¿No te gusta venir a visitarnos? –preguntó él intentando figurarse qué la ponía tan triste–. ¿Echas de menos a tu padre?
A ella se le escapó un sollozo.
–Desearía tener una familia como la tuya. No sabes la suerte que tienes. Veo cómo se tratan tu madre y tu padre entre ellos y con vosotros: os reís, bromeáis… y eso me duele.
–¿Recuerdas a tu madre?
Ella se encogió de hombros.
–Yo tenía seis años cuando ella murió y ella ya llevaba mucho tiempo enferma. Yo nunca la oí reír. Y ahora mi padre viaja mucho y casi no lo veo. Paulette hace cosas conmigo, pero es el ama de llaves, lo hace porque mi padre le paga para que me cuide, no porque le guste.
–Puedes ser parte de nuestra familia si quieres.
–Pero yo no me parezco a vosotros. Nadie se creería que soy una Callaway –dijo ella y sonrió levemente–. Y además es justo lo que tú no necesitas, Clay, otra hermana más.
Él lo pensó unos instantes.
–Eso estaría bien. Podríamos hablar de cosas, como ahora. Y podría enseñarte algunos lugares del rancho que nadie más conoce. Podrías imaginarte que soy tu hermano, ¿no? Alguien con quien hablar cuando estés triste o furiosa o lo que sea.
Ella se quedó en silencio un largo momento.
–No me importa lo que Kerry diga de ti –dijo por fin–. A mí me caes bien, Clay.
–Me alegro. Tú también me caes bien, Pam. Y me alegro de que estés en el rancho con nosotros. ¡Pero si ya eres prácticamente de la familia!
Después de ese día, él se propuso estar pendiente de Pam, tanto cuando ella los visitaba en el rancho como en el colegio. Según crecían a él le fue resultando más fácil hablar con ella y contarle cómo le iba en el colegio, las peleas con sus hermanas y las visitas al director. Ella, por su parte, le hablaba de sus profesores, de lo que le gustaba hacer y de los compañeros de clase a los que intentaba evitar. Aprendieron a confiar el uno en el otro.
Clay aún recordaba su primer año de instituto, cuando había sido el responsable del tanto ganador en el partido de fútbol americano. Pam se había abierto camino entre la gente, se había lanzado en sus brazos y le había dado un beso entusiasta que lo había sacudido por completo.
Hasta ese momento, Pam era para él una amiga muy especial que lo escuchaba pacientemente cuando él le contaba su frustración con otras chicas, su esfuerzo por sacar buenas notas, su deseo de ir a la universidad. Pero en aquel momento descubrió que también era una mujer de lo más deseable. Respondió a su beso maravillado. No quería dejarla marchar, pero la soltó al oír los silbidos del resto del equipo.
Después de ese momento nada volvió a ser igual.
Durante los dos años siguientes, Pam y él fueron pareja. Y en el último año de instituto él decidió unirse al cuerpo de cadetes de la universidad de Texas. Era una agrupación de estudiantes con organización militar y daba la posibilidad a los cadetes de optar a un cargo en las Fuerzas Armadas estadounidenses.
A Pam le quedaba un año para terminar el instituto y ya tenía pensado trasladarse a una universidad del Este.
La noche en que Clay se marchó a la universidad las cosas cambiaron entre ellos una vez más.
–¿Adónde quieres que vayamos esta noche? –le preguntó Clay a Pam al recogerla en su vieja furgoneta.
Clay estaba nervioso. Tenía muchas ganas de ir a la universidad, era su sueño. Pero no había contando con el profundo vacío en su interior al pensar en que no vería a Pam cada día. Ella tenía la vista clavada en sus manos sobre su regazo.
–Me da igual –respondió ella encogiéndose de hombros.
–No estés tan entusiasmada de verme, por favor…
Ella se giró y lo fulminó con la mirada.
–¡Perdóname por no emocionarme con la idea de que te vas!
Él le acarició la nuca.
–Lo sé, cariño. Esto también es muy duro para mí.
–¿De veras? Tienes toda una nueva vida por delante. Yo soy la que va a tener que seguir yendo al mismo instituto y viviendo en el mismo lugar, sólo que sin ti.
Él la atrajo hacia sí y la besó dulcemente.
–Estaré contigo, no te preocupes. Estaré siempre que me necesites.
Ella se abrazó fuertemente a él.
–¡Siento mucho arruinarte tu última noche en casa, pero esto es tan duro…! Has