—No me suena en absoluto —descartó Gideon secamente, mirando a su alrededor a los veintitantos invitados a la casa de Edgar ese fin de semana, obviamente aburridos de la conversación.
Edgar se dio cuenta de que Gideon estaba distraído y ello lo enfadó nuevamente.
—¡Y nunca te sonará si no la conoces! —le espetó—. Quieres que una desconocida haga de Rosemary, lo has dicho tú mismo.
—¡Pero una desconocida elegida por mí, no por ti! —ladró Gideon, con un relámpago de hielo en sus ojos grises al mirar a Edgar—. ¿Sabe ella lo que pretendes? —su boca hizo una mueca burlona—. ¿O ya se cree que el papel es suyo?
Edgar se dio cuenta de que si seguía insistiendo lograría que Gideon se fuese incluso antes de que sacara el as que tenía guardado en la manga.
—Madison no sabe nada de esta conversación, Gideon —le aseguró suavemente; de hecho, si se enterase, ¡Madison se pondría como Gideon!—. ¿Por qué no dejamos el tema de momento…?
—Dejemos el tema y punto, Edgar —dijo su interlocutor con voz aburrida.
Edgar no tenía ninguna intención de hacerlo. Estaba seguro de hacer lo correcto al presentarle Madison a Gideon. ¡Solo esperaba que Susan, la querida Susan, lo perdonase cuando descubriese lo que había hecho! Susan…
—Ha llegado el momento de ver la función privada de la nueva película de Tony Lawrence —le dijo al director de cine cuando recibió la señal de su criado—. Estoy seguro de que os encantará —no se hallaba seguro de nada, pero tenía la esperanza… oh, sí, tenía la esperanza…
Sin embargo, la expresión de Gideon cuando se sentó a su lado, antes de que las luces se apagaran en el auditorio del sótano de la casa, no auguraba nada bueno. ¡Y había tanto que dependía de los siguientes minutos, tanto más de lo que Gideon podía imaginarse! ¡De lo contrario, ya se habría ido de allí!
Edgar mantuvo la vista fija en la pantalla, pero toda su atención se centraba en el hombre que estaba a su lado. Supo exactamente el momento en que Madison apareció, sintió la súbita tensión de Gideon, la forma en que se echó adelante en la butaca, olvidando totalmente el habitual aspecto de aburrimiento que podía ser tan irritante al dirigir los ojos a la pantalla.
¡Sí!
Edgar apenas pudo contener su propia excitación. Estaba seguro de que Gideon había mordido el anzuelo. Ahora, todo dependía de que fuesen capaces de hacerle tragar la carnada o no.
De algo estaba seguro: Gideon no se marcharía a la mañana siguiente.
Capítulo 1
NUNCA había creído en las sirenas hasta ese momento!
Ni siquiera abrió los ojos. Seguro que el hombre de la atractiva voz era uno de los invitados de su tío y, a juzgar por lo que había visto al llegar, no valía la pena abrir los ojos para mirarlo.
Había llegado desde los Estados Unidos esa tarde. Estaba cansada, desconcertada con el cambio de horario y muerta de ganas de irse a dormir, pero eso era imposible con tanto invitado ruidoso que lo invadía todo.
Finalmente, se refugió en la piscina cubierta que ocupaba la mitad del sótano de la casa. Al flotar en la colchoneta, sintió que el calor del agua la tranquilizaba de una forma que no había podido lograr en el resto de la casa. ¡Lo único que le faltaba era que la encontrase uno de los invitados!
—No tengo cola de sirena —dijo ella, moviendo los dedos de los pies, semidormida, con las manos metidas en el agua. Su cuerpo, que llevaba un biquini turquesa, tenía una delgadez juvenil, y su cabello rubio se sumergía en el agua como una estela detrás de ella.
—Las sirenas no tienen cola cuando están en tierra —se burló él.
—Pero yo estoy en el agua —respondió ella con impaciencia, con la cabeza girada hacia el otro lado. Quizá si se hubiese mantenido callada, el tipo se habría ido.
—Sobre el agua —la corrigió el hombre suavemente—. Dime, ¿es auténtico ese acento o estás ensayando para un personaje?
Ella lanzó un suspiro. Era evidente que si se hallaba allí sola era porque quería un poco de tranquilidad. Y el tipo insistía en hablarle, hasta se atrevía a hacer comentarios sobre su acento americano. ¡Qué pesado!
—¿Y su acento? —preguntó, imitando perfectamente su educado acento británico—. ¿Es auténtico o usted también está ensayando para un personaje?
—Touché —murmuró él apreciativamente.
—¿Qué le hace pensar que soy actriz? —se le ocurrió inquirir, intrigada.
—Todos, o al menos la mayoría de los invitados de Edgar este fin de semana, tienen algo que ver con el mundo del cine —dijo él.
—¿Incluyéndolo a usted? —dijo ella alegremente.
—Incluyéndome a mí —confirmó él con sequedad.
No la impresionó. Su madre la había advertido de un montón de cosas cuando ella le dijo que quería ser actriz, pero había uno de sus consejos que había aprendido a tomar en serio: ¡Nunca te líes con nadie del mundo del espectáculo!
Tenía que reconocer que lo había aprendido a las duras, al enamorarse de uno de los protagonistas de la primera obra de teatro en la que había actuado. No se dio cuenta de que el interés de él duraría solo lo que la obra: ¡tres semanas! Porque él luego se iría a otra obra y con otra actriz ingenua. Todavía le dolía. Que la hubiese plantado el actor. Y que se hubiese acabado la obra de teatro.
Por eso mismo, al ver los invitados, decidió desaparecer a la paz de la piscina. Siempre podría estar con Edgar una vez que ellos se fuesen. Todavía se sentía demasiado sensible como para mezclarse con la gente de la farándula. ¡Dios, todavía se sentía furiosa con Gerry por resultar ser tan cerdo… como su madre la había advertido de que podían ser los actores. Pensaba que lo había superado, pero obviamente no…
Quizás había llegado el momento de mirar a ese hombre misterioso. ¿Quién sabe? Quizá resultaba ser la respuesta a las plegarias de todas las mujeres. ¡Cielos, y a pesar de todo, estaba hecha una cínica! Porque aparte del desastroso romance con Gerry, se había quedado sin trabajo otra vez. Todo lo que había hecho después de acabar la Escuela de Interpretación era un papelito mínimo en una película y una obra de teatro que habían bajado de cartel después de tres semanas.
—Yo que tú, no me dormiría ahí —le dijo el hombre burlonamente, interrumpiendo su soledad una vez más e indicándole con ello que no se había ido.
—Mire, le agradezco el consejo —le espetó con sarcasmo—. Pero haré lo que me venga en… —se quedó muda cuando finalmente giró la cabeza para mirar a su verdugo. ¡No! ¡No podía ser! ¡Ese hombre era…—. ¡Usted! ¡Yo…! —su exclamación de sorpresa se hundió en un remolino de agua, ya que, al girarse bruscamente para mirarlo de frente, la colchoneta se volcó, arrojándola al agua.
¡Ese hombre! ¡Lo conocía! No, no lo conocía, lo que pasaba era que… Cielos, el sabor del agua era horrible. Y parecía que se la estaba tragando toda, era… Tenía que subir a la superficie. Se estaba hundiendo hasta el fondo y…
De repente, hubo un movimiento en el agua a su lado y la fuerza de un brazo alrededor de su cintura que la arrastraba rudamente a la superficie. Habría podido comenzar a nadar entonces, pero ese brazo parecía de acero, obligándola a ponerse de espaldas mientras la llevaba hacia el borde de la piscina y la empujaba sin ceremonias, sacándola del agua. Cuando iba a abrir la boca para protestar, la giró boca abajo y le comenzó a dar golpes en la espalda.
—¡Basta! —logró gritar sin aliento, haciendo aspavientos con los brazos mientras intentaba detener los dolorosos puñetazos en la espalda—. ¡Me está haciendo daño!