Brenda Novak

Donde vive el corazón


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los jugadores de hockey y a los patinadores parece que no cuesta nada.

      –Solo hace falta acostumbrarse un poco, nada más.

      –Si me caigo, te voy a hacer caer a ti también.

      –No voy a dejar que te caigas.

      Harper tenía las mejillas sonrojadas, y Tobias se dio cuenta de que su respiración se convertía en vaho cuando se levantó y le tomó de nuevo las manos.

      –¿Tienes frío, o quieres que sigamos? –le preguntó.

      Ella lo miró.

      –No me digas que ya te has cansado.

      –No, solo quería saber si no te estarás congelando.

      –No, me lo estoy pasando muy bien. Me siento… feliz, como si fuera una niña.

      –Pues vamos a seguir –dijo él, con una sonrisa.

      Y, al ver que ella también le sonreía, Tobias sintió una suave opresión en el pecho. ¿Cómo era posible que Axel Devlin quisiera dejarla? No podía imaginarse que ningún hombre quisiera dejarla. Se alegraba de haberla llevado a la pista. Habían estado riéndose y hablando desde que habían llegado, así que, seguramente, ella no había tenido demasiado tiempo para preocuparse por su divorcio.

      –Después de esto, me debes una taza de chocolate caliente –le dijo Harper, haciendo anillos con el vaho de la respiración mientras él la llevaba cuidadosamente por el hielo.

      Él la miró.

      –Creía que no querías que te vieran en público conmigo.

      –Y no quiero. Pero es muy fácil hacer chocolate caliente. ¿No podemos tomar uno en tu casa?

      A él le sorprendió que ella pensara en volver a su casa, y se encogió de hombros.

      –Claro, ¿por qué no? Pero vamos a tener que parar en el supermercado, porque yo no tengo chocolate en casa.

      –Seguro que nadie te lo ha pedido antes.

      –No, es verdad. Pero, ahora que sé que te gusta, tendré un poco en el armario mientras estés en el pueblo.

      Ella se tambaleó y estuvo a punto de caerse, pero él la enderezó antes de que tocara el hielo.

      –¿Por qué estás siendo tan agradable conmigo? –le preguntó ella, de repente.

      –Sé lo que es necesitar un amigo.

      Harper se quedó callada, pero no apartó la mirada.

      –¿Qué? –preguntó él.

      –¿Y sí…?

      –Continúa.

      –¿Y si yo no volviera a casa de mi hermana esta semana?

      –No me digas que estás pensando en ir a buscar a Axel, esté donde esté.

      –No, solo estoy pensando que, tal vez, si no te importa, podría quedarme contigo.

      A él le dio tos de la sorpresa, y estuvieron a punto de caerse los dos. Aquello era lo último que se esperaba. Harper había dejado bien claro que no estaba abierta a una relación.

      –¿Y por qué ibas a hacer eso? –le preguntó cuando recuperaron el equilibrio.

      –Porque quiero vivir un poco. Me casé muy joven y fui madre un año después. Siempre he llevado sobre los hombros la responsabilidad de cuidar a mis hijas y de todo lo que no estuviera relacionado con la música. Y tú haces que me sienta bien. Me gusta estar contigo. ¿Necesito más razones, aparte de esas?

      Él hizo que se detuvieran y la tomó de los hombros.

      –Harper, debes tener cuidado.

      –¿De qué?

      –Sería fácil pensar que… que sientes por mí algo más de lo que sientes en realidad. Por eso son tan comunes las relaciones por despecho después de una gran ruptura. Pero lo que sientes no es real, es solo una reacción psicológica al no tener nada que hacer después de estar en una relación íntima mucho tiempo. Es normal que trates de evitar el sentimiento de pérdida.

      –Puede que no sea real, pero es un alivio. ¿Soy mala persona por querer olvidarme de todo? ¡Estoy cansada de sentirme mal!

      –Lo entiendo, pero no podemos salir por ahí si eso te va a causar confusión.

      –No me va a causar confusión.

      –Pero yo estoy intentando ayudarte, no empeorar las cosas. Tener una aventura sería algo… Una completa irresponsabilidad.

      –¿Y qué? ¿Por qué no puedo ser irresponsable por una vez? ¿Tener una aventura con un desconocido muy atractivo mientras mis hijas están fuera? Seguro que Axel no está de brazos cruzados por mí.

      Él había estado en la cárcel durante casi todo el apogeo sexual de su vida. Al pensar en la posibilidad de acostarse con Harper durante una semana entera, sintió una lujuria muy poderosa. Se había sentido atraído por ella desde el primer momento, y esa atracción aumentaba a cada segundo que pasaban juntos. Sin embargo, no podían cruzar los límites que habían establecido. Ella no sabía quién era él, ni lo que había hecho. Y, cuando terminara su aventura, él no iba a querer que ella se marchara y lo dejara hundido. Estaba intentando protegerse de todo aquello que pudiera desequilibrarlo, y tenía la sensación de que Harper podía hacerle mucho daño.

      –No deberíamos –dijo.

      Ella bajó la voz.

      –Estás diciendo que no quieres que me quede…

      –No, no es eso.

      –Entonces, tienes una novia o una mujer de la que no me has hablado.

      –No, no hay nadie más.

      –Entonces, ¿qué tenemos que perder?

      Él podía perderlo todo: la pequeña dosis de control que había conseguido en su vida durante aquellos últimos cinco meses. Sin embargo, no tenía el valor de decirle que no. Entendía por qué quería Harper cambiar las cosas. Por lo que él había oído hasta el momento, ella siempre había sido la chica buena, y estaba harta de serlo.

      –Puedes quedarte unos días si quieres –dijo Tobias por fin–. Pero yo duermo en el sofá.

      –No es justo que te eche de tu cama –protestó ella–. Yo dormiré en el sofá. Solo necesito un cambio de ritmo, sentir que no estoy atrapada en un montón de reglas. Seguir las normas no me ha servido de nada.

      Cuando él le había dado la rosa y su número de teléfono, no se imaginaba ni por asomo que terminaría teniéndola de compañera de apartamento, ni siquiera unos días. Pero, claramente, Harper terminaría por recuperar el sentido común.

      Siguieron patinando una hora y, luego, de camino a casa, pasaron por un supermercado para comprar chocolate a la taza en polvo. Después de tomar una taza, ella no había cambiado de opinión. Le pidió que la siguiera en coche hasta casa de su hermana para recoger el cepillo de dientes y algunas otras cosas. Y, para que la cámara no la grabara y su hermana no supiera que no iba a estar en casa, no salió por la puerta principal, sino que saltó a la calle por una de las ventanas traseras y recorrió los callejones hasta que llegó al punto en el que le había indicado a Tobias que la esperara.

      –No puedo creer que esté haciendo esto –murmuró, casi sin aliento, mientras subía a la furgoneta de Tobias.

      Él había estado pensando en que iba a tratar de convencerla, otra vez, de que se quedara en casa de su hermana, pero ella parecía tan feliz y aliviada que no pudo hacerlo. Ya pensaría en alguna forma de evitar que se metieran en un lío.

      Lo único que tenía que conseguir es que las cosas no fueran demasiado lejos.

      Harper nunca había hecho algo tan temerario. Cuando convenció a Tobias de que se quedara en su habitación y él se