Brenda Novak

Donde vive el corazón


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      Capítulo 5

      Tengo galletas.

      Hacía un rato que Tobias le había respondido. Harper le había preguntado en qué sitio se había criado, pero él no había llegado a contestar, así que a ella le había parecido que había perdido el interés en la conversación. Y no le habría culpado por ello, porque, en su situación actual, no era demasiado divertida. Sin embargo, agradecía el hecho de haber conocido a alguien que estuviera dispuesto a darle consejos y ánimo sin pedirle detalles de su divorcio.

      Antes de marcharse a Los Ángeles, Karoline le había advertido que tuviera cuidado con el tipo que le había regalado la rosa por si acaso era un periodista del corazón en busca de una exclusiva. Sin embargo, Tobias ni siquiera le había preguntado por qué se habían separado Axel y ella. No parecía que le interesara mucho Axel, lo cual era sorprendente. A todo el mundo le interesaba mucho Axel. Harper estaba tan acostumbrada a quedar en segundo plano con respecto a su famoso marido, que se sentía bien al conocer a alguien que quería su amistad.

      ¿De las de toda la vida?

      Le preguntó, tratando de entender aquel extraño mensaje.

      Sí. Recién hechas, y con una cobertura de trocitos de caramelo, cacahuete y tofe.

      Harper se sintió un poco mejor al tener noticias suyas. Se acurrucó en el sofá, donde se había quedado llorando mientras veía películas antiguas. Como las niñas no estaban allí, no tenía ningún motivo para contenerse, y pensaba que sería mejor desahogarse lo máximo posible antes de que volvieran.

      Puede que no sean muy saludables, pero no van a nublarte el juicio. No habrás caído en la tentación de llamar a Axel, ¿verdad?

      Ella se enjugó las mejillas antes de responder.

      Todavía no.

      Muy bien. Que sea él quien acuda a ti.

      Harper sonrió entre lágrimas. Aquel tipo de comentarios era lo que le hacía confiar en Tobias. Hasta cierto punto.

      Entonces, ¿tengo una galleta de premio?

      Si me dices dónde estás alojada, puedo ir a llevártela. O, si quieres, puedes venir tú a mi casa a buscarla. Mi casero y su hijo están en la casa de al lado, en la parcela, así que no tienes que preocuparte por estar a solas con un desconocido.

      Ella recordó el sistema de seguridad que acababa de comprar su hermana para la casa. Karoline y Terrance podían ver a cualquiera que se acercara a su puerta, por medio de una aplicación, en sus teléfonos. No podía dejar que Tobias fuera allí, a no ser que quisiera que su hermana y su cuñado lo supiesen.

      ¿Dónde vives?

      En Honey Hollow Tangerine Orchard, a unos diez minutos a las afueras del pueblo.

      ¿Y estás allí ahora?

      Sí. Ven cuando quieras.

      ¿Debería ir?

      ¿Y por qué no? Si no iba, seguiría allí, llorando y pensando en el desastre de su matrimonio. Salir con un amigo nuevo era mejor que seguir regodeándose en su tristeza.

      ¿Tienes hambre? Podría llevar una pizza o comida china.

      Me parece bien la comida china.

      Le preguntó qué clase de comida china le apetecía y la encargó antes de ir a lavarse la cara y cambiarse de ropa. Estaba casi preparada cuando sonó su teléfono. Por primera vez desde hacía siglos, no rogó al cielo que fuera Axel.

      Y eso era una pequeña victoria.

      De todos modos, no era él, sino su hermana.

      –¿Qué tal estás? –le preguntó Karoline.

      –Bien. ¿Y vosotros? ¿Lo estáis pasando bien?

      –Estamos en un hotel con piscina cubierta. Ahora vamos a bajar a bañarnos un poco.

      –Vaya, eso suena muy bien.

      Harper pensó en contarle a su hermana que iba a cenar con el hombre que le había regalado la rosa, pero decidió no hacerlo. No era nada importante, así que… ¿para qué mencionarlo?

      –Creo que voy a hacer algunas compras para la Navidad mientras estáis fuera.

      –Buena idea –dijo Karoline–. Acuérdate de que, por muy difíciles que sean los cambios al principio, no significa que no sean lo mejor a la larga. Por mucho que quieras a Axel, si él no puede quererte a ti, ¿qué tienes, en realidad? Te he visto intentar apoyarlo siempre, esforzarte en que fuera feliz. Seguro que algún día te sentirás aliviada de no tener que preocuparte por sus cambios de humor.

      –Al principio, las cosas no eran así –dijo Harper.

      –Siempre fue un tipo demasiado sensible, con un temperamento fuerte y nervioso.

      –Además de exuberante, creativo, dinámico y muy divertido.

      –No estoy diciendo que todo sea malo. Hasta que te rompió el corazón, me caía muy bien. Pero acuérdate de cómo hacía que te sintieras cuando estabas con él, como si su felicidad fuera responsabilidad tuya. Yo creo que te ha succionado la alegría y te ha dejado tirada con lo que ha quedado.

      –Esa no era su intención.

      –No importa. Es la realidad.

      Harper tomó aire.

      –Puede que sea cierto.

      –Lo es. Y, algún día, tú también lo verás claro.

      –Eso espero. Bueno, dales un beso a las niñas.

      –Lo haré.

      Cuando colgaron, Harper se miró al espejo.

      –¿Tiene razón? –le preguntó a su reflejo–. ¿Vas a estar mejor sin él?

      Aunque era difícil creerlo, tenía que admitir que Axel no había hecho que se sintiera precisamente bien consigo misma durante aquellos últimos años. La culpaba de todo lo que le decepcionaba o le molestaba. Ella había achacado sus dificultades al estrés de la carrera musical de su marido y su carácter nervioso. Sin embargo, era algo más que eso. Él solo veía lo negativo de todas las situaciones, y de ella.

      Intentar satisfacer a alguien así era agotador, porque todo era negativo. Y ella nunca podría compensar eso, nunca podría ser lo suficientemente perfecta.

      Tal vez, cuando su corazón se hubiera curado, sería más feliz sola.

      Tobias Richardson tenía la puerta abierta cuando ella llegó, y se oía música en el interior de la casa.

      OneRepublic. Gracias a Dios que no era Pulse.

      –¿Hola?

      Llamó al marco de la puerta para no sobresaltarlo. Ya había visto a un señor mayor, y supuso que era su casero. No sabía exactamente adónde tenía que ir, así que había entrado en la parcela y se había detenido, y el casero había salido. Sin embargo, antes de que él pudiera acercarse a su coche, ella se había fijado en una casita más pequeña que había detrás de la casa principal, y se había dado cuenta de que tenía que ser allí donde vivía Tobias. Además, el propio Tobias le había enviado un mensaje diciéndole que era la segunda casa. Así pues, le había hecho un gesto al anciano para indicarle que todo iba bien, y él le había respondido con un saludo mientras ella seguía su camino.

      –¿Hola? –dijo de nuevo al ver que Tobias no respondía. La primera vez había llamado con timidez, así que era posible que él no lo hubiera oído.

      Había un Ford antiguo aparcado fuera, y tenía que ser su coche. Ella había aparcado detrás y, por un segundo, tuvo la tentación de marcharse. De repente, el hecho de ir a visitarlo a su