Brenda Novak

Donde vive el corazón


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      –Me parece bien, pero espera a que volvamos. No estropeemos el viaje.

      Harper asintió.

      –Gracias, Karol. Gracias por todo.

      –Para eso están las hermanas –dijo Karoline.

      Sin embargo, se preguntó si una semana serviría de algo. Hacía ya ocho meses que Axel le había dicho que quería divorciarse, y su ánimo no había mejorado nada.

      Tobias pensó que se le iba a hacer muy largo el fin de semana. No hacía buen tiempo, así que no podía ir a montar en bicicleta ni a hacer senderismo. Pasó la mañana limpiando la casa y haciendo la colada. Después, no sabía qué hacer. Le hubiera gustado pasar la tarde arreglando el Buick con Uriah. Ya casi estaba listo para ponerlo a la venta. Iban a dividirse los beneficios, y la idea le emocionaba. Sin embargo, no quería quedarse allí si Carl todavía no se había marchado, y su Impala marrón aún estaba aparcado fuera. Decidió salir para que Uriah pudiera concentrarse en su hijo y para no tener que encontrarse con Carl.

      Cuando se sentó al volante, pensó en ir a casa de Maddox. Le encantaba estar con Maya, su sobrina. Ella siempre estaba intentando dar con la receta de un nuevo tipo de galleta que poder vender en Sugar Mama, la tienda de galletas que tenía la madre de Jada en el pueblo, y lo utilizaba a él de catador. Sin embargo, le preocupaba pasar demasiado tiempo en casa de su hermano y no quería que Jada pensara que era un pesado. No quería hacer nada que pudiera estropear la relación que habían reconstruido Maddox y él.

      Además, nunca sabía si Atticus, el hermano de Jada, iba a estar en casa. Atticus lo trataba bien. Como él también trabajaba en New Horizons, se veían de vez en cuando en el campus; también, cuando Jada y Maddox daban alguna fiesta, como cuando celebraron una para anunciar que su segunda hija iba a ser una niña, en mayo.

      Sin embargo, esas ocasiones eran momentos difíciles para él. Le costaba mucho ver a Atticus sabiendo que él era uno de los que le habían dejado en silla de ruedas. Aquella noche horrible parecía muy lejana, pero aún no podía escapar de ella.

      Así pues, en vez de ir a casa de su hermano, fue a The Daily Grind, una cafetería muy agradable, de ladrillo rojo con letreros en blanco y negro sobre los ventanales y con unos asientos de cuero muy cómodos. Como en Silver Springs no estaban permitidas las cadenas de establecimientos dentro del pueblo, no había Starbucks, ni McDonalds, ni ningún local de comida rápida. Solo había establecimientos familiares y, entre las cafeterías, The Daily Grind era la más concurrido. Siempre estaba llena de hípsters tecleando en su portátil, y aquella tarde no era una excepción.

      Se tomaría una taza de café y se iría a la escuela. Pasaba mucho tiempo en New Horizons, ayudando en los entrenamientos de fútbol y enseñando a jugar al baloncesto a los estudiantes que estuvieran por las pistas, porque en la cárcel se había vuelto muy bueno en ese deporte. También patinaba con los niños en la pista de hielo nueva y enseñaba a los que estaban estudiando mecánica. A él lo habían encerrado antes de poder terminar el instituto, así que no tenía una educación tradicional universitaria, pero había aprovechado todas las clases que daban en la cárcel y había llegado a ser un buen mecánico. Podía arreglar casi cualquier clase de vehículo y esperaba, algún día, poder montar su propio taller.

      Después de pedir, se sentó a una mesa en la que se habían dejado un periódico. Cuando estaba abriéndolo para leer la sección de deportes, el camarero de la barra llamó a alguien.

      –¡Harper!

      Él alzó la vista y se encontró con Harper Devlin, la mujer a la que había visto en Eatery la noche anterior.

      Vaya coincidencia, volver a encontrarse con ella tan pronto.

      Ella no oyó al camarero. Estaba alejada de la barra, mirando al infinito, completamente distraída.

      Entonces, Tobias se dio cuenta de que estaba sonando una canción de Pulse. Axel Devlin estaba cantando I Will Always Love You. ¿Habría escrito aquella letra para ella?

      –¿Harper? –volvió a decir el camarero de la barra.

      Ella no reaccionó. Estaba completamente absorta.

      Tobias dejó el periódico, fue a la barra y agarró su bebida. Sin embargo, ella no lo vio ni lo oyó cuando se acercaba.

      –Eh, ¿estás bien? –le preguntó Tobias, dándole un suave codazo mientras le mostraba su café.

      Ella se sobresaltó y, por fin, lo miró. Él se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero ella pestañeó inmediatamente.

      –Tú –dijo al reconocerlo.

      Tomó su café, y él se metió las manos en los bolsillos.

      –Sí, yo. Pero no te preocupes, no te estoy siguiendo. He oído que el camarero te llamaba, he mirado y te he visto.

      Ella ni siquiera sonrió.

      –Gracias.

      –¿Estás bien? Porque me parece que te convendría sentarte un minuto y relajarte, y yo tengo una mesa –dijo, y la señaló.

      Ella siguió mirándolo a él y tomó un poco de café.

      –Un hombre tan guapo como tú nunca es tan inofensivo.

      Él oyó que el camarero lo llamaba por encima de su conversación y de la de todo el mundo. Su café estaba preparado.

      –¿Cuánto tiempo vas a quedarte en el pueblo? –le preguntó él.

      –No mucho. Solo unas semanas.

      –¿Y qué daño podría hacerte conocerme durante tan poco tiempo?

      –Ya estoy hecha polvo. Dudo que conocerte pudiera hacerme más daño –reconoció ella.

      –Entonces, ¿qué tienes que perder? –le preguntó él. Le tendió la mano y le dijo–. ¿Me enseñas tu teléfono?

      Ella lo sacó de su bolso y, con escepticismo, se lo tendió a Tobias. Después, se quedó mirando cómo añadía su nombre y su número a la lista de contactos.

      –Hoy te dejo tranquila. Quédate con mi mesa. Pero, si necesitas un amigo mientras estés aquí, tienes a alguien a quien llamar –dijo él.

      Después, recogió su café y salió del local.

      Capítulo 4

      Por lo menos, ya sabía cómo se llamaba. Harper se guardó el teléfono en el bolso y se acercó a la ventana de la cafetería para poder ver cómo se marchaba Tobias Richardson. Tal vez se diera la vuelta para mirarla, pero… no. No lo hizo. Tomó un sorbo de café mientras caminaba hacia el aparcamiento y desapareció.

      Ella se giró para ir a la mesa que él había dejado libre, pero vio que se le habían adelantado. Una chica joven estaba apartando el periódico para colocar su ordenador portátil sobre la mesa.

      –¿Eres la mujer de Axel Devlin? –le preguntó alguien a su espalda.

      Harper se estremeció mientras se daba la vuelta para ver quién le había hecho la pregunta. Durante aquellos últimos meses ya no sabía cómo responder. O, más bien, no quería responder. Al principio, porque pensaba que Axel iba a cambiar de opinión y no se iba a divorciar. Y, ahora, porque su divorcio era casi un hecho, y le avergonzaba haber fracasado. No quería ser la exmujer de Axel. Teniendo en cuenta que había intentado ser la mejor esposa y madre que podía, nunca hubiera pensado que iba a ser la exmujer de alguien.

      Consiguió sonreír y asintió.

      –Sí –dijo. Aún le quedaban dos días antes de que aquello fuera mentira, así que iba a aprovecharlos–. Bueno, me están esperando. Tengo que irme –murmuró, y se abrió paso entre la gente antes de que la muchacha que la había interpelado pudiera decir algo más.

      Caminó con la cabeza agachada para no llamar la atención de nadie más